Cap. 1 - El primer golpe del Ariete

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Capítulo 1: El primer golpe del Ariete

Costa de Dacia (Hoy Rumania), enero de 856 d.C.



Aquel parecía un faro viejo y sin luz olvidado en la playa, pero en realidad era un pequeño fuerte de guerra de una sola torre. Era pequeño y su cara principal apuntaba hacia el mar. La torre sobresalía por mucho y dejaba en claro que era lo más importante en ese lugar, pues era el viejo centinela que siempre vigila las aguas desde aquella playa. Se había mantenido erguido por muchos siglos y tanto la muralla, como la casa anexa, habían sido construidas mucho tiempo después, solo para hacerle compañía.

Y es que aquella playa había visto tantas y tan violentas invasiones y la cantidad de hombres que cayeron abatidos en sus arenas era tan numeroso, que era en extremo necesario para el reino de Dacia el mantener un ojo vigilante sobre las aguas durante todos los días y noches de todo el año. Por ello, siempre había al menos un hombre en la torre y aquella noche no fue la excepción.

Cuando la luna pasó del cenit, un hombre de complexión delgada y manufactura defectuosa, salió de la casa y se dirigió a la torre para hacer la siguiente guardia. El hombre pasó por el claustro apenas iluminado por dos anémicas antorchas y en su camino tropezó con una escoba atravesada a modo de trampa, seguramente puesta como broma por el guardia anterior. En su caída, el hombre lanzó una maldición que rebotó en los altos muros, creando una extraña oración responsorial de ecos, la cual rápidamente se escapó hacia la oscuridad del cielo. El guardia se levantó con torpeza y, con ese eterno fastidio que se le había quedado impregnado en la expresión, subió por unas estrechas escaleras adosadas a la muralla y llegó al andador superior, donde se dispuso a hacer la obligada ronda de seguridad. Recorrió la muralla con apenas quinientos pasos y finalmente subió a la torre, desde donde hizo un recorrido con la vista hacia los cuatro puntos cardinales. Hacia el sur estaba el mar negro y al norte el hermoso y fértil valle de Romania, el cual en este momento dormía bajo un manto de profunda oscuridad.

Al mirar de nuevo al mar, el hombre se quedó congelado contemplando el maravilloso paisaje frente a él. Era el gigantesco Ponto Euxino (mar negro) el cual lucía aquella noche tan tranquilo como una bestia hibernando y el chasquido de sus olas apenas llegaba como un murmullo a la muralla. Era muy raro contemplar el mar en absoluta calma y con tanta claridad, pero es que la luna llena iluminaba cual si fuera una gigantesca antorcha de luz azul suspendida sobre el horizonte y su reflejo sobre el mar lucía casi intacto. Raro en un mar en el cual el reflejo de la luna parecía siempre un manchón de tinta blanca y brillante desmembrándose a capricho de la marea. Incluso las constelaciones ayudaban un poco con su luz, ya que lucían tan intensas, que se podían apreciar perfectamente los detalles en el manto, como si recién las hubieran pintado los dioses antiguos.

Cualquier otro hombre, quizás se habría detenido a admirar lo hermoso que lucía el Mar Negro aquella noche, pero ese no fue el caso. Y es que aquel torpe guardia era un hombre supersticioso y a pesar de su reciente conversión al cristianismo, aún temía a la eterna guerra librada entre los antiguos dioses eslavos del día y de la noche, en la cual jamás había treguas. Por ello se quedó ahí mirando el cielo con angustia en sus ojos y buscando aves negras que sobrevolaran la muralla.

Era bien sabido que el dios de la noche enviaba sus espíritus en forma de aves negras para recoger las almas que deseaba llevarse y aunque las enseñanzas cristianas dictaran lo contrario, él seguía buscándolas siempre que le invadía un mal presentimiento.

Para su alivio, no pudo ver una sola ave, pero sí descubrió lo que a primera vista le pareció una mala broma de su imaginación. Una cortina de oscuridad comenzó a elevarse sobre el horizonte oriental y devoró las estrellas más lejanas una a una. Era como un gigantesco manto ciñéndose sobre la bóveda celeste. Entonces corrió a toda prisa para moler a golpes la puerta del dormitorio de su señor, la cual era la única habitación privada de la casa.

El Imperio SagradoWhere stories live. Discover now