Cuarta Parte: EL SEÑOR DE LA LUZ - CAPÍTULO 147

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CAPÍTULO 147

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CAPÍTULO 147

—Entonces sus destinos probables son Cryma o Polaros— recapituló Tarma—. ¿Cuál es el más probable?

—En Cryma está su Templo y su gente, tal vez vuelva con ellos— comentó Dana.

—Es un destino muy obvio— negó Randall con la cabeza—. Además, la Nueva Religión ha sido desbaratada, tal vez ya no sea bienvenido en Cryma.

—El miedo que Guilder creó en Cryma es difícil de disolver, tal vez tenga poder allí aun— indicó Dana.

—Polaros era un centro más fuerte de la Nueva Religión, mejor organizado. Tal vez es más factible que encuentre refugio ahí— intervino Akir.

—Muy bien— asintió Lug, pensativo—, tendremos que dividirnos. Zenir, Akir y Randall irán a Cryma. Dana, Tarma y yo iremos a Polaros.

Ninguno de los presentes objetó el plan.

—Mandaré preparar una escolta armada para los dos grupos y arreglaré las provisiones necesarias— aseguró Tarma—. Los Tuatha de Danann siempre están listos para la batalla, podremos salir sin demora al amanecer.

—No vamos a esperar al amanecer— negó Lug con la cabeza—. Solo consíguenos unos caballos y partiremos ahora mismo.

—Pero está anocheciendo y...— intentó Tarma.

—Estoy con Lug, no hay tiempo que perder— intervino Randall. Akir y Zenir asintieron, graves.

Tarma se volvió hacia el guardia:

—Seis de los mejores caballos de Kildare y las provisiones que haya disponibles.

El guardia asintió.

—Cuando hayas arreglado eso, ve con Eltsen y explícale lo que ha pasado— continuó.

El guardia hizo una mueca, pero no se atrevió a comentar nada. Sabía que dar esa noticia a Eltsen iba a enfurecerlo.

—¿Qué pasa si el Guardián quiere enviar soldados tras ustedes?— preguntó tímidamente el guardia.

—Que lo haga si lo cree necesario— asintió Tarma—, pero no podemos esperarlos, partiremos ni bien tengamos los caballos.

El guardia asintió y partió corriendo a preparar todo.

—¿No sería mejor que Akir viniera con nosotros a Polaros?— sugirió Tarma mientras esperaba en el camino—. Es decir, él conoce bien el pueblo y...

—No— la cortó Lug—, Zenir y Randall no conocen a Guilder pero Akir sí. Lo necesitan con ellos para poder reconocer a ese maldito.

Tarma asintió con la cabeza en silencio y no hizo más comentarios.

Lug tenía otras razones para haberlos distribuido de esa forma. Sabía que Randall tenía razón: volver a Cryma era un destino demasiado obvio. Lo más seguro es que Guilder estuviera en camino a Polaros. En ese caso, no quería poner en riesgo a Zenir y a Akir que no sabían luchar, prefería ir con Tarma que ya había demostrado su destreza y coraje poniendo una flecha en Math y con Dana de la que no quería separarse por nada del mundo. Aun así, y por si acaso, era prudente enviar a Randall con Zenir y Akir para que los protegiera en caso de que se equivocara.

Los caballos llegaron en una media hora con alforjas con provisiones, arcos sin encordar, carcajs con flechas, espadas cortas y puñales.

—Eltsen no estuvo muy feliz con el mensaje, mi Señora— dijo el guardia a Tarma—. Le pide que lo espere, quiere venir con usted.

—Su presencia es necesaria aquí— dijo Tarma, montando—, y él lo sabe.

—Pero él me pidió que...— intentó el guardia.

—Dile que voy en compañía de Lug y Dana, que no debe temer por mí— lo cortó Tarma.

Los demás ya estaban arriba de sus monturas.

—Vamos— los llamó Lug a todos—. Tenemos tres kilómetros hasta el empalme.

Los seis partieron a todo galope hacia el sur, antorchas en mano, ayudados por la luz de la luna, mientras el guardia se quedaba parado en medio del camino con los ayudantes que habían traído los caballos, resoplando preocupado.

Durante los primeros dos kilómetros, los jinetes no se cruzaron con nadie. No era prudente viajar de noche. Por eso, todos se detuvieron extrañados cuando Lug dio la señal de alto en medio del camino desierto.

—¿Quién?— preguntó Dana enseguida. Sabía que Lug había percibido algo antes que los demás pudieran oírlo o verlo.

—Dos jinetes, vienen de Faberland— respondió Lug.

—¿Amigos?— preguntó Randall.

—Eso creo.

—¿Eltsen?— preguntó Tarma.

Lug abrió la boca para responder, pero los gritos de los dos jinetes lo detuvieron.

—¡Allá están! ¡Hey! ¡Espérennos!

Las figuras no eran reconocibles en la oscuridad, y Randall desenvainó su espada. Al verlo, Tarma preparó su arco, y Dana sacó el puñal oculto en su bota.

—Eso no será necesario— les dijo Lug enseguida, y levantó una mano a modo de saludo a los jinetes desconocidos.

Era claro que ninguno de los dos eran soldados. No estaban armados, sus figuras eran más bien rechonchas, y ninguno de los dos demostraba mucha habilidad para montar.

—¡Colib!— gritó Dana al reconocerlo.

—¡Frido!— sonrió Akir.

—Gracias por esperarnos— jadeó Frido, mientras trataba de detener a su caballo sin caer de su montura.

—Nos enteramos de lo de Ana y vinimos a oficiar de guías— explicó Colib.

—Nadie conoce mejor los recovecos de Polaros que yo— se ufanó Frido—. Mi presencia es esencial y no aceptaré un "no" como respuesta. Necesitan entrar sin ser detectados, tomar a ese maldito por sorpresa y yo los puedo ayudar con eso.

—Y yo puedo guiarlos en Cryma, conozco su gente, conozco los alrededores, los posibles escondites...— arguyó Colib.

—Deben permitirnos ir con ustedes— subrayó Frido.

—Si no lo hacen, los seguiremos de todas formas, nos necesitan— amenazó Colib.

—Gracias, amigos— sonrió Lug—. Bienvenidos, su ayuda es muy apreciada.

Frido y Colib cruzaron una mirada satisfecha.

—Vamos, entonces— dijo Randall, enfundando su espada. Los demás asintieron y siguieron camino.

Al llegar al cruce de caminos, los dos grupos se separaron. Colib se unió a Randall, Zenir y Akir, y Frido se unió a Lug, Dana y Tarma. Dana prometió comunicarse con ellos ante cualquier novedad.

LA PROFECÍA ROTA - Libro III de la SAGA DE LUGWhere stories live. Discover now