Cap. 7.5 - Los niños blancos y la niña roja

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Los niños blancos y la niña roja

Sacro Imperio Central (hoy Francia)



Dos rostros que resultaban sumamente familiares para Lance aparecieron caminando en la niebla brillante de medianoche en un oscuro bosque. Era el joven (al menos en apariencia) Nimrood, vestido con su habitual túnica larga estilo jesuita y su aprendiz, la pelirroja de cabello corto y grandes ojos azules, la cual vestía con su sobreveste parecido a la toga de un acólito.

Ambos iban de la mano pero en silencio, sumidos en una profunda reflexión en la que muy pocas palabras liberaban de sus bocas y era evidente que algo les causaba angustia. Quizás se dirigían a un lugar peligroso o quizás volverían a asesinar, tal como hicieron en la visión del leproso.

Por fin su destino se hizo visible entre los árboles, era una vieja casona cuyos terrenos abarcaban una gran extensión de tierra y se encontraba cercado por una verja de hierro que le daba aspecto de prisión. La niebla se arrastraba también por los patios interiores del recinto y el silencio sepulcral se veía interrumpido solamente por algunos animales del bosque y sobre todo, por el corazón de la chica que daba saltos dentro de su pecho. Como si intentara escaparse.

Aquel era un panorama tenebroso en verdad. Desde las sombras, algunas siluetas parecían acechar y el viento soplaba violento. El aullido de un lobo los alcanzó e hizo ponerse en guardia a la mujer, la cual revolvió la vista entre los árboles mientras sus pupilas crecían hasta ser enormes posos de oscuridad. El hombre la miró con ojos piadosos y la tranquilizó de esta manera.

— No temas Némesis, los animales de la noche nos pertenecen. Nos protegen y nos ayudan. Teme a los hombres, son ellos los que asesinan, roban y corrompen. De ellos es de quien tienes que cuidarte.

— ¿Dónde estamos?

Preguntó la joven con voz grave y Nimrood la miró a los ojos para hablarle de este modo.

— Estamos en el corazón del Sacro Imperio, en un orfanato cerca de Reims, donde traen a los niños que no tienen padres ni hogar.

— Como yo.

Nimrood corrigió.

— Tú no eres huérfana, tú fuiste entregada a mí al nacer pues tus padres no podían alimentarte. Ellos decidieron sacrificar su amor para darte una oportunidad de vivir, y desde entonces yo soy como tu padre y soy tu hogar. Jamás tendrás carencias conmigo.

La joven volvió a mirar al tétrico edificio que tenía enfrente y se preguntó internamente qué habría de encontrar allí. Tenía miedo y sus manos estaban inquietas igual que su corazón. Sus hermosos ojos azules lucían ya cristalizados y su boca exhalaba e inhalaba como si estuviera exhausta. Luego de analizar con ojos temerosos la vieja casona, la pequeña volvió a preguntar.

— ¿Por qué hemos venido?

Nimrood sonrió para mirarla con ternura y paciencia, luego le respondió de forma muy amorosa, cosa que contrastó fuertemente con las palabras llenas de odio que emitió.

— Quiero mostrarte la verdadera naturaleza del Sacro Imperio y de sus sacerdotes. Pero primero te tengo que explicar lo que es un orfanato. Es un lugar en donde les brindan un hogar y alimentos a los que no lo tienen y que no tienen posibilidad de conseguirlo. Es un lugar donde debería reinar la misericordia, la piedad y el amor, pero en lugar de eso... en este lugar se concentra toda la maldad de los cristianos.

La niña lo miró confundida y le apretó la mano mientras el hombre continuaba.

— Este es el edificio principal y es aquí donde están los comedores y los dormitorios. Los patios de juego y los aposentos de los monjes que administran el lugar. Todo parece en orden y aunque el administrador es un poco estricto, no se le puede acusar de un solo delito publico pues la sociedad lo tiene por un hombre recto y fiel a su cristiandad. Sin embargo — hizo una pausa para crear expectación —. Más allá del hospicio, existe otro recinto oculto y al que pocos tienen acceso, solo unos cuantos monjes y el administrador.

El Imperio SagradoWhere stories live. Discover now