Escena extra: Herón & Steven

Start from the beginning
                                    

—¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¿Te duele algo? —empezó a preguntar la mujer con evidente preocupación, que había dejado de comer para prestarle atención a su hijo.

—Estoy bien, solo estaba distraído. —Él rio, nervioso.

—¿Seguro? —insistió ella, no convencida por esas palabras—. ¿Te llevo con el médico?

¡Como si tuvieran el dinero para eso!

—No exagere, madre, solo estaba distraído. Lo prometo.

—No estás comiendo, te despiertas por las noches y no me estás prestando atención.

En ese momento, quería romper en llanto. Era evidente que la mujer se daría cuenta de que algo le ocurría, era su madre después de todo. Sin embargo, no podía decirle. No podía...

Simplemente no podía decirle que en ese preciso instante, mientras comían, sus piernas temblaban por debajo de la mesa, que su nuca cosquilleaba, que la habitación se había tornado tan frío de manera inesperada y que algo ascendía y descendía por su espalda, causándole un escalofrío doloroso. Tampoco iba a decirle que mientras dormía, justo al cerrar los ojos, algo se arrastraba sobre las cobijas desde el extremo de la cama hasta quedarse sobre su pequeño cuerpo, inmovilizando.

Contar esas intranquilidades solo causaría preocupación y hacer que su madre lo llevara con algún brujo, especializado en sacar dinero de la gente. ¡Como si ellos pudieran darse esas libertades!

—No es nada —repitió. Alzó la mirada hacia su madre y sonrió con timidez.

—¿No te pasará algo similar a Owen y a los otros niños? Tengo entendido que siguen sin mostrar mejoría... —La mujer quedó pensativa en su asiento—. Por cierto, ¿qué fue lo que pasó esa tarde?

Isaac abrió los ojos con sorpresa, trataba de no pensar mucho sobre el tema. Quería evitarlo. A pesar de que su madre seguía insistiendo, como si esperara a que él contara la verdad sobre el incidente estando a solas; Isaac todavía no podía abrir la boca para contar la verdad.

Aunque no quería tocar el tema, en ocasiones, su curiosidad se volvía tan grande e incontenible que le hacía cometer varias cosas bastante locas. Había intentado llamar al hombre en ocasiones cuando se encontraba solo en el apartamento. Le gritaba a las cuatro paredes distintos nombres, a veces hablaba solo con la intención de ser escuchado y respondido, si fuese posible.

Al no conseguir ningún resultado en sus intentos, cayó rendido, creyendo en la posibilidad de que todo fuese producto de su imaginación, infundado por la habladuría de los mayores. Quizá no debió escuchar a hurtadillas cierta conversación que su madre había mantenido con su buena amiga, la que pronto adquiriría riqueza a manos de un demonio o el mismísimo diablo.

Había creído por un instante en esa noticia cuando, estando en la misma situación económica, esa mujer consiguió todo tipo de lujos de la noche a la mañana. Cuando el desconocido apareció y desapareció dentro de la casa por arte de magia, solo ayudó a afirmar la existencia de seres poderosos coexistiendo con los humanos, como en esos personajes de las caricaturas que tanto le gustaba ver. ¿Había creído en ello porque era un niño de diez años, con las fantasías e imaginaciones propias de su niñez? ¿Tan ingenuo era?

Se rio de sí mismo. Quería creer que lo que había visto no era producto de su imaginación activa o producto de una especie de alucinación. En el fondo ansiaba repetir el suceso solo para saciar su curiosidad, pero también temía los resultados de su fisgoneo.


***

A los pocos días, tras hacer unos encargos de su madre y pasar a comprar pan para la cena, el pequeño Isaac volvió a encontrarse con el hombre dentro de su cuarto, demostrándole que eran reales sus pensamientos. El hombre vestía de negro en su totalidad, sin expresión alguna en el rostro. Tenía en sus manos un cuadro que exhibía una foto de Isaac riendo con su madre.

Cuando los demonios lloranWhere stories live. Discover now