Cuarta Parte: EL SEÑOR DE LA LUZ - CAPÍTULO 149

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CAPÍTULO 149

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CAPÍTULO 149

Al final del enorme recinto, apenas iluminado por la escasa luz solar que se filtraba por las altas ventanas del Templo, había un sitial de piedra. Un hombre vestido de negro estaba sentado allí. Su mano derecha jugueteaba con una daga, su mano izquierda sostenía una cadena. Al extremo de la cadena había un bulto acurrucado a sus pies.

Colib se puso pálido al reconocer el bulto. Akir sintió las lágrimas brotando de sus ojos. Randall apretó los dientes y avanzó con la espada en alto. Inmediatamente, el Supremo tomó a su prisionera por el cabello y apoyó la daga en su cuello. Zenir estiró un brazo y detuvo al enceguecido Randall con una mano en el pecho.

—Sabía que vendrían a verme— dijo Guilder, despreocupado—. Pero pensé que vendría Lug en persona. Él y yo tenemos asuntos pendientes que resolver.

Luego tironeó más el cabello de Ana hacia arriba, obligándola a ponerse de rodillas. Se acercó a su oído y le dijo:

—¿Ya viste? Tu héroe no vino a rescatarte. Después de todo lo que hiciste por él, a él no le interesas.

Zenir sintió que todo el cuerpo le temblaba al verla así. Ana estaba totalmente desnuda, su cuerpo cubierto por magulladuras y cortes sanguinolentos, su pelo sucio y enredado, su mirada perdida, sus labios ensangrentados. La cadena que Guilder sostenía en su mano estaba unida a un collar de hierro que rodeaba el lastimado cuello de Ana. Sus muñecas estaban aprisionadas por grilletes unidos con una gruesa cadena.

—Ana...— murmuró Zenir en un gemido—. Oh, Ana...

Ana no respondió a su nombre. Ni siquiera levantó la vista hacia su abuelo.

Guilder sonrió con malicia hacia el Sanador, deslizando con cuidado la daga por el cuello de Ana. Luego, sin previo aviso, le hizo un corte en la mejilla derecha. Ella gimió de dolor y Randall dio un grito, se soltó del brazo de Zenir que lo sostenía y avanzó hacia Guilder.

—¡Randall!— le gritó Zenir—. ¡Detrás de mí! ¡Ahora!

—Escucha al viejo, soldado— le dijo Guilder, volviendo a poner la daga en el cuello de su víctima—. El cuello de esta puta es muy frágil.

Randall se detuvo en seco, la respiración agitada, haciendo un gran esfuerzo para controlarse.

—Detrás de mí— le volvió a ordenar Zenir.

Randall lo miró disgustado. ¿Qué pensaba que estaba haciendo Zenir? Él era un Sanador desarmado, ¿qué podía hacer más que sanar las heridas de Ana? ¿Por qué no le dejaba a él el control de la situación?

Zenir sostuvo la mirada furiosa de Randall por un largo momento. Finalmente, Randall resopló y obedeció con gran reticencia.

—Tú eres el abuelo, ¿no es así?— le preguntó Guilder—. ¿El padre de esa bruja de Ema?

Zenir no contestó, el rostro impasible.

—Era buena en la cama, no tan buena como su hija, sin embargo. Las generaciones de putas van mejorando. Aunque violar a Ema era más fácil que violar a esta perra de aquí— comentó, tironeando la cadena unida al collar de hierro—. Al principio se acostumbró bastante, pero después llegó Lug y le metió ideas rebeldes en la cabeza, una lástima.

Randall sentía que la sangre le hervía en las venas. Zenir permanecía impasible, una estatua, la respiración tranquila y concentrada.

—Este es un Templo, señores— continuó Guilder—. No se permiten armas. Voy a tener que pedirles que las arrojen al piso. De lo contrario...— amenazó, señalando la daga sobre el cuello de Ana.

—Si crees que...— comenzó Randall.

—Hagan lo que dice— lo cortó Zenir con voz helada.

Primero, se escucharon las espadas cortas y puñales de Akir y Colib rebotando en el piso de piedra pulida, y por último, la espada de Randall.

—El viejo es inteligente— aprobó Guilder.

Por toda respuesta, Zenir cerró los ojos y relajó su cuerpo.

—¿Qué está haciendo?— le murmuró Randall a Akir. Akir se encogió de hombros.

Después de un largo momento, Zenir abrió los ojos:

—Ésta es la única advertencia que vas a recibir: —habló el Sanador en tono gélido— Suelta a Ana de inmediato y te daré una muerte rápida, o prepárate a sufrir una agonía inimaginable.

Guilder explotó en una estruendosa carcajada.

—Me retracto, no eres tan inteligente como pensaba. Solo un tonto hace amenazas vacías.

A Zenir no se le movió un pelo.

—¿Cuál es tu respuesta?— preguntó el abuelo.

—Ésta es mi respuesta, viejo— dijo Guilder, levantando la daga para clavarla en el pecho de Ana.

—¡¡¡No!!!— gritaron Randall y Akir a coro.

Pero la daga nunca alcanzó a tocar el pecho de Ana, sino que cayó al suelo ante la mirada asombrada de Akir, Randall y Colib. Guilder lanzó un gemido sorprendido y sostuvo su mano derecha con la izquierda.

—¿Qué...?— comenzó Guilder, pero su voz se cortó ahogada de repente. Desesperado, trató de inclinarse para alcanzar nuevamente la daga, pero el cuerpo no le respondió y cayó rígido hacia un costado. Lágrimas de dolor corriendo por sus mejillas.

—Como verás, mis amenazas no son vacías— dijo Zenir.

—¿Qué le hiciste?— preguntó suavemente Akir desde atrás.

—Soy un Sanador— explicó Zenir—, puedo restaurar los tejidos dañados, puedo hacer crecer tejidos donde hacen falta... y también donde no hacen falta—, y luego a Guilder: —Te dejaré respirar por un tiempo más, mientras sigo haciendo crecer tejidos donde no deben estar hasta que el dolor te lleve a rogarme por la muerte.

Pero Guilder no estaba en condiciones de rogar por nada, apenas podía respirar. Randall paseó la mirada entre el impasible Zenir y el agonizante Guilder. Sin pensarlo dos veces, tomó el puñal que todavía estaba enganchado en su cinturón, el que Zenir había rechazado, y lo arrojó con fuerza a Guilder. Su puntería largamente entrenada llevó al puñal a su destino sin errores. Guilder cayó muerto al instante, el mango del puñal sobresaliendo en medio de sus ojos.

—¿Qué crees que haces? ¡No tenías derecho!— protestó Zenir, enfurecido.

—No fue cuestión de derechos— le respondió Randall.

Zenir lo miró sin comprender.

—Usted es un Sanador, no un asesino. Cuando se mata a alguien, es como si se rompiera algo en su alma, como si perdiera algo que nunca más podrá recuperar. Ana no hubiese querido que usted tuviera que pasar por eso por causa de ella.

—Gracias— murmuró Zenir después de un largo silencio.


LA PROFECÍA ROTA - Libro III de la SAGA DE LUGWhere stories live. Discover now