Capítulo 12: Belleza.

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Rusia era el lugar más increíble que había visto jamás, el hermoso sol que adornaba el cielo de la tarde y las amplias calles de la ciudad, provocaban que todo mi interior se revolcara.

- ¿Te gusta? –Preguntó Daniel, interrumpiendo mis pensamientos.

- Es hermoso –Conteste, con una amplia sonrisa en el rostro.

- El salón de papá queda cerca, podremos subir si quieres

Por como Daniel sonrió era evidente que estaba ruborizada, claro que quería subir y claro que quería estar con él el mayor tiempo posible, asentí con la cabeza y él se limitó a seguir conduciendo sin pronunciar otra palabra, sonreía y yo admiraba todo de él, desde su divinidad física hasta su adecuada manera de hablar. ¿Acaso Daniel era el chico más perfecto que pudiese existir?

Luego de treinta minutos por la autopista, nos detuvimos frente a un enorme edificio aparentemente muy lujoso, Daniel bajo del vehículo y otro hombre muy elegante abrió la puerta a mi costado.

- ¡Señorita Marceline! –Saludo el hombre, ofreciendo su mano para ayudarme a bajar del auto, Daniel me hizo una graciosa seña que asimile como buena y lo seguí hasta el interior del edificio.

- ¿Tienes hambre? –Pregunto él y yo asentí con la cabeza, entonces añadió–: no te preocupes, solo dejare el papeleo y luego iremos a comer, lo prometo.

Fue cierto. No nos demoramos más de media hora en el interior del lujoso edificio, al parecer todos allí lo conocían, se referían a él con respeto como "Joven D" o "Sr. Dan", lo cual me resultaba gracioso. Salimos de allí. Caminábamos en una dirección desconocida para mí (teniendo en cuenta que, era la primera vez que visitaba esta ciudad)

- Tengo una sorpresa para ti –Me dijo Daniel, mientras tocaba mi mano con enorme suavidad.

No pronuncie palabra. ¿Otra sorpresa? ¿Cuántas más habría? Su mano de deslizo por la mía hasta que nuestros dedos quedaron entrelazados, sudaba, pero al parecer a él no le importaba, o quizá ni siquiera lo notaba.

- Ven aquí –Hablo, sacando un pañuelo blanco de su bolsillo–. Tienes que taparte los ojos.

- ¿Qué? ¡Claro que no lo haré! No me tapa...

- ¿Acaso, no confías en mí?

Su mirada se apagó y sentí como si un tractor pasara sobre mi cuerpo. Culpa. Así que no me resistí, después de todo ya había hecho muchas cosas por mí, y era lo menos que podía hacer por él. Me cubrió los ojos con aquel pañuelo blanco, escuche como un auto llegaba y Daniel me metía en aquel, me sentía nerviosa así que no soltaba su mano. No andamos más de diez minutos cuando me pidió que bajara, dimos unos pocos pasos y luego ingresamos a lo que al parecer era una pequeña cabina. Comenzó a ascender y las náuseas llegaban a mí automáticamente, la falta de visión y la desesperación me estaban causando mucho estress. Cuando estaba a punto de quitarme el blanco pañuelo sentí como la brisa me golpeaba el rostro, provocándome una relajación inmediata.


- Ya puedes ver –Me hablo Dani al oído, mientras soltaba el nudo del pañuelo–. ¡Disfruta la vista de Rusia al atardecer!

Atónita. Perpleja. Estaba sin palabras ante lo que tenía en frente. Nos encontrábamos en la punta más alta, observando la hermosa ciudad. Observe a Daniel, el viento elevaba sus cabellos y el naranja del cielo alumbraba su rostro provocando una apariencia perfecta. Él giro la cabeza, mirándome fijamente los ojos.

- Tenías hambre ¿verdad? –Musito él, señalando una mesa de comedor atrás mío. Hace un momento cruce casi sobre ella y ni siquiera la había notado. Ahora podía ver con más claridad todo mi alrededor: la mesa con estupenda comida justo en el centro, copas de champan, flores una suave melodía que provenía de algún lugar cerca de allí–. Siéntate y disfrutemos de una estupenda velada.

Nos sentamos plácidamente y cenar: un estupendo espagueti con salsa bechamel, acompañado de una champan que no había probado jamás. Comimos en silencio durante un largo tiempo, entonces Daniel rompió el silencio, diciendo:


- ¿Sabes algo? soy la persona más feliz del mundo cuando me dices "hola" o me sonríes, porque sé que, aunque haya sido solo un segundo, has pensado en mí –Mi cerebro trataba de procesar sus palabras, mientras yo lo disimulaba bebiendo un trago de aquel champan.

- ¿Por qué haces todo esto? Quiero decir, ayudarme, traerme aquí, todo lo que has hecho –Hable luego de recuperarme de sus palabras, pero esperando unas más fuertes.

- Me salvaste la vida ¿recuerdas?

- Eso ya no me lo creo, Daniel, yo... –Mis palabras quedaron en el aire y una desapercibida lagrima broto de mis ojos. Trate de ocultarla.

- Si pudiese ser una parte de ti ¿Cual crees que escogería? –Pregunto él.

- No lo sé, ¿Cuál sería?

- Elegiría ser tus lágrimas –Empezó a decir mientras se ponía de pie y se acercaba a mí–, Porque tus lágrimas son creadas en tu corazón, –Me tomo del brazo y caminamos lentamente hacia el balcón del edificio–, nacen en tus ojos, viven en tus mejillas, y se mueren en tus labios.

Acerco su rostro lo suficiente para que yo pudiese sentir su respiración casi sobre la mía. No lo dude, cerré los ojos emergiéndome en aquel mundo donde las fantasías se vuelven realidad. Por fin nuestros labios se juntaron mientras la brisa nos golpeaba el rostro, fue un beso tan suave, tierno y dulce que por un momento desee que no acabara jamás. Pero ya era tiempo de volver a la realidad.

Triángulo ViciosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora