Cap. 2.4 - Nimrood

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Nimrood



Dentro del aquel caos que invadió a Apollum, solo la voz de Savo quedó para darle una dirección a las ideas desbocadas de la gente. Les daban instrucciones a gritos y les hacían tener una misión en mente para no caer presas de la locura.

Fue cuando nació del caos un rechinido que comenzó suave como una puerta que se abre lentamente y se fue haciendo más fuerte y violento hasta que acabó en un estruendo que cimbró a todos hasta los huesos. Era posiblemente la caída de una enorme puerta de madera o quizás de un puente que se desploma de súbito. Todos pidieron a su Dios no estar oyendo la caída del puente de entrada de la ciudad, pero sabían que tan atronador sonido no podía ser de otra cosa.

— ¡El puente! — gritó Savo —. Lo han abierto.

Azhar arribó al sitio en aquellos momentos y arrugó la cara y apretó los puños mientras otro soldado daba un paso al frente y sollozaba al borde de la histeria.

— La neblina protege al enemigo, sus soldados fantasmales pueden atravesar murallas y su magia los hace inmortales

Las miradas de Azhar y Savo se tornaron iracundas y el general fue quien se adelantó a hablarle así al aterrado hombre.

— ¡Cállese soldado! Si vuelve a pronunciar una palabra lo mataré yo mismo. Rápido, tomen sus escudos y ayúdenme a formar una falange.

Las hordas enemigas, aparecieron entre la niebla para asaltar la ciudad abierta e indefensa como una bestia herida de muerte. Azhar no tardó mucho en escuchar las campanas de la iglesia retumbar y resonar con alaridos que atravesaron el llano entero en cuestión de segundos. Fue como si por cada campanada brotaran más y más soldados de la espesa niebla, los cuales atravesaron el enorme umbral de Apollum armados con lanzas y escudos, y vestidos con uniformes negros y yelmos de cuero y metal del mismo color, lo cual los hacía parecer como sacados de una leyenda de terror del oriente. Como esos cuentos de hordas fantasmales que atraviesan las puertas del infierno, del mismo modo se sentían brotar de la oscuridad aquellos inhumanos guerreros. Savo enseguida lanzó su grito de guerra y levantó su espada intentando encorajinar a sus guerreros y no verlos caer presas del pánico. Pero el intento no fue tan fructífero como lo esperaba, los soldados dacios estaban aterrados y algunos daban pasos hacia atrás como si lo único que les pasara por la cabeza fuera huir.

— Arqueros — gritó Savo y mirando a las murallas hizo aspavientos hasta que por fin vio bajar la primera flecha rumbo a puente, donde los enemigos ya estaban pisando el suelo de Apollum, entonces a esa flecha siguió otra y otra más y en un segundo una lluvia de flechas les cayó sobre el puente y les dio a los dacios un poco de tiempo para reaccionar. Savo se volvió a sus hombres y la sangre que bombeaba desde su corazón hizo saltarle las venas de la frente y cuello. Poniéndose el casco de guerra les gritó:

— Soldados de Dacia llegó el momento de convertirse en leones... ¡Empujemos a los enemigos y cerremos el maldito puente!

Savo gritó con todas sus fuerzas ordenando a los arqueros de la muralla detener el asedio y entonces se alistó para el impacto frontal. Muchos enemigos yacían muertos o heridos en la avenida de entrada, pero eran aún más los que había logrado pasar. Los ominosos guerreros estaban protegidos con escudos fuertes y sus armas lucían poderosas. Sin miramientos se lanzaron a la matanza, pero la guardia dacia había formado una fila y ahora se fortalecían unos a otros y el impacto contra los enemigos no fue tan sangriento. Lanzas, espadas y hachas, todo fue desenfundado y en un segundo ya se habían manchado de rojo. Lamentablemente, sería cuestión de tiempo para que la fila defensiva de los dacios fuera destruida. Azhar se lanzó también al combate cuerpo a cuerpo y enseguida hizo honor a el apodo que los Dacios le habían puesto "el incansable", pues peleó tan bravo que marcó una ligera diferencia y con todos los cadáveres y la fila defensiva se formó un cuello de botella que frenó momentáneamente el avance de la caballería enemiga. Y es que el árabe era tan veloz en sus movimientos que se adelantaba a los ataques de los enemigos y los mataba antes que estos pudieran siquiera defenderse. El joven parecía protegido por alguna deidad ya que hasta las flechas y lanzas que le dispararon fallaron y enseguida hizo retroceder a la horda enemiga con la ayuda de sus compañeros.

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