Segunda Parte: EL FUGITIVO - CAPÍTULO 66

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CAPÍTULO 66

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CAPÍTULO 66

Al llegar a Polaros, Guilder encontró a un grupo de sacerdotes asustados como niñas, y cuando pidió una explicación, todos hablaban al mismo tiempo, y era imposible entender una sola palabra. Entonces, Guilder se enfureció por la actitud infantil de sus esbirros y se retiró del Templo. Sus sirvientes personales lo siguieron solícitos:

—¿Su Señoría desea alguna cosa en particular?

Guilder lanzó un gruñido:

—Por ahora deseo comer y darme un baño.

—Hay facilidades en las dependencias del Templo... —comenzó uno de los sirvientes, pero Guilder no le prestaba la más mínima atención pues observaba con interés un edificio al otro lado de la calle. Estaba pintado de azul, y un viejo cartel de chapa que rechinaba al moverse por la acción del viento, colgaba de la puerta.

Su sirviente siguió hablando de las bondades del Templo de Polaros, pero el Supremo no lo escuchaba. Se acercó al edificio azul y pudo distinguir en la pintura desgastada del cartel, el dibujo de una rosa.

—¿Qué es este lugar?— preguntó el Supremo.

El sirviente interrumpió su perorata, sorprendido:

—¿Perdón?

—¿Qué es este lugar?— repitió Guilder, impaciente.

—¿Cómo saberlo, Su Ilustrísima?

—Llama al sacerdote encargado del Templo y dile que se reúna conmigo aquí.

—¿Aquí, señor?— dudó el sirviente.

—¿Eres sordo?— gruñó Guilder.

—No, señor. Sus órdenes serán cumplidas de inmediato, señor.

A veces, Guilder se sentía asqueado de tanto servilismo.

El encargado del Templo, (Guilder sentía cierta reticencia a llamarlo "Supremo de Polaros" y permitirle imaginar que era algo así como su igual), llegó corriendo a toda velocidad, pues sabía que el Supremo de Cryma estaba de mal humor, y no deseaba empeorar la situación demorándose.

—Mandad, vuestra Ilustrísima— dijo entre jadeos, tratando de recobrar el ritmo normal de su respiración.

—¿Qué es ese edificio?— preguntó Guilder.

—Es la posada, Señor. La posada de la que os hemos hablado.

—¿Hablado? ¿Es que debo considerar ese griterío infernal como un acto de habla civilizado?

—Lo siento, Señor.

—Ya, ya— dijo Guilder, haciendo un gesto desdeñoso con la mano—. Explícamelo y ya.

—Sí, Señor. Esta es la posada "La Rosa". Pertenece a un hereje que los sacerdotes han estado persiguiendo desde hace mucho.

—Frido— gruñó Guilder entre dientes.

—Así es, Señor. Huyó y dejó a cargo a su sobrino Akir.

—¿Y por qué no arrestaron a ese Akir y lo hicieron hablar?

—Se nos ordenó que no lo hiciéramos, Señor. El muchacho era inocente...

—¿Inocente? ¿Inocente estando emparentado con un conocido criminal?

—Solo se nos ordenó vigilarlo, Señor, a la espera de que su tío se comunicara con él.

—¿Y entonces?— lo animó el Supremo a continuar.

—Bueno, hace poco llegó un extraño caballero.

—¿Un extranjero?

—Sí, pasan muchos extranjeros por aquí, pero éste era especial.

—¿Acaso no respetaba el Lugnasad?

—Oh, sí, sí, su ropa era la que mandaba la Nueva Religión, pero...

—¿Pero qué?— se impacientó Guilder.

—Su montura, Señor...

—No hay especificaciones religiosas para los caballos...

—Su montura no era un caballo, era un unicornio.

—¿Un qué?

—Es como un caballo, pero tiene...

—Sí, sí, ya sé lo que es— le cortó el Supremo—. ¿Quién era el extraño?

—Eso intentamos averiguar, su Ilustrísima. Invadimos la posada, pero el extranjero escapó. Torturamos al posadero, pero no dijo una palabra.

—¿Y eso los ha asustado tanto que no han podido desarrollar un relato coherente de los acontecimientos?

—Bueno, no exactamente eso, sino lo que pasó después.

—¿Y qué pasó después?— gruñó Guilder, exasperado.

—Su Señoría, algo de otro mundo. Ante nosotros aparecieron unos destellos de colores extraños, algo que nunca habíamos visto. Y una especie de música atronadora, como si los destellos estuvieran furiosos. Y entonces, uno de mis sacerdotes, el verdugo, quien había torturado al posadero, fue levantado en el aire por aquellos destellos que lo envolvieron. Escuchamos un grito desgarrador de nuestro compañero, y luego todo desapareció, verdugo incluido. Teníamos un susto de muerte. Corrimos al Templo y nos encerramos allí.

El Supremo no dijo nada. Un sujeto montado en un unicornio no podía ser otro que Cathbad, a quien en el sur llamaban Zenir. ¿De qué trucos se había valido para asustar a aquellos sacerdotes idiotas? No lo sabía. No importaba. Lo que sí lo preocupaba era que si esos idiotas se asustaban con destellos de colores y sonidos amplificados, no servirían de mucho en la batalla para la cual los había venido a reclutar.

—¿Qué pasó con el muchacho?

—Muerto, señor.

Guilder aplazó el baño y la comida, y volvió al Templo. Reunió a todos los sacerdotes y les explicó la situación:

—He venido a anunciaros una nueva misión— comenzó. Los sacerdotes asintieron con gravedad.

—Habrá una gran reunión de los más grandes criminales en la ciudad del Norte. Estos malhechores planean destruir la Nueva Religión, y es nuestra misión detenerlos a toda costa. Por lo tanto, todos los sacerdotes han de abandonar los templos y dirigirse a la ciudad. Es posible que haya una guerra armada, por lo tanto, es necesario que os preparéis para eventos violentos. He venido a Polaros como punto central desde donde partirán mensajeros hacia todos los templos para reclutar más servidores. Hemos de formar un ejército invencible. Hemos de exterminar a todos los herejes.

Los sacerdotes observaron a Guilder serios, graves. Algunos tragaron saliva, otros palidecieron, ninguno se atrevió a contestar al llamamiento del Supremo.

—Malditos cobardes— pensó Guilder, espero que Malcolm tenga más suerte que yo.    

LA PROFECÍA ROTA - Libro III de la SAGA DE LUGWhere stories live. Discover now