Azael se preparó para luchar al ver que sus subordinados se negaban a avanzar.

—¡Ustedes dos, deténganse! —habló Abbadon, interponiéndose entre ambos demonios. Era más corpulento y alto que Azael, y le propició un golpe en la nuca—. A veces eres tan estúpido que podrías haber sido un humano —escupió, evidenciando, por primera vez, su molestia ante las acciones de su compañero. Todavía pensativo, se dirigió hacia Herón—. La dulce Selah lucía vacía, así que puedo comprender lo que hizo realmente, ¡qué astuta! Aunque este suceso no me da ni me quita nada, admito que fue divertido tener un pequeño cambio de aire aquí. Gracias.

Lo único vacío que Herón notó fue esa gratitud falsa. Sin embargo, aunque le inquietaba saber a qué se refería Abbadon, prefirió guardarse sus comentarios.

—¿Qué no te importa? —Azael encaró, furioso.

—Ah, no —respondió con desinterés el demonio de mayor tamaño—. Me sorprende que no te dieras cuenta de lo que pasaría. Eres un tonto, nunca cambias. —Ignorando la expresión molesta que se dibujó en el rostro de Azael, Abbadon siguió pensando en voz alta—. Es más, yo creo que podrías haber estado bajo su influencia. ¿No son las mujeres los demonios más encantadores?

Azael abrió la boca para responder, pero la cerró de inmediato al escuchar un ruido a escasa distancia.

Herón se levantó, tambaleó y observó al resto de los demonios dispersos a su alrededor. Ignorando la reciente discusión entre Abbadon y Azael, soltó un quejido seguido de una pequeña risa.

—Hace tiempo —empezó a decir, con aire de grandeza—, recuerdo que deseabas ver a mi buen amigo. —Sonrió—. Ahora, no me importa que tu cuerpo lo conozca íntimamente.

Herón estiró su brazo derecho a un lado. Allí, emergió con lentitud el arma que arrebataba la vida de todo ser viviente con su afilado amalgama de metales. El objeto se transfiguró en sus manos hasta obtener una nueva silueta horrorosa, con huecos prominentes en su textura. La medialuna se expandió para obtener la imagen de una luna llena inconclusa, con un extremo afilado y punzante.

Sonriente, Herón posicionó la guadaña a la altura de sus ojos y observó a los demonios mayores sobre la curvatura en forma de medialuna mientras hacía un gesto desdeñoso con su mano libre.

Herón notó que la conexión con su guadaña era diferente, que el objeto angelical dejó atrás parte de su propia naturaleza ahora que él, su portador, se había convertido en un demonio de la muerte.

Sin preámbulos, un par de alas aparecieron en su espalda. Eran inmensas, el color blanco deslumbrante cegó por instantes a los presentes. El resplandor duró apenas un efímero momento mientras se amoldaba al cuerpo de Herón; luego, sufrió una transformación. Así como la guadaña se adaptó a Herón en su nueva forma, las alas se tornaron negras y monstruosas. Se extendieron con imponencia, pero sin la intención de remontar el vuelo todavía.

—Esto... —murmuró Azael, rompiendo el silencio. Anonadado por la repentina muestra de nuevos atributos—. ¿Cómo es posible?

—Ha sido gracias a ti —dijo Herón, con una sonrisa arrogante.

—Es cierto, es cierto, esto fue tu culpa —carcajeó Abbadon con sarcasmo.

El demonio de la muerte blandió su nueva arma con ligereza y abrió un portal en el aire, en el espacio que tenía frente a sí. Sin decir nada más, se dispuso a zambullirse en él. Sobre sus hombros vio que varios enemigos intentaron abalanzarse sobre él, tal vez para entrar al mundo humano o, quizás, en un último intento por atraparlo.

Herón sintió satisfacción al ver el rostro desfigurado de Azael que lo observaba con odio desde el otro lado de la pequeña brecha entre ambos mundos; Abbadon no muy lejos del otro, movía los labios en dirección a Herón como si intentara transmitir un mensaje. Luego, sonrió.

Y el portal se cerró por completo. 



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Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora