Tercera Parte: EL SUJETADOR DE DEMONIOS - CAPÍTULO 88

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CAPÍTULO 88

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CAPÍTULO 88

Ana se reacomodó en la cama de Randall, apoyando su cabeza en el hombro de él. Por un momento, había olvidado todo: todas sus preocupaciones, todo su pasado, todo su dolor y angustia. Por un momento había disfrutado de la libertad total de la entrega de su cuerpo y de su alma a otro ser humano, un ser humano al que amaba con todo su ser.

—Quisiera estar así para siempre— murmuró.

—Yo también— respondió Randall, besándole la cabeza.

—Mi vida ha sido tan terrible... Nunca pensé que pudiera encontrar la felicidad, nunca pensé que pudiera amar a alguien como te amo a ti.

—Gracias por amarme aunque no te merezca.

—No digas eso, nunca digas eso— le dijo ella, besándolo en la frente, en la mejilla y finalmente en los labios. Él le respondió el beso, extasiado, acariciando su cabello.

—Ana, ya viste dónde vivo, yo no puedo darte la vida de una princesa.

—No quiero una vida de princesa, quiero una vida contigo.

Él solo sonrió aliviado y la volvió a besar.

—¿Qué hora es?— preguntó ella de pronto.

—No tengo ni la menor idea— dijo Randall, y tampoco me importa, pensó.

—Randall, me has hecho vivir el momento más hermoso de mi vida, pero...

—Lo sé.

—Debo ir a ver cómo sigue Lug, lo lamento.

—Está bien, lo entiendo.

Randall buscó sus ropas desperdigadas por toda la habitación y comenzó a vestirse. Ana tomó el vestido nuevo y comenzó a ponérselo.

—¿Me ayudas con esto?— le pidió Ana, recogiendo su cabello y mostrándole la espalda del vestido a Randall. Él se apresuró a terminar de ponerse el pantalón y fue hasta ella. Pasó la mano por su suave piel.

—Randall, los botones— dijo ella con una risita al sentir cosquillas provocadas por los dedos de él.

—Por supuesto, Lady Ana, los botones— dijo Randall, simulando una protocolar seriedad que la volvió a hacer reír.

Cuando Randall terminó de abotonar el vestido, ella se arregló un poco el cabello con los dedos.

—Te ves increíble— le dijo Randall, embobado.

—Gracias— sonrió ella—. Tú no estás nada mal— le retrucó, observando su musculoso torso aun desnudo.

El rostro de él se enrojeció un poco y buscó rápidamente la camisa.

Ambos se encaminaron juntos a la habitación de Lug. Ana golpeó la puerta, pero no obtuvo respuesta. Preocupada, abrió lentamente la puerta y espió adentro. Vio la cama deshecha y un plato vacío en la mesa. La chimenea estaba aun encendida. No había señales de Lug.

LA PROFECÍA ROTA - Libro III de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora