Cap. 7.3 - El santuario de los Balcanes

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El santuario de los Balcanes

Baviera, Sacro Imperio occidental, hoy Alemania.



Luego de guardar el pergamino, los dos continuaron la marcha y no tuvieron más problemas durante el resto de su travesía por el sacro imperio. Fueron varios días con sus noches, hasta que ya cerca del monasterio de München, el eslavo ordenó dirigirse al río y buscar algún pueblo que se dedicara a la pesca en aguas dulces. No quiso llegar al monasterio, el cual estaba ubicado en una hermosa colina verde que les llamaba seductora, asegurándoles una comida, una estancia o al menos una misa tranquila, pero Mislav había asumido que a donde fueran habría muerte y no quería exponer a los monjes a un ataque de los Assasiyin. Por ese motivo, pasaron de largo del hermoso emplazamiento y se dirigieron al noreste siguiendo el río, donde la vegetación era mediana y creaba sendas hermosas y naturales que llevaban a varios pueblos pequeños. En alguno de ellos el eslavo planeaba gastar los últimos recursos que le quedaban y comprar una balsa. Para su buena fortuna no pasó demasiado tiempo para encontrar un hacedor de canoas y la idea de Mislav comenzó a tomar forma, aunque, aun así, Lance no lograba entender sus alcances.

Mislav le pidió al artesano fabricante de canoas una en particular pequeña y fuerte, capaz de soportar un viaje largo por el río. Aquello era extraño pues no se acostumbraba a navegar grandes distancias en los ríos y el artesano se sorprendió mucho por lo que le pedían. Algo así no se fabricaba en una noche, requería al menos una semana. Como sea, Mislav no tenía prisa y parecía convencido que el tiempo de espera valdría la pena, así que aceptó gustoso pagar un poco más de lo justo y el trato fue cerrado.

Una semana después, Lance y Mislav partieron en una canoa de remos que rápidamente tomó casi la velocidad de un caballo a medio galope. Pero el hecho de que se triplicara la velocidad de la marcha humana no era la única ventaja, sino que el esfuerzo de remar no era tan demandante como el de caminar, de modo que un simple impulso servía para avanzar ayudado por la corriente. De este modo tenían tiempo para descansar entre remada y remada y ni siquiera era necesario hacerlo en completa sincronía, ya que la corriente hacía casi todo el trabajo. Con aquella balsa podrían andar otros mil kilómetros por lo menos y lo harían en la mitad del tiempo. Claro, no era fácil atravesar cuatro reinos por el río y aunque el vehículo soportara los embates de las corrientes y bancos de arena, era muy fácil ser emboscados entre los bosques e incluso en los pueblos. Por ello serían muy cautelosos y al salir del Sacro Imperio viajarían solo de noche.

Los viajantes se adentraron entonces en las aguas y extremaron precauciones incluso cubriendo la diminuta balsa con ramas, de tal modo que de lejos parecía un trozo de árbol navegando a la deriva por el río, un disfraz que aunado a la oscuridad de la noche resultaba perfecto. Avanzaron de este modo por tramos que duraban hasta el amanecer y entonces se detenían y se escondían en recovecos de las colinas y bosques. Pescaban o recolectaban algo para comer y luego regresaban al río con la puesta del sol. Aquella secuencia se convirtió en su rutina diaria por otros treinta días.

Desde el río Danubio conocieron el pueblo de Passau, en la frontera de Bavaria. También la famosa Viena, luego Bratislava, aunque por todas esas ciudades pasaron de noche. Mislav no perdía oportunidad de contar al joven un poco de historia de los reinos que visitaba el rio. Le contó que Nitra era su lugar de nacimiento, casi sesenta años atrás, y que hoy en día estaba gobernada por Rotislav, el rey de los Moravos. Le contó también la historia de su antiguo rey Pribina y como Rotislav lo había asesinado para robar sus tierras. Lance solo escuchaba historias bélicas por donde quiera que pasaban y comenzaba a preguntarse si existiría un solo lugar en la tierra en el cual reinara la paz.

El Imperio SagradoWhere stories live. Discover now