Cap. 7.2 - Brannagah

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Brannagah

Lieja, Sacro Imperio Central, hoy Bélgica.



El cielo sobre las campiñas germanas se había limpiado casi por completo aquel día de Septiembre y se había pintado de un intenso azul ultramar apenas adornado por unas cuantas nubes blancas bordadas muy cerca del horizonte. Era un hermoso espectáculo el de los campos dorados bajo el cielo azul, pero que a la vez permitía a los rayos del sol caer a plomo sobre las cabezas de los viajantes. Esto los hacía sentir como si llevaran un metal ardiendo en la frente y les calentaba incluso los pensamientos. Afortunadamente, la intensidad del sol contrastaba con lo frío del viento y era cuestión de buscar un sitio sombreado para refrescarse y poder así continuar la marcha.

Mislav viajaba al frente y llevaba su disfraz de mendigo, con una túnica larga y mugrosa que cubría su espada y que, según él, lo protegía del interés de exiliados y asaltantes. A Lance no le parecía buena la idea de vestirse de indigente y no lo creía necesario ya que los proscriptos habían intentado robarlos de todos modos. Afortunadamente habían sobrevivido a ellos y sin tener que luchar, pues los bandidos habían corrido aterrados al ver las espadas. De todos modos, la ropa habitual de Lance era humilde y a estas alturas ya estaba muy gastada, de tal manera que empataba perfectamente con el disfraz de Mislav. Sin embargo, Lance no se sentía como un pordiosero y, por el contrario, pensaba que la tierra siempre le daría de comer, los ríos siempre saciarían su sed y en las noches siempre encontrarían algún techo en alguna iglesia o en la ladera rocosa de alguna colina. Pero lo que el joven no sabía, era que los peligros no eran solamente los asaltantes del camino, sino también los soldados, los agentes e incluso los religiosos. La verdad es que Mislav quería alejarse de todos ellos y aislarse en su propio mundo sin tocar el de los demás, esa era su intención y no le importaba vestir con harapos para lograrlo.

Mislav y Lance habían desembarcado en Rotterdam y habían podido salir del puerto para adentrarse en territorio de Luis el germano. Calculaban unos diez días para cubrir los seiscientos kilómetros que los separaban de München y no querían detenerse ni para comer. Mislav en verdad no le gustaba pisar el Sacro Imperio y llevaba tanta prisa que en ocasiones dejaba atrás en la marcha a su aprendiz. El cual se mostraba maravillado por los paisajes que aparecían ante sus ojos.

En eso estaba el joven, admirando la campiña cuando aquel campo sembrado con trigo cambió abruptamente para volverse un paisaje en tonos de sepia y con un cielo oscurecido por un humo negro y asfixiante que cubría todo el cielo. Bastó una ráfaga fuerte de viento para que se abriera una ventana en la cortina de humo y se reveló frente a Lance un campo sembrado con cadáveres despedazados en medio del campo quemado. Era imposible distinguir hasta donde llegaba la alfombra de cadáveres ya que estos se perdían en la lejanía, pero se podía apreciar que eran miles, decenas de miles quizás y todos mutilados y quemados por algún arma incompresible para Lance. Era una escena aterradora que lo hizo llorar y lo lanzó al suelo abatido y atormentado con total desesperanza y deseando arrancarse incluso los ojos para no verlo.

— ¿Qué pasa? ¿Visiones de nuevo?

Preguntó Mislav y Lance asintió mirando con rumbo de sus propios pies.

— ¡Vamos levántate! — ordenó el eslavo algo molesto.

— No puedo... No sabe usted lo que mis ojos ven. Es demasiado aterrador... es como el apocalipsis.

— Tienes que ser fuerte. Si no puedes soportar unas simples visiones, entonces jamás podrás enfrentar un escenario real de guerra. ¿Cuándo te ataquen y tus compañeros estén cayendo muertos o mutilados que harás? ¿Lanzarte al suelo a llorar? Anda ponte en pie y enfréntalo.

El Imperio SagradoWhere stories live. Discover now