Cap. 8.4 - El ángel oscuro

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Bahía de Chipre




Mislav, herido nuevamente de gravedad, lanzaba ayees silenciosos y gemía tembloroso mientras Lance remaba con todas sus fuerzas y se alejaba del puerto. Una vez más, el joven volvió la vista atrás y lloró al recordar a su abuela tendida sobre los barrotes del muelle y vertiendo su sangre al mar. Pero ya ni siquiera se miraba la costa y mucho menos el cadáver. Y es que la neblina aún no se disipaba, aunque al menos ya había dejado de ser oscura para convertirse en una nube gris, diluida como la cortina de la cama de una reina, así, ligera y flotando danzante para proteger el puerto de la miradas de los marinos de las aguas.

Lance lloró y no sintió complejos al hacerlo. Su alma estaba destrozada y su odio se canalizaba en sus brazos en cada brazada que los apartaba velozmente del peligro. El maestro, por su lado, alzó su cabeza un poco y en su agonía logró preguntar.

— ¿A dónde vamos?

— A Grecia.

— No, no se puede llegar en un bote de remos a Grecia, tenemos que buscar un barco que nos lleve. Es una travesía de al menos diez días.

— Podemos hacerlo, solo necesitamos una vela.

Mislav arrugó su frente y negó con la cabeza mientras volvía a mirar su herida amoratada en su hombro.

— No funciona así Lance, necesitas un timón, un mástil, mucha agua dulce y buena fortuna para navegar. Será mejor bordear la costa buscando una embarcación adecuada.

El joven asintió con suma congoja mientras el eslavo miraba al cielo para deducir la posición del sol.

— Volvamos a Bizancio, toma aquel rumbo — y apuntó con su dedo hacia el norte.

El eslavo tomó su hombro izquierdo con la mano derecha y palpó para encontrar irregularidades en sus huesos, una vez que sintió el dolor y la ruptura bajo su piel, volvió a hablar de este modo:

— Ayúdame Lance. Tienes que tomar mi brazo y acomodarlo en su posición original. Tienes que hacerlo o no podré volver a usarlo.

Lance miró el dolor en el aura de Mislav y sus tonos violáceos se oscurecieron un poco más. Finalmente tomó mucho aire y con el corazón latiendo arrítmico dentro del pecho, se decidió a hacer aquello que siempre había querido. Ser valiente y fuerte ante el escudo de hielo de los sentimientos de su maestro.

— ¿Enserio quiere que lo toque?

— Sabes que lo necesito — respondió confundido Mislav.

— Puedo contar con una sola mano las veces que me ha pedido tocarlo o he tenido que hacerlo por necesidad. Ahora comprendo por qué. No deseaba que yo escuchara sus secretos.

— Lance, este no es el mejor momento para reproches.

El joven palpó los huesos rotos lentamente y enseguida supo qué hacer. Mislav sintió disminuir el dolor solo con aquel contacto.

— No es un reproche. Solo quiero decir que... usted siempre ha sabido que puedo aliviar su dolor cuando lo toco, pero nunca quiso ser curado.

— ¿De qué hablas? — se quejó el hombre —. Te estoy pidiendo que cures mi brazo ahora.

— No hablo de su cuerpo, sino de su espíritu — Lance tomó aire y miró fijamente aquellos ojos azules llenos de incertidumbre. Luego agrego —. Puedo ver su espíritu. Jamás vi uno que albergara tanta amargura y dolor. Las manchas negras en la luz de su espíritu son culpas por los hombres muertos, ahora lo comprendo, y los colores violetas son las tristezas. Solo de eso está hecho su espíritu.

El Imperio SagradoWhere stories live. Discover now