Capítulo 29

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POV KANE

Nochebuena. Ese día en el cual las familias se reúnen para celebrar la festividad. De pequeño me encantaban estas fechas porque era cuando veía a papá. A pesar de que nunca recibí regalos, ni si quiera por mi cumpleaños. Nunca los recibí hasta que llegó Nash, que siempre que pintaba alguno de sus dibujos me los regalaba. Los tengo todos guardados en el cajón de mi mesilla de noche, ya que he creado una especie de álbum con todos ellos, junto con fotos nuestras en las cuales en ninguna aparecen nuestros padres, pero me da igual.

A las cinco de la tarde, viene Autumn a ayudarme a hacer la cena. Ella se va en cinco días a Denver, en donde se quedará para Año Nuevo. Nash y yo no tenemos ningún plan, pero lo solucionaré entreteniéndole con algo, si mi trabajo me da un descanso, claro está. Nos ponemos manos a la obra con el pavo. Ambos estamos sumido en un silencio algo incómodo, pero ninguno hace nada para solucionarlo. La última conversación que tuve con ella me dejó algo tocado. Nunca le he dado motivos para que desconfíe de mí y me dolió cuando dijo "al menos no contigo". ¿Qué mierda significaba eso? Desde entonces me he centrado en trabajar, y dado que Nash ya tiene ocho años le estoy empezando a dejar solo en casa progresivamente cada vez que tengo que irme.

Cuando metemos el pavo en el horno y ya no hay nada que hacer salvo esperar, Autumn se gira para mirarme a los ojos. –Lo siento muchísimo, Kane. No quise decir eso...

–Está bien– la interrumpo antes de que termine la oración.

–No, no lo está. Te hice daño cuando lo único que intentaba decirte es que no estaba preparada para hablar de eso y por eso lo siento.

–Siento haberte presionado– susurro.

–No lo hiciste. Te juro que te lo contaré, pero ahora no puedo.

–Cuando te sientas lista– la beso en la frente. He echado de menos su olor estos días.

–Te he echado de menos– susurra, leyéndome la mente.

–Yo a ti también.

Junto nuestros labios, besándonos con necesidad. Da un poco de miedo el necesitarnos tanto, cuando solo hace dos días que nos vimos por última vez. No es que seamos muy dependientes el uno del otro, sino que es como si estar juntos nos transmitiera calma. Además, muchas veces sobran las palabras con ella, a veces con una mirada o un simple beso me lo dice todo. Al igual que en este momento, que silenciosamente me está diciendo que me quiere.

Nash se acerca a nosotros, tirando un poco del dobladillo de mi camiseta. –Papá, la tele no furula.

Nos separamos y Autumn baja la mirada avergonzada. Aún no está acostumbrada a las interrupciones de Nash, a pesar de que se dan muy a menudo.

–¿Qué te he dicho sobre interrumpirnos?– pregunto, desarreglándole el pelo.

–Que no puedo hacerlo a no ser que la casa esté ardiendo– responde de memoria, aburrido.

Autumn se ríe arrugando la nariz, haciendo que se le marquen las pecas más de lo normal. Dos palabras: jodidamente adorable.

–Eso es. Ahora voy– digo, distraído, mientras observo a Autumn.

Nash se da la vuelta y vuelvo al salón junto a Autumn. –¡Se me ha ocurrido una idea!– chilla éste.

–¿Cuál?

–¿Me dejas que te haga un dibujo en la escayola, Autumn? Así cuando la mires no recordarás el haberte echo daño, sino que miraras el dibujo y te acordarás de mí– ruega Nash, sorprendiéndome una vez más. Mi hijo nunca dejará de sorprenderme ante sus ideas.

Autumn vuelve a sonreír con una de sus maravillosas sonrisas y asiente. Mientras, yo arreglo la tele que resulta que se había desenchufado uno de los cables de la parte trasera. Nash le pinta un bonito dibujo de los tres y después pone el nombre de cada uno encima de cada monigote.

Sacamos el pavo y nos sentamos a cenar mientras hablamos de cosas triviales. Me sorprendo gratamente cuando Nash menciona haberse echo amigo de unos mellizos que se han mudado a la casa de al lado de la nuestra. Al parecer, llegaron ayer por la mañana a su nueva casa. Sonrío cuando nos cuenta que son un chico y una chica mellizos, y que son iguales excepto en por el género. Dice que le gustan los bichos, al igual que a él y que después de las vacaciones de navidad van a ir al mismo colegio que él. Me alegra saber eso. Nash merece unos amigos que le quieran tanto como le queremos nosotros.

Después de cenar, recojo la mesa mientras Autumn enseña a jugar a Nash a las cartas, que resulta ser un gran aprendiz, ya que a la tercera ronda ya le gana. Suerte que Autumn no es competitiva. Un rato más tarde, me uno a ellos y juego una partida.

–Nash– le llamo mientras terminamos de jugar la partida –Es hora de irse a dormir. Esta noche viene Papá Noel y si estás despierto no va a dejarte regalos.

Asiente rápidamente, ya que aún cree en la existencia de Santa Claus y no pienso chafárselo. –Papi, ¿puedo dejarle leche y galletas?

–Por supuesto.

Le acompaño a la cocina, en donde llenamos un plato de galletas y un vaso de leche. Después, lo ponemos al lado del árbol de Navidad y le pregunta a Autumn: –¿Puedes leerme un cuento?

Me tenso, esperando la respuesta de Autumn. –Puedo leértelo yo si quieres, Nash.

–Pero yo quiero que me lo lea Autumn– murmura mirando al suelo.

–Claro que te lo leo, chiquitín– responde ella, sonriéndole. Juro que a veces creo que alguien nos ha enviado a Autumn para alegrarnos la vida.

Se retiran del salón y yo les sigo en silencio. Por la rendija de la habitación del cuarto de Nash, veo cómo Autumn le lee un cuento infantil a Nash, los típicos que tienen un príncipe azul, una princesa y todo eso. Cuando se queda dormido, se me ablanda el corazón cuando veo cómo le da un beso en la frente y le arropa para que no pase frío. Se da la vuelta para salir de la habitación y me alejo para que no me vea.

Llega al salón, donde me encuentro, y la sonrío como si me fuera la vida en ello.

–Quédate a dormir– murmuro ahora que estamos solos.

Asiente con la cabeza y me da un beso en uno de mis hoyuelos. Antes de irnos a la habitación, se come las galletas y se bebe la leche mientras yo dejo los regalos bajo el árbol. Una vez en mi cuarto, nos metemos bajo las sábanas y, antes de que se quede dormida, cojo un rotulador permanente negro.

–¿Puedo?– pregunto señalando su escayola, ahora pintarrajeada por Nash.

Asiente sonriendo mientras me acerca su brazo. Destapo el rotulador y, en el único hueco que queda libre escribo:

Te quiero.

JUNTOS ©Where stories live. Discover now