Capítulo 28: La bella, la bestia y el príncipe. Parte II

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Todo pasó tan rápido. El golpe de Daniel contra el mentón de Alex me hizo reaccionar a favor de Alex ya que caí a su par. Levanté la mirada, para encontrarme con la mirada de curiosos y la fría y oscura mirada de mi novio. Joder. La respiración de Daniel estaba acelerada, sus ojos soltaban centellas, nunca lo había visto así, Alex estaba en mi regazo, pero no podía dirigirle la mirada, estaba preocupada por ambos, pero ¿Qué se suponía que tenía que pasar? ¿Debería de estar preocupada por la víctima o el agresor? Había tomado mi decisión, no importaba lo que pasaría con Mike o con Alex, necesitaba hablar con Daniel, tranquilizarlo, explicarle el beso, ya que sabía que no era fácil para él. Pero cuando iba a levantarme, vi como Ging tomó a Daniel del brazo, negó con la cabeza, me miró y susurró "Yo me encargo", y salieron de la escena.


- ¡Déjenlo respirar! –Gritó alguien a mis espaldas. Examiné con detenimiento su rostro, ¿Cómo era que había dejado de amarlo? Algunos rizos de su relamido peinado. Sus ojos estaban cerrados, pero hacía constantes muecas. Por lo menos estaba vivo.

Alguien me ayudó a sacarlo de ahí y llevarlo a la enfermería, él estaba sentado en la camilla y yo en la silla que estaba frente a él.

- ¡Esto es ridículo! Venga, mi madre es enfermera, creo que sé que hacer –Me puse de pie, hurgué en los estantes, obviamente, los medicamentos recetados estaban bajo llave, pero la herida que tenía en su mejilla solo necesitaba desinfectar. Saqué algodón, peróxido de hidrógeno, unas gasas y micropore. Lavé mis temblorosas manos y regresé a dónde estaba. Me giré y lo sorprendí mirándome.

- Me mata tu actitud rebelde –Sonrió de lado, pero al parecer no recordaba que "ese lado" era su lado herido, hizo una mueca de dolor y me acerqué a él. Jalé un banquillo, quedando a su altura.

- No soy rebelde. Estoy impaciente.

- ¿Impaciente? –Tragué saliva, no debí de haber dicho eso. Estaba impaciente por salir al encuentro de Daniel, no podía contarle nada de eso a Alex.

- Sí, ¿Qué tal si tienes una contusión o algo por el estilo? –mentí. Mojé el algodón y miré con detenimiento su mejilla–. ¿Listo? –Él negó con la cabeza. Fruncí el ceño–. ¿Qué pasa?

- Nada es solo que... –Hizo una pausa, miró hacia el piso, cosa extraña de él–. ¿Podrías... ponerte mi saco? –Arqué la ceja, se quitó el saco negro y me lo entregó. Dejé el bote de peróxido y miré la chaqueta. Aun confundida me la puse. Su olor se coló por mis fosas nasales. Masculino y atlético. Miles de recuerdos abarrotaron mi cabeza, como aquella vez que había caído una tormenta de nieve tardía, yo había olvidado mi chamarra y él me había prestado la suya. Cerré los ojos, para aclarar mi cabeza, suspiré y tomé de nuevo el algodón.

- ¿Por qué uso tu chaqueta? –Pregunté mientras acariciaba con suavidad la herida diagonal con el algodón–. Arderá –Murmuré.

- Porque te respeto.

- Wow. No esperaba eso, al menos no de ti.

- Marceline... –Me reprochó. Cambié el algodón y usé uno nuevo.

- ¿Sabes? si me hubieras respetado, no me habrías arrastrado a Frantic Delirium. Nunca entenderé porqué lo hiciste, pero no estoy segura de quererlo saber.

- Yo... lo lamento. Estaba cegado por todo. –Dejé caer mi mano, desvié la mirada.

- No, dije que no quería saber. A estas alturas no hay disculpas que valgan, Alex.

Llamé a mi madre y le pregunté qué era mejor en este tipo de casos. Me dijo que alguien tenía que estar al pendiente de Alex por la noche, para que se cerciorar que de no había heridas internas. Pero Alex, no tenía muchas personas a su favor por aquí.

- Me quedaré contigo esta noche –Le dije resignada mientras colgaba el saco en la perchero–. Iré por algo para cambiarme a mi habitación. Aunque no sé si deba dejarte solo...

- Estaré bien.

- Regresaré pronto –Aseguré mientras me dirigía a la puerta.

- Aunque... podría prestarte algo –Me giré sobre mis talones y lo miré–. Como los viejos tiempos, Marceline . Además, creo que será mejor que no salgas, puedes con encontrarte con personas que te harán preguntas sobre lo que pasó. Y, no permitiré que salgas sola, mucho menos vestida así–. Era patético, ridículo y... cierto. No estaba de humor para tolerar las preguntas de borrachos que mañana habrían olvidado lo que había pasado. Asentí resignada–. En ese cajón, bajo la foto está un pantalón de pijama junto con la camisa –Busqué la foto que decía, era una foto nuestra. La miré con detenimiento, tendríamos dieciséis, él reía mientras me tomaba por la cintura, yo lo abrazaba por el cuello y reía a su par. Sonreí con melancolía–. ¿Lo encontraste? –Preguntó sacándome de mis pensamientos, abrí el cajón y saqué un pijama de cuadros. Él se había incorporado, estaba sentado en la cama, mirándome a la espera de una respuesta.

- Sí.

- Ésa es la puerta del baño –Señaló–. Me cambiaré mientras tú estás en el baño –Se puso de pie y se acercó a donde estaba. Inmediatamente me alejé y me metí en el sanitario. Cerré la puerta, apoyé mi cabeza contra la puerta. Esto era incómodo, infinitamente incómodo. Saqué mi celular y tecleé un mensaje para Ging y otros dos para Daniel. No tenía crema para desmaquillarme así que usé un poco de crema que estaba ahí. Me lavé la cara, tratando de refrescarla, sería una noche muy larga. Me saqué el revelador vestido y me puse el pijama, me quedaba un poco grande, pero era eso a seguir con el vestido y el saco. Había dicho que me respetaba, ¿había pensado eso cuando me había besado? Inconscientemente posé mis dedos en mis labios. Antes, habría delirado por ese beso, habría sido la causa de desvelos y más historias con mi cabeza sobre cómo sería estar con él. Ay, no. me dolía admitirlo, me sentía pésimo para admitirlo. Pero había sido exactamente como hubiese querido que fuera, exceptuando el hecho de la pelea. Revisé de nuevo mi celular, no tenía respuesta ni de Ging ni de Daniel. Tal vez debía de insistir. O no debería de hacerlo. Simplemente no sabía que debía de hacer y me encontraba encerrada con Alex. Salí del baño y vi a Alex sentado, me acerqué a él. Todas las habitaciones tenían al menos dos camas, así que usé la que estaba intacta, a un lado de la él. Tenía una caja en su regazo, sostenía una caja de fotos.

- Pasamos por buenas cosas, Marceline.

- Sí.

- ¿Qué nos pasó?

- Alex, no me preguntes eso, tú sabes la respuesta.

- ¿Cambiamos? –Asentí resignada.

- Lo hicimos y de manera radical –Él me pasó una foto. Teníamos alrededor de unos cuatro años, estábamos en el jardín trasero de la casa de sus padres, era una tarde de verano y estábamos en una alberca inflable, sonreí automáticamente.

- Éramos inseparables.

- Sí, lo éramos—. Respondí con el corazón encogido. Me dolía pensar que cuando había necesitado un amigo, él había estado ahí y todo eso, todas sus acciones y atenciones yo las había disfrazado de amor. Entonces... ¿era mi problema haber pensado que mi mejor amigo era diferente?

- Pero crecimos, conocimos gente nueva... igual y nunca te olvidé. No pienso reemplazarte, eras y serás mi mejor amiga, mi pequeña princesa. No espero que me respondas que yo siempre seré tu príncipe. Sé que te hice daño, Marceline. Lo sé, me arrepiento, pero no sé qué hacer para hacerte cambiar de opinión –Bajé la mirada y apreté los labios, me aferré a la cama y levanté la mirada. Sus ojos contenían culpa, estaba realmente destrozado. ¿Eso era lo que necesitaba? ¿Estar a solas para ser el chico dulce del que me había enamorado? Probablemente, su farsa era aún mayor que lo que nosotros habíamos podido ser. Miré su herida.

- ¿Te duele?

- ¿Esto? –Apuntó a su mejilla, ligeramente abultada. Asentí–. No, bueno, solo un poco. Pero no me duele tanto como haberte perdido para siempre, Marceline . Ni tanto, como saber que te tuve y te dejé ir. Haces bien, princesa, en quererte alejar de mí, no te merezco. Pero me alegra saber que por lo menos compartimos una historia y tenemos recuerdos que nos hacen lo que somos, para bien o para mal. Estoy algo mareado –Susurró, se puso de pie, cerró la caja y la dejó en la mesita de al lado. Se acercó a mí y besó mi frente–. Gracias, sabía que no me dejarías cuando te necesitaba, princesa.

Triángulo ViciosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora