Segunda Parte: EL FUGITIVO - CAPÍTULO 40

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CAPÍTULO  40

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CAPÍTULO 40

Dana ayudó a Marta a desmontar de Brisa y la arrastró como pudo hasta el interior de la cúpula climática abandonada. La pobre mujer gemía y apenas podía caminar. Dana la acostó suavemente sobre unas mantas y le dijo que descansara mientras ella buscaba leña para encender fuego. A pesar de que Dana estaba impaciente por hacerle mil preguntas a la cocinera, refrenó su ansiedad y le dio un respiro a la pobre mujer mientras ella acicalaba a Brisa, y preparaba un té de hierbas y algo de comer.

Dana echó unas hierbas curativas al agua, y cuando la infusión estuvo lista, le sirvió una taza a Marta. La mujer se incorporó con ayuda de Dana y tomó la taza con las manos temblorosas.

—Bébalo todo, le hará bien— la animó Dana.

Marta la miró por un largo momento y luego se llevó la taza lentamente a los labios. Todavía no entendía bien quién era aquella mujer y por qué la había sacado de la celda. Solo sabía que cuando el Supremo descubriera que había escapado, vendría por ella y seguramente la ejecutaría en el árbol de la muerte. Tal vez si volvía por su propia voluntad... tal vez si pedía perdón... tal vez el Supremo tendría misericordia. Después de tantos años de servicio y lealtad a la Nueva Religión, el Supremo seguramente entendería, seguramente la perdonaría. Tenía que convencer a aquella mujer de que la llevara de vuelta al Templo.

Mientras Marta sorbía lentamente su té, Dana extendió otra manta al otro lado del fuego y se sentó, pensativa, recorriendo la vieja cúpula con la mirada, recordando la primera vez que había llevado a Lug allí y le había dado el Mensaje que traía de su padre. Observó que la vegetación circundante había invadido sin piedad las agrietadas paredes en estos últimos diez años. Cerca de unas ramas retorcidas, vio algo que le llamó la atención. Se acercó y lo tomó entre sus manos. Era un pedazo de tela ensangrentado. No parecía tener más de unos días allí. Se le hizo un nudo en la garganta y apretó la venda contra su pecho. Lug había estado allí. Aquella debía ser la venda que le había cubierto la herida en la cabeza, tal como lo había visto en su visión sin sonido. Una lágrima rodó por su mejilla, él había estado allí mismo hacía solo unos días, tan cerca...

Dana dobló la venda con cuidado y la guardó debajo del corsé de su vestido negro, sobre su pecho, junto a su corazón. Luego se secó la lágrima y se volvió hacia la cocinera.

—Marta— comenzó suavemente—, sé que estás muy cansada y dolorida, pero... necesito hacerte unas preguntas. ¿Crees poder responderme?

—Tengo que volver al Templo— dijo Marta angustiada, ignorando el pedido de Dana.

—¿Por qué?— suspiró Dana con paciencia.

—Debo cocinar para los sacerdotes, ya casi es hora de la cena— respondió Marta.

—Marta... si vuelves al Templo, lo que te espera es más tortura y la muerte— le dijo Dana lentamente.

—Eso fue una equivocación, un malentendido. Yo puedo explicarles, yo puedo pedirles misericordia, pero solo me escucharán si vuelvo por mi voluntad, me perdonarán.

Dana negó tristemente con la cabeza.

—Ellos van a matarte y lo sabes.

—No, yo les he sido siempre fiel, siempre. Siempre he seguido todas las reglas...

—Si siempre has seguido todas las reglas, ¿por qué te estaban torturando encadenada en una celda?

Marta no contestó. Tomó otro poco de té.

—Les dije todo lo que sabía— murmuró angustiada—, se los dije todo, pero no me creyeron. Yo no sé dónde está Ana, no lo sé, lo juro, lo juro.

—Te creo— le dijo Dana, apoyando una mano en su hombro.

—Ellos pensaron que yo estaba mintiendo, que no les quería decir dónde había ido Ana. Ana es como una hija para mí, siempre he tratado de ayudarla, pero esta vez no estaba cubriéndola, no tengo idea de adónde huyó.

—Entiendo.

—Y luego comenzaron a preguntarme cosas que no tenían sentido.

—¿Qué cosas?

—Me preguntaron dónde estaba el prisionero, el que decía ser Lug. Yo les dije que estaba muerto. Todos en el pueblo lo vimos morir ahorcado. No entiendo por qué me preguntaban a dónde había ido. Ellos decían que Ana había huido con él, pero no es posible, yo lo vi muerto. Además Ana no querría tener nada que ver con él, ya tenía suficientes preocupaciones en la cabeza...

—¿Qué preocupaciones?

Marta enmudeció de pronto. No estaba segura de si debía revelar cosas privadas de Ana a aquella desconocida.

—Marta, escúchame bien: Lug no murió. Fue todo un truco urdido por Ana para ayudarlo a escapar.

—No, no, no. Ana no quería tener nada que ver con ese prisionero, estaba furiosa con él porque no había querido comer el estofado de conejo. Ella no lo ayudaría.

—Entonces, ¿por qué huyó?

Marta mantuvo un obstinado silencio.

—Marta— comenzó Dana de nuevo—, si es cierto que quieres a Ana como a una hija, debes decirme lo que sabes de ella.

—¿Por qué debería confiar en usted?

—Porque te salvé de la muerte, porque te rescaté de la tortura, pero lo más importante: porque Ana está en serios problemas y yo puedo ayudarla.

—Pero yo no sé dónde fue.

Dana suspiró.

—Dices que Ana tenía otras preocupaciones, cuéntame sobre eso, tal vez haya algún detalle que nos diga a dónde fue.

Marta apoyó la taza de té en el suelo y pensó un momento. Al fin se decidió a hablar.

—Todo comenzó el día que encontró flores en la tumba de su madre.

—¿Por qué fue eso significativo?

—Su madre era una hereje, nadie visitaba su tumba y mucho menos le ponía flores. Si los sacerdotes se hubieran enterado...

—Entiendo, ¿quién puso esas flores?

—Nadie sabe quién fue. Era un anciano extranjero. Algunos dicen que montaba un unicornio.

—¡Unicornio!— exclamó Dana.

—Ana se burló de mí cuando le dije...

—Marta— la cortó Dana con urgencia—, ¿las flores eran jarandas?

—¿Cómo sabe eso?— preguntó Marta, sorprendida.

—Marta, ¿cuál era su nombre? ¿Cómo se llamaba la madre de Ana?— preguntó Dana, ignorando la pregunta de Marta.

—Ema, ¿por qué?

—Ema— repitió Dana, asintiendo—. Marta, piensa bien, es importante, ¿estás segura de que Ana es hija de Ema?

—Sí, claro.

—¿Estás totalmente segura? ¿No hay posibilidad de que haya habido una confusión? ¿de que Ema solo haya criado a Ana de pequeña, pero que no fuera su hija?

—No hay error— aseguró Marta—. Cuando Ema llegó a Cryma hace veinte años, estaba embarazada. Lorin la ayudó en el parto, yo misma estuve ahí. Ana es su hija.

Esta vez fue Dana la que se quedó sin palabras. ¡Lug estaba huyendo hacia alguna parte con la nieta de Zenir! Las cosas se volvían más increíbles minuto a minuto.

Ahora estaba claro por qué Ema solo había logrado huir hasta Cryma, por qué se había refugiado allí. No podía seguir huyendo sola con una bebé. ¡Oh, cuando Zenir se enterara de que tenía otra nieta! Dana sonrió, imaginando su cara.    

LA PROFECÍA ROTA - Libro III de la SAGA DE LUGWhere stories live. Discover now