Segunda Parte: EL FUGITIVO - CAPÍTULO 50

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CAPÍTULO 50

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CAPÍTULO 50

Tarma suspiró y se dejó hundir aun más en la bañera con agua deliciosamente tibia. Después de tanta tensión y cansancio acumulado por tanto tiempo, el baño era más que una preciosa recompensa, era el paraíso mismo hecho de agua jabonosa. Pero lo que más relajaba a Tarma no era el agua tibia y los pétalos de rosa flotando en la bañera con su aroma exquisito, sino el hecho de que todo finalmente comenzaba a salir bien. Después de un viaje largo y frustrante que no había hecho más que aumentar su desesperanza, había encontrado la respuesta y la ayuda adecuadas de la mano de Calpar y del príncipe kildariano.

Durante la comida, Calpar la había animado a que contara a los soberanos de Kildare lo que estaba pasando en Faberland, y Tarma inició su historia con la llegada de Eltsen y su escolta de extranjeros a Faberland después del Concilio, hacía ya diez años. Animada por la perspectiva de que esta vez sus palabras no iban a caer en oídos sordos y de que la posibilidad de ayuda dependía del dramatismo conque contara su historia, Tarma se esmeró por describir la situación de Faberland con todo lujo de detalles. Nadie la interrumpió mientras relataba la insidiosa forma en que Malcolm había amasado poder sobre Eltsen y sobre Faberland, alejando a todos los amigos y seres queridos de su esposo. Describió también el destino de los verdaderos aliados del Guardián de Faberland: prisión, exilio y muerte.

Calpar permaneció serio durante toda la narración, mirando de soslayo a Ifraín de vez en cuando. En su actitud atenta, vio con alivio que donde él había fallado en convencerlo de la gravedad de todo el asunto, Tarma triunfaría sin obstáculos. Los kildarianos habían desarrollado cierta afinidad con los Tuatha de Danann a lo largo de los años, hecho que ayudaba a la credibilidad de Tarma. Pero había algo más, algo que solo parecía escapar a la esposa de Eltsen: Ifraín estaba totalmente embobado por aquella mujer, y eso era lo que a la postre había inclinado definitivamente la balanza. Cuando Tarma terminó su angustioso relato, Ifraín prometió, atolondradamente y sin consultar con su padre, que él mismo iría a Faberland con sus mejores hombres para luchar por la causa de tan exquisita dama. Neryok permaneció en silencio, sin objetar el apresurado ofrecimiento. Ocupar a Ifraín en aquella tarea era, después de todo, lo más conveniente para todos. Calpar también se abstuvo de hacer comentarios. Ni siquiera se atrevió a dar las gracias a Ifraín por su decisión por miedo a estropearlo todo. Era mejor que pareciera que Ifraín estaba ayudando solo a Tarma, y que el Caballero Negro no tenía nada que ver en el asunto.

Tarma inspiró profundo el delicioso aroma de las rosas y cerró los ojos, pero enseguida los volvió a abrir al escuchar el cuchicheo de los sirvientes con alguien que había entrado en la habitación.

—Está tomando un baño, señor— escuchó la voz de una de las sirvientas que intentaba detener al príncipe en la puerta.

—Está bien, ya salgo— anunció Tarma, poniéndose de pie dentro de la bañera, con el cuerpo totalmente desnudo, la piel brillosa y húmeda.

Tarma salió de la bañera y avanzó tal como estaba, chorreando agua por la alfombra hacia Ifraín. El príncipe kildariano solo se la quedó mirando con la boca abierta sin atinar a nada, mientras la sirvienta corría a buscar una toalla para cubrir a Tarma. Tarma se enrolló la toalla alrededor del cuerpo por debajo de las axilas y miró a Ifraín, divertida ante lo rojo de su rostro.

—Parece como si nunca hubiera visto a una mujer desnuda— sonrió Tarma con picardía.

Ifraín tardó unos momentos en encontrar su voz.

—Yo... yo... claro que he visto muchas mujeres desnudas... es solo que...— tartamudeó lastimosamente—. Es solo que nunca vi a una de tan exquisita belleza.

Tarma arqueó una ceja, incrédula.

—Estoy segura de que las doncellas de su palacio tienen la piel mucho más suave que la mía que está un tanto ajada por el viento y el sol. Y estoy segura de que no tienen estas horribles marcas de viejas heridas— argumentó Tarma, abriendo la toalla y mostrando una vieja cicatriz que tenía bajo el pecho izquierdo.

Ifraín se descubrió mirando con avidez los pechos de Tarma y se forzó a apartar la vista, clavándola en el suelo.

—Esas cicatrices representan el honor y la valentía en la batalla, creo que son como condecoraciones que aumentan el encanto de su figura— dijo Ifraín, aun con la mirada en el piso.

Cuando Tarma volvió a colocarse la toalla, urgida por la sirvienta, Ifraín volvió a levantar la mirada hacia sus ojos azules.

—Su ropa está siendo lavada— explicó—, así que he venido a traerle algo para que use mientras tanto.

Ifraín desplegó el vestido que traía doblado en el brazo izquierdo, y lo expuso ante Tarma. Había decidido encargarse personalmente de conseguirle a Tarma una pieza adecuada de vestimenta kildariana para que usara mientras su propia ropa se secaba. Había pasado dos horas con el modisto de la corte, eligiendo un vestido apropiado, y finalmente, se había decidido por este, cuya exquisita tela mostraba un fondo amarillo con grandes flores naranjas. Las mangas eran verdes y estaban rematadas en una delicada puntilla en forma de hojas. Ifraín no sabía mucho de moda, pero el modisto le había asegurado que aquel vestido era digno de una princesa, y que cualquier mujer mataría por vestir algo así.

Mientras Ifraín contemplaba el vestido complacido e imaginaba cómo envolvería el cuerpo de aquella mujer guerrera, Tarma arrugó el rostro con una mueca de disgusto.

—Gracias, pero creo que me quedaré con la toalla— dijo, sin siquiera tratar de no parecer despreciativa.

Ifraín volvió a quedarse atontado y sin palabras ante la inesperada reacción de su huésped. Por supuesto, había sido un idiota, tan idiota como los guardias que le habían franqueado el paso a aquella mujer extranjera. Había confundido a Tarma con una de las débiles y asustadizas doncellas que solo vivían para las frivolidades o para servir a las necesidades del hombre kildariano. Tarma era una mujer, pero era una guerrera, era una Tuatha de Danann. Ahora lo veía claro, su ofrecimiento de aquel vestido había sido poco menos que una ofensa para tan extraordinaria criatura. Ifraín se disculpó profusamente ante su equivocación y prometió buscar algo más adecuado para una mujer de su estirpe.    

LA PROFECÍA ROTA - Libro III de la SAGA DE LUGWhere stories live. Discover now