Cap. 4.5 - El príncipe de los bretones

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El príncipe de los bretones

Montes Cámbricos, Gwynedd, País de Gales.




Lance y su madre caminaron un kilómetro, subiendo la montaña rocosa hasta su pequeña cabaña entre riscos y entre altos pinos que la protegían de las miradas extrañas. Era un sitio en verdad inaccesible y era obvio que Mislav lo había elegido con sumo cuidado y paciencia, quizás después de años de búsqueda.

Cuando estuvieron ahí, Nadejha abrazó al hijo igual lo hacía siempre, de forma asfixiante pero reconfortante. Lance sonrió y luego de recibir un beso en el cabello se apartó para recibir las usuales órdenes de la mandona madre.

— Anda a dormir. Que partiremos en cuanto regrese Mislav.

Lance obedeció, o al menos lo intentó.

La cabaña tenía tres cuartos pequeños y los tres tenían doble función, en el día eran comedor, almacén y cocina y en las noches eran dormitorios. Los tres habitantes dormían en habitaciones separadas pues así lo había dispuesto Mislav y eso hacia fácil, para Lance, el trabajo de escaparse por una ventana cuando no podía dormir.

A escondidas caminó hasta su roca preferida cerca de una cumbre y ahí esperó al sol. Lance no sabía que sucedía cuando el sol se acostaba en el océano y se preguntaba por qué al día siguiente salía por el lado de las montañas. No parecía tener sentido, sin embargo, el espectáculo era hermoso; claro, cuando la neblina permitía verlo, ya que no era raro que todo el territorio se echara a dormir y se despertara tapado por una cobija de nubes grises que no dejaban mucho tiempo si regar a los campos sembrados de Gwynedd.

Afortunadamente, este día no había niebla y se logró ver incluso el estrecho de Menai y sus conexiones con el mar, también logró distinguir un punto de luz tenue en la lejanía. Era un jinete y su caballo que subían por el filo de la cumbrera del Snowdon. El joven enseguida saltó de su lugar y se acercó un poco para ver mejor aquella aura en colores marrón y azul con zonas muy oscuras, casi rozando el negro. Nadie poseía un aura como esa, solo Mislav, por lo que Lance supo enseguida que se trataba de su mecenas. Lo esperó con ansias y al tenerlo cerca pensó en escupir algunas palabras de afecto y darle las noticias que le tenía reservadas pero no pudo, pues sabía que era difícil comunicarse con él cuando se enojaba con Lance o Nadejha por haber roto la planeada y estricta rutina a la que los tenía sometidos y que casi rozaba la dictadura.

Mislav lo vio ahí de pie con el primer rayo del sol y supo que aquel muchacho había pasado la noche en vela, quizás esperándolo como muchas veces hizo en el pasado. Sin un solo gesto de afecto se apresuró a dar la primera orden.

— Llama a tu madre.

El joven asintió con la cabeza y obedeció. Sabía que Mislav no era su padre, que él solo los cuidaba eternamente desde lejos, cual fiel centinela sin sentimientos que solo actúa por una especie de deuda de vida con quien sabe quién. Lance esperaba algún día entender sus motivos y sabía que por ahora, acercársele era enfrentar una barrera de hierro invisible e impenetrable.

Lance se alejó entonces y encontró a Nadejha ya despierta y preparándose para salir de cacería. Llevaba una vara larga de dos puntas con la que solía capturar serpientes y su cuchillo listo.

— Viene el señor Mislav — le dijo y a la mujer se le dibujó su mueca clásica de preocupación. Sabía que estaban a punto de abandonar, luego de cuatro años, otro hogar para huir de nuevo al exilio. Era como arrancarse de nuevo de las raíces para migrar a tierras cada vez más hostiles y crueles.

El Imperio SagradoWhere stories live. Discover now