Tercera Parte: EL SUJETADOR DE DEMONIOS - CAPÍTULO 81

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CAPÍTULO 81

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CAPÍTULO 81

—¡¿Qué hizo qué?!— exclamó Ana furiosa.

—Lo siento— respondió Randall.

—¿Después de que Lug accedió a venir hasta aquí? ¿Después de que intentó ayudarla y casi muere? ¿Cómo puede ser tan desconsiderado? ¿Cómo puede echarlo así?

Randall desvió la mirada hacia la chimenea en la habitación de Ana por un momento. Su corazón estaba dividido. Entendía la posición de Lug, pero sentía que también debía defender a Althem.

—Lug acusó a su madre de haber hecho un pacto con la oscuridad. Althem se puso furioso, no le creyó.

—Althem es un necio. ¿Cómo lo tomó Lug?

—Solo me dijo que Althem necesitaba tiempo para asimilar la verdad, que era lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que Lug no le había mentido. Me dijo que Althem no estaba realmente enojado con él sino consigo mismo, y probablemente con su madre.

—Su madre es la única que podría aclarar las cosas, si es que decide contar la verdad— comprendió Ana.

—Su madre está inconsciente y no despierta.

—Iré a hablar con Althem, le haré comprender...

—Ana, ya te dije lo que opina Lug: Althem necesita tiempo. Si lo presionas, solo empeorarás las cosas.

—¿Entonces solo tenemos que cruzarnos de brazos y esperar? ¿Esperar cuánto?— preguntó Ana, exasperada.

Randall se encogió de hombros. Ana resopló enojada y luego suspiró.

—Le diré a Colib que debemos empezar a empacar nuestras cosas— murmuró apesadumbrada, dirigiéndose a la puerta. Randall la tomó suavemente del brazo para detenerla.

—No tienes que irte— murmuró.

—Randall, tu príncipe nos echó de Aros.

—Solo a Lug— dijo Randall con la voz apenas audible.

—¿Qué?

—Althem no dijo nada sobre ti, solo echó a Lug. Tal vez podrías quedarte... Estás bajo mi protección personal.

—Randall...— comenzó ella, apoyando su mano en la mejilla de él dulcemente— Colib y yo estamos con Lug, no vamos a abandonarlo. Si Althem echó a Lug, nosotros también nos iremos, lo siento.

Randall asintió con un nudo en la garganta.

—Entonces...— comenzó con la voz quebrada— ¿me permitirías ir contigo?

Ana sintió que el corazón se le aceleraba, los ojos abiertos, sorprendidos.

—Randall... ¿En verdad harías algo como eso? ¿Abandonar tu hogar? ¿Renunciar a tu puesto? ¿Dejar a tus amigos? ¿Por mí?

—Haría cualquier cosa por ti— murmuró él con la mirada clavada en el piso.

Ella sintió una lágrima corriendo por su mejilla. Nunca había imaginado, ni en sus sueños más locos, que un hombre pudiera amarla tanto como para dejarlo todo por ella. Ana tomó el rostro de Randall entre sus manos y lo obligó a levantar la vista hacia ella.

—Te amo, Randall— le dijo, y apoyó sus labios en los de él en un largo beso.

Randall disfrutó el contacto de los labios de ella por un largo y tibio momento. Cuando se separaron, Randall acarició su cabello y secó sus lágrimas con el dorso de su mano.

—Yo también te amo, Ana. Entonces, ¿me permitirás acompañarte?

—Nada me haría más feliz— sonrió ella.

Randall sonrió aliviado.

—Iré por Colib.

—Hay tiempo. Althem le dijo a Lug que podía quedarse hasta que se recuperara.

Ana asintió.

—Iré a ver cómo va.

—Ana, Lug está bien, te lo aseguro. Yo...

—¿Qué?

—Bueno... quiero mostrarte algo... darte algo...

—¿Qué es?

—Lo tengo en mi habitación, ¿vendrías conmigo a verlo?

—Claro— respondió Ana, intrigada.

Randall la tomó tímidamente de la mano y la guió por las galerías del palacio a un nivel más bajo, donde estaban las habitaciones de los miembros de la guardia real. Al llegar a su habitación, Randall abrió la puerta e invitó a Ana a pasar con un gesto de la mano. Ana notó de inmediato que la habitación de Randall era austera y pobremente amueblada en comparación con la espléndida habitación que le habían dado a ella. Al posar su mirada en la cama, lo vio. Ana quedó petrificada del asombro.

—Es hermoso— murmuró—. Te debe haber costado una fortuna.

—Ninguna fortuna tiene valor si no puede usarse para complacer a la mujer que amo— dijo Randall—. ¿En verdad te gusta?

—Es el vestido más hermoso que he visto en mi vida. Creo que es demasiado para alguien como yo.

—Nada es demasiado para Lady Ana, la Valiente.

Ana se acercó a la cama y acarició la suave seda del fino vestido desplegado sobre las sábanas. Era azul, su color favorito, y tenía detalles de encaje negro en el escote y las mangas. Los lazos negros brillaban entrelazados desde el pecho a la cintura. La falda era ancha y estaba dividida al medio para poder montar a caballo con comodidad. Randall había buscado un vestido parecido al que Ana llevaba cuando la conoció. Por cómo Ana lo cuidaba, supo enseguida que ella apreciaba mucho esa prenda y que no querría deshacerse de ella fácilmente, aun cuando estaba ya desgastada por el viaje y rasgada en varias partes.

—¿Por qué no te lo pruebas? Yo esperaré afuera— le ofreció Randall.

—Eso no es necesario— dijo ella—. Solo date la vuelta.

Randall asintió y giró, quedando de cara a la puerta de la habitación. Escuchó el roce de telas a sus espaldas. Después de un momento, se estremeció al escuchar la voz de Ana murmurando en su oído desde atrás:

—Creo que necesito ayuda.

Sintió la mano de ella sobre su hombro, instándolo a darse vuelta. Cuando Randall giró hacia ella se quedó mirándola boquiabierto. Ana estaba frente a él, totalmente desnuda.

—Parece como si nunca hubieras visto a una mujer desnuda— sonrió ella.

—Yo...

Ella se acercó y comenzó a desabotonar la camisa de él.

—Nunca una tan perfecta como tú— articuló Randall con dificultad.

Ella terminó de desabotonar la camisa, y él se la sacó, arrojándola al piso mientras ella abría la hebilla del cinto de su pantalón. Él la abrazó, apretando los pechos de ella contra su robusto torso, besándola con pasión.    

LA PROFECÍA ROTA - Libro III de la SAGA DE LUGWhere stories live. Discover now