Primera Parte: EL PRISIONERO - CAPÍTULO 12

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CAPÍTULO 12

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CAPÍTULO 12

Ana entró en la cocina rengueando, la mirada clavada en el vacío, el vestido rasgado, el cabello enredado y despeinado. Marta estaba de espaldas a ella, mirando atentamente algo a través de la ventana. Ana atravesó la cocina, agradeciendo interiormente que Marta no la hubiera visto. No tenía deseos de responder preguntas sobre su estado, no tenía deseos de hablar con nadie.

Pero no tuvo tanta suerte, Marta se volvió y la vio.

—¡Ana!— exclamó, cubriéndose la boca con las manos, horrorizada—. ¡Ana! ¿Qué te pasó? ¡Por el Gran Círculo! ¿Qué pasó?

—Nada— murmuró Ana, ensimismada.

—¿Quién te hizo esto Ana?

Ana no contestó.

—¿Fue el prisionero? ¿Te atacó?— insistió Marta.

—No fue él— respondió Ana, caminando con dificultad hasta llegar a una silla para poder sentarse un momento.

—¿Entonces quién? No pueden haber sido esos dos buenos para nada de Mandel y Goster. Tú siempre has sabido mantenerlos a raya.

Ana no contestó.

—¿Fue uno de ellos? Dime cuál fue y te aseguro que haré que se arrepienta por el resto de su vida.

Ana negó con la cabeza.

—¿Quién fue? Dímelo.

—Déjame en paz Marta.

Marta buscó un trapo limpio y lo mojó con agua. Luego fue hacia ella y se arrodilló a su lado, apoyando el trapo frío en el moretón de su mejilla.

—Dímelo, Ana— le pidió suavemente.

—Marta, no quieres saberlo, y aunque lo supieras, no puedes hacer nada al respecto.

—Pero somos amigas, Ana, solo quiero ayudarte.

—Si realmente eres mi amiga, si realmente quieres ayudarme, no me preguntes más— le dijo Ana.

—Pero...— intentó Marta.

—En serio, Marta, no quiero hablar de esto, no ahora.

Marta asintió. Comprendió que Ana necesitaba tiempo. Podía respetar eso.

—¿Qué estabas mirando por la ventana?— preguntó Ana, esperando que el cambio de tema ayudara a que Marta no siguiera haciéndole preguntas.

—¡Ah! Es el tabernero. Ha estado allí afuera por horas. Ya salí tres veces a decirle que no necesitamos vino por ahora, pero no se va, y tampoco me quiere decir qué quiere.

Ana fue hasta la mesada donde estaba la jofaina y se lavó la cara, alisándose un poco el pelo. Luego se dirigió intrigada hasta la ventana. Vio a Colib del otro lado de la calle, caminando nervioso de un lado a otro. Marta no tardó en unírsele, espiando junto con ella al inquieto tabernero.

LA PROFECÍA ROTA - Libro III de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora