Tercera Parte: EL SUJETADOR DE DEMONIOS - CAPÍTULO 96

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CAPÍTULO 96

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CAPÍTULO 96

Latimer arrojó otro leño al fuego. Su primo no tardaría en llegar. Cuando escuchó el sonido de los cascos de los caballos, se sorprendió. ¿Quién podría ser a esta hora por la entrada sur de la ciudad? De seguro no era su primo, él no vendría a caballo. Debía haber solo una docena de caballos en todo Hariak, y solo eran montados muy ocasionalmente por las personas más importantes de la ciudad.

 Debía haber solo una docena de caballos en todo Hariak, y solo eran montados muy ocasionalmente por las personas más importantes de la ciudad

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Latimer se puso de pie junto a la fogata y observó el camino. Se quedó con la boca abierta al ver el enorme carruaje con exquisitos ornamentos dorados que destellaban a la luz de su pequeña fogata. El hombre que conducía el carruaje, detuvo los caballos y saltó a tierra justo frente a él. Latimer se quedó azorado, mirando la hermosa capa plateada del extraño.

—¿Puedes ayudarnos?— le preguntó el forastero.

Latimer estaba rígido de asombro ante la llegada de tan suntuoso transporte y no pudo contestar. Una mujer ricamente ataviada, pero con el rostro pálido y cansado se asomó por la ventanilla del carruaje.

—Muchacho, por favor dile al vigía que abra las puertas de la ciudad para recibir a la reina de Aros.

Latimer siguió mudo por un largo momento. Luego se le ocurrió que tal vez correspondía hacer una reverencia y entonces la hizo. La reina suspiró impaciente ante la torpe reverencia e insistió:

—Por favor, ve a avisar que abran las puertas, muchacho.

Latimer miró hacia la ciudad, confundido, y luego otra vez a la reina.

—¿Qué puertas?— preguntó al fin.

La reina dirigió su mirada a la oscura ciudad, y vio que, en efecto, no había ni murallas ni puertas de acceso, solo un caserío desordenado con humeantes chimeneas. 

 

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LA PROFECÍA ROTA - Libro III de la SAGA DE LUGWhere stories live. Discover now