Primera Parte: EL PRISIONERO - CAPÍTULO 5

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CAPÍTULO 5

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CAPÍTULO 5

—No me pidas eso— dijo ella con tristeza.

—No puedes seguir viviendo así— le respondió el anciano.

—¿Acaso no lo he hecho hasta ahora? ¡Por favor! Hubo una época en que hice todo lo que me pidieron, Zenir, pero ya no. ¿Es que no pueden dejarme vivir mi vida en paz?

—Esto no es vida, veo que te mueres de a poco aquí sola, y no me parece bien.

—Tú también viviste como ermitaño muchos años...

—Tenía mis razones.

—Y yo tengo las mías. Por favor, Zenir, si sigues insistiendo con esto, tendré que pedirte que te vayas.

—¿Me echarías de mi propia casa?

Ella apretó los labios sin contestar. Él tenía razón, no podía echarlo. Zenir le había cedido su cabaña en el Bosque de los Sueños para que se refugiara del mundo, para que sanara las heridas de su alma. La mayoría de los días eran bastante tolerables ahora, pero aun había momentos de profunda angustia en que pasaba las noches llorando, sola, en medio del bosque. Había elegido recluirse no solo para tratar de sanar, sino también como castigo auto impuesto para pagar la culpa, la culpa de haber sido la causa de la muerte de él.

Por un largo tiempo ya, había pensado que la soledad la estaba ayudando, hasta que la noche anterior a la llegada de Zenir tuvo esa sensación, la sensación de que él había regresado. Fue una sensación tan fuerte, que estuvo toda la mañana siguiente con la mente ida, con las manos temblorosas. Había tardado tanto tiempo en aceptar que él estaba muerto, que no quería sucumbir a una ilusión imposible, pero aun así, aquella sensación había sido tan fuerte, tan clara...

Para zanjar la cuestión, para asegurarse de que no se estaba volviendo loca, intentó algo que hacía años no hacía: abrió un canal para comunicarse con él. Si era cierto, si él estaba en el Círculo, podría contactarlo. Siempre habían tenido un fuerte lazo desde que él le enseñó a ensanchar el canal para permitir una respuesta. Fue en Polaros, habían llegado con toda la lluvia a la posada de Frido. Ella subió a su habitación a darse un baño mientras él se había quedado a charlar con Frido. Ella lo llamó y él le contestó. Recordó con una sonrisa la felicidad que había sentido ante su respuesta, y cómo él le enseñó cómo permitir una respuesta a sus mensajes. Lo extrañaba tanto... aun después de tanto tiempo, atesoraba en su memoria cada palabra, cada gesto, cada mirada y cada momento que había compartido con él.

Estuvo intentando abrir el canal hacia él por horas. Nada. Tal vez estaba fuera de práctica, hacía muchos años que no usaba su habilidad. No, solo estaba engañándose a sí misma, en su añoranza, solo había imaginado su regreso. Tal vez Zenir tenía razón, su aislamiento la estaba matando de a poco, volviéndola loca. Sabía que no podía hablarle a Zenir sobre lo que había pasado, sobre la sensación que había tenido. Él solo pensaría que ella estaba sucumbiendo a la demencia de la soledad, y tendría otra razón más para obligarla a volver. No quería volver. No tenía interés alguno en los asuntos del Círculo, no más, no sin él.

Zenir se sentó en su viejo sillón hamaca y sacó su pipa del bolsillo. Sacó luego un pequeño saco de cuero con tabaco y comenzó a preparar su pipa.

—El clan te necesita— intentó Zenir, dando una larga pitada a su pipa.

—El clan no me necesita— negó ella con la cabeza—. Desde que restauraste la mano de mi padre, él se ha hecho cargo de los Tuatha de Dannan sin problemas.

—Tu padre está preocupado por ti, todos lo estamos. No te has comunicado con nadie en años. Nuada llegó a pensar que estabas muerta.

—Si mi padre realmente hubiera pensado que estaba muerta, no te habría enviado con un caballo de regalo. Sé que me quiere de vuelta junto a él, pero no quiero volver.

—Nada de lo que diga va a convencerte, ¿no es así?— suspiró Zenir.

—Lo lamento, pero no.

Zenir fumó, pensativo por un momento.

—Igualmente, creo que deberías aceptar el caballo— dijo, apuntándole con la pipa—. Es un animal magnífico. Tu padre se lo compró a Neryok, es uno de los mejores especímenes de Kildare.

—Entiendo, el caballo es valioso— concedió ella.

—Es un animal inteligente, se ha entendido muy bien con Kelor y Luar durante el viaje. Creo que tú y ella podrían hacerse amigos. Entiendo que no quieras compañía humana, pero un caballo no cuestiona, no presiona, no pregunta. Un caballo solo escucha, solo espera pacientemente, creo que te haría bien la presencia de un animal así.

Ella asintió.

—¿Cómo se llama?

—Brisa.

—Buen nombre— admitió ella.

—Un buen caballo necesita un buen nombre.

—De acuerdo, el caballo puede quedarse.

Zenir sonrió satisfecho y se puso de pie:

—Bueno, hice lo que pude, creo que es hora de que me vaya.

—Por favor, quédate— le pidió ella—. Cena conmigo. Puedes pasar la noche aquí y partir mañana.

Le agradaba la compañía de Zenir, siempre y cuando no insistiera en que ella volviera con su padre.

—De acuerdo— cedió Zenir—. No puedo negarme a una buena cena y a una cama. He estado cabalgando por días casi sin descanso.

—¿Cómo va la búsqueda?— preguntó ella, mientras cortaba unos vegetales sobre la mesa y los iba arrojando a un caldero con agua que colgaba sobre el fuego de la chimenea.

Después de la guerra de los Antiguos, Zenir había partido a recorrer todo el Círculo para encontrar a su hija. Cuando la encontrara, su idea era llevarla a Polaros para reunirla otra vez con su hijo, a quien había dejado al cuidado de Frido y Bianca, sus tíos, cuando debió huir perseguida por los Antiguos y sus agentes. Pensaba que después de haber estado tanto tiempo separados, ya era hora de que volvieran a ser una familia otra vez.

—La encontré, Dana. Encontré a Ema.

Ella dejó de cortar vegetales, levantando la vista hacia él.

—¡Eso es fantástico! ¿Dónde estaba?— preguntó con entusiasmo. Su sonrisa se apagó al ver el rostro sombrío de él.

—En Cryma.

—¿En Cryma? ¿Qué está haciendo en Cryma?— preguntó Dana, intrigada.

—Su tumba está allí— explicó Zenir con un nudo en la garganta.

—¿Tumba?

—Ema murió hace cinco años en Cryma.

Dana apoyó despacio el cuchillo con el que había estado cortando una zanahoria sobre la mesa, se limpió las manos en un delantal y caminó hasta donde estaba sentado Zenir. Se arrodilló a su lado y le tomó la mano.

—¿Estás seguro?

Zenir asintió en silencio.

—Podría ser un truco. Tal vez Ema fingió su muerte para despistar a sus perseguidores— intentó Dana.

Zenir negó con la cabeza.

—No se puede fingir una muerte por ahorcamiento ante cuatrocientas personas.

—¿Ahorcamiento?

—Los sacerdotes de la Nueva Religión la ejecutaron por oponerse a sus enseñanzas.

LA PROFECÍA ROTA - Libro III de la SAGA DE LUGWhere stories live. Discover now