Cap. 4 - Alaris - Parte 1: Lance

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Capítulo 4.- Alaris

Lance

Montes Balcanes, Moesia (hoy Bulgaria)



Los pasos descalzos de aquel hombre eran tan ligeros que apenas lograban disturbar el sueño eterno de las rocas y la arena bajo sus pies. Por ello, algunos de los que lo seguían pensaban que no dejaba huellas. Ese hombre iba vestido con una túnica oscura de capucha, la cual protegía su rostro y lo convertía en un poso de profunda oscuridad. Ni siquiera ese último rayo del sol, el cual lo golpeó de frente al subir la cuesta, fue capaz de iluminar sus ojos. Y es que todo su ser parecía tener esa naturaleza antinatural que era muy difícil de obviar.

El hombre llevaba en brazos a un niño, el cual dormía profundamente a pesar de ser arrullado por dos sonidos espantosos, uno proveniente del viento que golpeaba furioso sobre la cima de la montaña, y el otro, los cantos parecidos a los balidos de un rebaño en matadero, el cual provenía de una procesión de encapuchados que marchaba por detrás. Eran al menos una veintena los que componían aquella macabra procesión y vestían túnicas de colores distintos, tres iban de rojo, seis vestían de negro y el resto en gris.

Llegaron por fin a la cima de la montaña justo cuando el sol se ocultó y ahí se detuvieron en un emplazamiento ceremonial rustico, el cual estaba constituido por un círculo pintado en suelo rocoso y un pentagrama inscrito en él. La bóveda celeste quedaba casi completamente expuesta sobre sus cabezas y comenzaban ya a encenderse las luminarias de las constelaciones, a la par que la luz del sol se atenuaba vertiginosamente.

Los de túnicas grises actuaron primero, rodearon el círculo y dejaron cirios negros, decenas de ellos, en todo el perímetro. Luego retrocedieron unos pasos para seguir lanzando, desde la distancia, sus canticos horrendos que ahuyentaron a todo animal salvaje de la montaña. Los de túnicas rojas se colocaron por fuera del círculo en tres de los cinco picos pintados en el suelo y los seis de negro completaron los espacios vacíos. El hombre que llevaba al niño se colocó en el centro.

La mano huesuda de uno de los hombres de negro se alzó y de entre sus dedos brotó una llama pequeña que cayó al suelo en forma de gota y velozmente tomó la forma de serpiente. Se arrastró veloz para alcanzar las mechas de los cirios y encenderlas una a una. Luego la serpiente de fuego se sacrificó extinguiéndose para encender el último de los cirios. Entonces la cima quedo iluminada, a pesar del insistente viento que intentaba apagar las llamas sin éxito. Una vez que todo estuvo listo, el hombre que estaba en el centro habló.

— Hemos encontrado una ofrenda digna — dijo con voz suave y juvenil —. La orden de los Assasiyin estuvo en los sitios de la tierra más peligrosos y remotos en busca del séptimo cazador de almas. Fueron muchos neonatos los elegidos, pero solo uno sobrevivió a las pruebas de la sangre. Solo uno resistió las pestes más terribles, los desiertos y las montañas congeladas.

El hombre se retiró la capucha y mostró por fin su rostro juvenil, de piel de un blanco espectral parecida a la porcelana. Entonces continuó su discurso —. Hermanos, hemos encontrado a un auténtico descendiente de los vigilantes y quizás el último de los guerreros cazadores de almas.

— Eso lo decidirán los demonios rebeldes de la quinta casa — interrumpió uno de los tres sacerdotes de túnica roja —. Ellos se encargarán de decidir si este niño es digno y se convertirá en el ejecutor de su ley...

— O en cenizas — agregó otro.

El joven miró el rostro del niño dormido en sus brazos y se maravilló por la belleza de su rostro, entonces, sin prestar demasiada atención a los sacerdotes rojos, habló de esta manera.

El Imperio SagradoWhere stories live. Discover now