Cap. 3 - Desterrados

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Capítulo 3.- Desterrados

Montañas Cárpatos – Alta Panonia (hoy Hungría)


Una multitud de demacrados civiles y cansados soldados cruzó las sendas escarpadas de la frontera noroeste de Dacia y bajó por la ladera de la meseta hasta llegar a los llanos de Panonia. En el camino se fue adelgazando el grueso de los marchantes, quizás porque muchos quedaron rezagados o simplemente porque tomaron un camino distinto. Eso a Mislav, el hombre que dirigía el exilio, no le importó ya que después de todo, la misión de sacarlos de la ciudad sitiada de Apollum había sido cumplida y desde ese punto en adelante ya no sería su responsabilidad ver por el destino de los exiliados. La verdad es que no tenía intenciones ni ánimos de preocuparse por todos, lo único que le importaba era llevar a los suyos hasta territorio seguro y proteger al monje antes de ser alcanzado por las hordas enemigas. Por ese motivo casi no descansaron y marcharon desde el alba hasta el ocaso, sin comer y solo bebiendo agua de algún estanque que afortunadamente encontraron a su paso. El anciano monje estaba exhausto y Mislav sabía que si lo obligaba a continuar la marcha podría matarlo, pero no quería detenerse pues su destino seria aún peor si el profeta Nimrood y su horda de guerreros los alcanzaba.

Fue hasta la puesta del sol, cuando por fin ordenó detenerse para armar un campamento y todos parecieron dar gracias a su Dios, como si llevaran horas marchando al límite de sus fuerzas y solo continuando por una enorme fuerza de voluntad o una enorme lealtad hacia su señor. Sin perder tiempo, los soldados armaron tiendas y los que aún tenían fuerzas trataron de recolectar algo de comida para alimentar al exceso de población en el campamento. Aún siendo una llanura tan fértil, no les fue fácil encontrar alimentos y lo que encontraron solo alcanzó para unos pocos. Sin embargo la alimentación no era algo que le preocupara mucho a Mislav pues él sabía que la gente podía aguantar varias semanas más sin comer, lo único que le preocupaba era poder dejar a los exiliados en un lugar seguro para montar un campamento fijo y para ello, los bosques de la alta panonia representaban una buena opción, sin embargo, el eslavo sabía que no tendrían forma de defenderse de los bandidos, puesto que la mayoría eran mujeres y niños y por ello, lo mejor sería que los acogiera uno de los feudales de la región, aunque lo hiciera en condiciones parecidas a la esclavitud.

En eso pensaba Mislav mientras caminaba por el campamento, cuando decidió traer a su mente pensamientos más agradables, la verdad es que hasta ese momento tuvo tiempo de maravillarse de la proeza que sus hombres habían logrado la noche anterior, todos se habían mostrado valientes y todos dispuestos a dar su vida por su señor. Eso llenó de orgullo al eslavo y por un segundo se quedó agradeciendo a su Dios ya que la noche que caía sobre las llanuras de panonia era extremadamente clara y tranquila, con estrellas titilantes y una luna hermosa, pero sobre todo, sin la terrible sensación del confinamiento y el asedio. Aquellos exiliados dacios dormirían sin saberse enjaulados por primera vez en mucho tiempo, aunque no podían celebrar ni confiarse, puesto que aún quedaba latente el temor a un ataque sorpresivo por parte de las hordas de Nimrood.

Mislav por fin llegó a la tienda de los monjes y ahí los encontró rezando. Se unió a ellos y esperó paciente para poder charlar un poco antes de enviar a sus tropas a dormir. Fue una media hora después de la puesta del sol cuando Mislav tuvo su momento a solas con el monje Benedictino. Entonces le habló de este modo:

— No quiero dormir hermano, pues temo que mis sueños se tornen pesadillas y se revivan los momentos terribles de los que he sido testigo. La noche anterior vi cosas que no puedo explicar y que contradicen todo lo que me enseñó la vida y sus escuelas.

El anciano hizo un gesto extraño de complicidad y con gran esfuerzo logró poner su mano en el hombro del guerrero.

— Hijo mío, yo también he visto cosas que seguramente harían enloquece a un hombre normal, sin embargo, jamás temí, porque el señor siempre está conmigo y me hace fuerte. No dejes que nadie saque a Dios de tu corazón. Recuerda que sin él, somos seres vacíos y sin destino, como un barco sin velas ni amarras.

El Imperio SagradoWhere stories live. Discover now