Cap. 5 - El bosque de roble

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Capítulo 5.- El bosque de robles

Abberfraw, Gwynedd – Hoy País de Gales




El edificio de la catedral de Abberfraw estaba prácticamente abandonado y la normal concurrencia que solía verse el templo en los tiempos de junio había desaparecido. En su lugar quedaba un tiradero de folios y restos de bancas apiladas a los costados de la puerta, así como todo tipo de artículos personales que de un momento a otro se habían convertido en basura. Aquel había sido el escenario de un violento desalojo de refugiados, seguramente durante la toma de la ciudad y lo que había quedado parecían los restos de un extraño huracán que se llevó a la gente pero dejó revueltas sus pertenencias.

La luz del sol ya comenzaba a apagarse y los diminutos vanos en los gruesos muros del templo iban perdieron relevancia y se convertían lentamente en pequeños pozos de oscuridad, creando un tenebroso escenario en el que lo único que sobresalía era una enorme y pesada mesa alumbrada por un candelabro de doce brazos, y en la cual estaba sentado el siniestro obispo Lydawc. Absorto curioseaba entre un manojo de vitelas de rara procedencia, cuando un hombre entró por la puerta principal y atravesó el pasillo para acercarse a paso veloz hasta él. Portaba una armadura ligera y botas con placas de metal, pero sus pies casi no hacían ruido, cosa rara en un piso de baldosas en el que solía resonar cada golpeteo o pisada y hacer ecos en todas las direcciones. Cuando el hombre por fin estuvo frente a Lydawc ambos se vieron a los ojos y el recién llegado comunicó una mala noticia solo con un simple movimiento de negación de su cabeza.

— ¿Que ha sucedido Leónidas?

Preguntó en griego Lydawc y el hombre misterioso salió de la penumbra para acercarse a la mesa y hablar en el mismo idioma, pero de forma susurrante.

— Tenías razón, Mislav y el chico estaban en las montañas. Escondidos como ratas, pero los ingleses los hicieron salir de su hoyo.

— El hecho que estés aquí sin un prisionero me hace pensar que escaparon nuevamente.

— Mislav conoce estas montañas y sabía de una ruta secreta. Una que fue difícil de seguir, pero al final logré encontrar su rastro llegando al valle. Sus huellas parecían ir al sur, pero tarde fue cuando descubrí que los caballos estaban viajando solo con bolsas llenas de rocas.

— Vaya que es astuto el hombre. Entonces Lance y su madre viajan a pie.

— Y los príncipes — añadió Leónidas y el obispo se sorprendió en sobremanera con aquella información.

— ¿Los príncipes viajan con ellos? Eso sí que es una coincidencia afortunada. Capturaremos dos pájaros con la misma trampa y los ingleses te ayudarán de forma gratuita.

— Ellos ayudarán a custodiar los puertos.

— Así es, pero no es necesario custodiar los puertos. Ellos abandonarán Gales esta misma noche y no lograremos formar un cerco para detenerlos a tiempo. Pero al menos sabemos a dónde van.

Leónidas asintió y mostró sus asquerosos dientes manchados y secos. Él era un hombre de rasgos árabes, delgado y muy alto, de piel pálida y ojeras marcadas. Con su voz susurrante, como una serpiente, habló de nuevo y estas palabras escaparon de sus labios inanimados y cuarteados, casi petrificados.

— No volveré a fallar.

Lydawc asintió y en aquel momento se escucharon golpes en la puerta. Lydaw alzó la cabeza sonriendo malévolo.

— Bien, parece que el general del ejército ingles ya está aquí. Déjame hablar con ellos y recuerda lo importante que es dejar al menos uno vivo para llevar nuestro mensaje a Coelful.

El Imperio SagradoWhere stories live. Discover now