Cap. 2.2 - La profecía

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La profecía



El joven hizo una reverencia y se despidió perdiéndose rápidamente entre las casas de madera, entonces Mislav se dio media vuelta y abrió la puerta de la iglesia de un empujón y sin medir sus fuerzas, de modo que su acción provocó un tremendo impacto cuando la pesada puerta golpeó al final de su rango de abatimiento. Al oír el escándalo que había logrado con su explosión de ira, el eslavo se calmó y respiró profundo para luego entrar en completo silencio al templo. Después de todo, con el único que no deseaba acabar mal aquella noche era con el misionero Benedictino. Sin embargo, la entrada del eslavo no había pasado desapercibida, mucha gente que descansaba en las bancas lo estaba mirando y todos con rostros miserables llenos de desesperanza. Eran fieles que acudían a todas horas a rezar un poco y escuchar las palabras de los evangelizadores.

Mislav los rodeó y caminó hacia el fondo, donde estaba un joven religioso que dirigía una oración responsorial. El blanco debía esperar a que éste terminara la secuencia si deseaba ser atendido, pero no contaba con tanto tiempo así que decidió entrar a la sacristía a buscar por sí mismo. El pasillo estaba oscuro y solo brillaba una delgada línea de luz que escapaba por debajo de la puerta, era la luz de una vela que bailaba débil al ritmo de la música que se formaba con los rezos de los feligreses. Mislav llegó hasta ella y tocó con sutileza, entonces una voz senil se escuchó del otro lado y lo invitó a pasar. El eslavo no perdió tiempo y abrió para presentarse ante el religioso, pero el hombre, de aparentes setenta años de edad, en ese momento estaba concentrado escribiendo una carta y no notó que se trataba de la visita de un extraño.

— ¿Hay noticias de...? — dijo, pero no terminó su frase, pues levantó los ojos y se quedó pasmado mirando al desconocido parado junto a la puerta. El monje dejó la pluma de lado y se recargó en la silla mientras Mislav daba un paso al frente.

— ¿Viene a matarme? — preguntó el hombre mientras apretaba con su mano un escapulario que asomaba colgando de su cuello, Mislav tartamudeó pues las palabras se le agolparon en la garganta, pero al final pudo articular esta frase.

— Nada de eso — luego continúo con más fluidez —. No he venido a matarlo sino a salvarlo. El duque Svatopluk de Balaton me ha enviado por usted para llevarlo a Roma.

— ¿Quién eres? — Volvió a preguntar el anciano con evidente desconfianza dibujada en el rostro.

— Mislav de Tholna — respondió el eslavo pero aquella respuesta no pareció tener significado alguno para el monje, así que completó de este modo—. Vengo de la baja Panonia. Pero nací en el antiguo principado de Nitra.

El eslavo había mencionado a Nitra deliberadamente pues sabía que sería una buena carta de presentación ante el Benedictino. El principado de Nitra fue el primer pueblo eslavo en convertirse al cristianismo y se mantuvo fiel al sacro imperio y a Roma hasta que fue invadida por los moravos. Entonces el monje se rascó la cabeza haciendo memoria y luego asintió como si mil imágenes se le vinieran a la mente.

— Yo estuve una vez en el principado de Nitra — dijo por fin luego de desempolvar sus memorias —. Yo... en ese lugar conocí a un buen rey que se convirtió al cristianismo y lo bauticé, a él y a su gente.

Mislav sonrió al darse cuenta que su estrategia había sido acertada, aunque, por otro lado, también revivió algunos recuerdos dolorosos. Al final no tuvo más remedio que continuar con la charla que él mismo había provocado.

— Ese rey era el príncipe Pribina. Murió hace algunos años, asesinado por Rotislav.

El anciano se lamentó con verdadera congoja. Aún no invitaba a sentarse al visitante, pero parecía estar dispuesto a hacerlo cuando considerara justo el momento.

El Imperio SagradoWhere stories live. Discover now