Capítulo 39. Parte I: Playa, brisa y amor.

511 24 0
                                    



Llegamos al Aeropuerto de Seúl, estábamos formados mientras esperábamos nuestro turno para ingresar al avión. Daniel me mantenía junto a él. Me tenía abrazada por la cintura y daba pequeños besos en mi frente o en mi cabeza. Su teléfono móvil comenzó a sonar. Él no se inmutó en contestar.

- Daniel... –Renegué, él me apretó más contra su cuerpo.

- No quiero contestar.

- Puede ser algo importante, anda –Se separó de mí malhumorado y no pude evitar sonreír. Sacó el celular de su bolsillo y se alejó un poco de mí al revisar el identificador. Estaba jugando con mis pies cuando él llegó a mi par.


- ¿Y bien?— pregunté.

- No era una emergencia, pero valió la pena. Vamos, ángel –dijo tomándome la mano, fruncí el ceño.

- Ya casi era nuestro turno, perderemos el vuelo. ¡Las maletas, Daniel! –Le gritaba pero él parecía no querer escucharme. Llegamos a una sala paralela a los vuelos privados–. ¡ Daniel! –Exclamé cuando se detuvo frente a un mostrador de granito negro con destellos
diamante.

- Te tengo una sorpresa –Oh por Dios, Daniel y sus sorpresas, esto comenzaba a tomar dormía y sentirse más… nosotros.

El aeroplano despegó. La sorpresa era que Daniel había conseguido un avión exclusivo para nosotros solos. ¿Cómo lo había hecho? Ni idea. Pero ahora nos encontrábamos más cerca del cielo mientras él tomaba mi mano.



- ¿Es demasiado? –Preguntó de pronto–. No quiero que te sientas abrumada, es solo que… creo que mereces todas y cada una de las cosas y locuras que he hecho por ti.

- Daniel … yo, me dejas sin palabras, a veces. No sé cómo agradecerte, siento que no soy lo suficientemente buena para ti. Yo…

- Para… –Me ordenó, lo miré con los ojos bien abiertos, a punto de las lágrimas–. Ángel, esto no es tan difícil de entender. Estoy loca y profundamente enamorado de ti. Vales muchísimo más. Yo tengo miedo de no poder estar a la altura de un ángel en la tierra.



Mis manos descansaban sobre mi regazo mientras emprendíamos nuestro viaje dentro de territorio irlandés. Un auto nos había estado esperando en el aeropuerto. Solté un ligero gemido cuando el techo del auto comenzó a deslizarse hacia atrás. Giré mi rostro hacia Daniel, quien tenía una sonrisa torcida.

- Tenía que hacerlo.

- Claro que sí –Sonreí a su par y contemplé su perfecto perfil: desde su frente, el puente de su nariz, sus labios ligeramente entreabiertos sonriendo satisfactoriamente y la pequeña barba que crecía. Había cambiado un poco su look, ahora tenía un estilo un poco más rebelde, pero sus ojos me mostraban que era el mismo chico del que me había enamorado, a pesar de que ahora tenía heridas que no eran capaces de cicatrizar.


Habíamos ido al par de la costa irlandesa por unos cuarenta y cinco minutos, mis ojos estaban maravillados ante tanta belleza natural, incluida la de él. Daniel pareció dudar un poco, aparcó a un lado mientras yo lo miraba confundida. Él se bajó y abrió mi puerta.

- ¿Vas a abandonarme aquí? –Bromeé, él soltó una carcajada y tomó mi mano aún más fuerte.

- Probablemente –Golpeé su hombro y él rió aún más fuerte. Dejó que yo me adelantara y me abrazó por la espalda.

- ¿Por qué nos detuvimos?—. Susurré, sentí su aliento en mi oído y giré un poco mi rostro para mirarlo, él me besó dulcemente y regresó su mirada al horizonte. Estábamos en Irlanda, en medio da la nada mientras contemplábamos la playa–. Daniel –Repetí.

- ¿Ves esa casa de allá? –Preguntó apuntando al frente. Yo asentí y pude ver una fugaz sonrisa–. Ahí es a dónde nos dirigimos –Abrí la boca sorprendida, pero incapaz de decir una palabra. Más sorpresas se agregaban a la lista.

Daniel aparcó el Cadillac y se bajó. Rodeó el capó del auto y abrió mi puerta. Yo seguía completamente asombrada, este lugar era hermoso. La fachada era de piedras y los marcos de las puertas eran de madera. Algunos maceteros decoraban las ventanas y las flores le daban un colorido único a la casa. Detrás de la pequeña fortaleza se dibujaba el mar. La casa estaba solitaria, probablemente no habría más casas a unos seis kilómetros a la redonda.



- ¿Te gusta?

- ¡Por supuesto! –Respondí sin dejar de contemplar mí alrededor.

- Vamos a la playa. Hay unas escaleras detrás (Jonas Blue - Mama ft. William Singe) –Tomó mi mano y me llevó a una puerta de madera lateral. Sacó unas llaves de su bolsillo y abrió con facilidad. Esto era tan hermoso. Caminamos a través de un pasillo que al final se abría hacia el patio. O el mar. Había una serie de hamacas, la ligera brisa me golpeó de pronto. Esto era real, estaba con Daniel en un lugar precioso. Lo miré, sonreía complacido, lo detuve. Me puse de puntitas y rocé sus labios con los míos, enredé mis brazos en su cuello y él los mantuvo en mi cintura. Él agachó su cabeza y selló nuestros labios.

- Gracias –Murmuré. Él se agachó y me besó de nuevo–. Te amo.

- Te amo más, mucho más –Entrelazó de nuevo
nuestras manos y me encaminó a la playa.

Triángulo ViciosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora