Cap. 6.4 - San Lázaro

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La isla de los leprosos

Isla de San Lázaro, Estados papales (hoy Italia)



Un joven hombre con larga túnica estilo jesuita, caminaba por una larga playa junto a una chica quizás de unos quince años de edad. Ambos parecían sumidos en una profunda reflexión y contemplación en la que pocas palabras se decían. Luego de largas horas de caminata, llegaron por fin a un monasterio construido en una colina y frente a él se detuvieron para observar su muralla y los edificios que sobresalían por el antepecho. Todo el complejo parecía un anciano olvidado y moribundo que apenas da señales de vida.

El hombre, quien tenía ojos negros piadosos y piel extremadamente pálida, habló por fin dirigiéndose a la chica y lo hizo con una voz tan suave y apacible que era digna de un padre amoroso cuando le habla a la hija amada. Cosa extraña ya que, en apariencia, la diferencia de edades no rebarbaría los seis años, siendo él el mayor.

— Hemos llegado, ¿Estas preparada para lo que vas a ver?

La joven alzó sus ojos azules y los clavó en los de su tutor, estaba tan silenciosa y melancólica que su expresión podría confundirse con miedo, pero aun así, asintió con convicción y parpadeó un par de veces como sacudiéndose las imágenes en su mente.

— Maestro, ¿Después de visitar el monasterio volveremos a casa?

El hombre la miró con algo de frialdad.

— Aún no hija mía. Debo mostrarte algo más antes de regresar a casa. Necesito que seas fuerte y te prepares para conocer los oscuros secretos de este mundo, el cual ha sido presa por la maldad de los hombres y su ambición.

— Soy fuerte.

— Lo sé — finalizó el joven mientras le acomodaba a la joven sus cabellos rojos como de fuego. La chica llevaba el cabello corto y sería fácil confundirla con un niño si no fuera porque estaba vestida con una sobreveste parecido a la toga de acolito pero en marrón, además de tener esos ojos enormes con forma de almendra y largas pestañas rizadas.

El hombre de la túnica caminó hacia afuera de la playa y tiró de la chica para llevarla rumbo al tétrico monasterio de la colina. Enseguida notaron que las puertas estaban abiertas y a simple vista, el interior parecía desprovisto de vida. Era como un pueblo fantasma en una isla desierta, pero enseguida lograron ver una silueta que se movió entre los empolvados edificios y luego miraron otra y otra más, de modo que en un minuto habían descubierto a una tímida población que se movía sigilosa completamente cubiertos con telas. Como si fueran momias egipcias.

— ¿Quiénes son ellos? — preguntó la joven y su acompañante enseguida la hizo seguir caminando hasta donde estaba un templo antiguo e igualmente deteriorado que el resto del lugar.

— Ellos son hombres y mujeres que cayeron en desgracia y fueron maldecidos con una terrible aflicción que destruye su piel y los deforma. Su apariencia ha dejado de ser humana y ahora se cubren la cara y manos por vergüenza y por miedo al rechazo.

La joven se mostró temerosa y enseguida camino veloz para alcanzar al hombre que la había dejado atrás, él la miró comprensivo y le habló de este modo.

— Escúchame bien, su enfermedad destruye su apariencia pero por dentro siguen siendo seres humanos que sienten y que viven atormentados y sin esperanza. Ahora mismo te llevaré a la sala común y estarás cerca de uno de ellos.

— Tengo miedo de que me maldigan también.

— No lo tengas, tu perteneces a una rara estirpe descendiente de los grigoris y como tal, eres inmune a la enfermedad, no tienes nada de que temer. Tienes que ver a estas personas no por su apariencia física, sino porque lo que fueron y siguen siendo en su interior. No les temas, no te harán daño y al final del día verás que su destino ha sido cruel y despiadado gracias a un libro... un libro llamado Biblia. El mismo contra el que tú y yo vamos a combatir en el futuro. Ahora acompáñame.

El Imperio SagradoWhere stories live. Discover now