—Estas sonrojada— susurró rompiendo mi pequeña burbuja, sin poder evitarlo miré su rostro encontrando su mirada fija en mí.

Tragué pesadamente, sus ojos cuyo color era uno de los más cálidos que jamás había visto ahora resplandecían con una frialdad que me heló la sangre. Su mirada no abandonó la mía ni su rostro mostró alguna señal de sentimientos ni cuando mi rostro estaba acaloradamente carmesí.

—Lo siento— bramé, pero mi voz sonó tan quebradiza que se transformó un débil susurro lastimero.

Sin dar paso a nada más, flexioné mis brazos estableciendo un considerable espacio entre nuestros cuerpos y proseguí a levantarme. En el intento sentí como sus manos se aferraron a mi cadera, paralizándome en el acto. Sus manos alrededor de mí se aferraron fuertemente mientras su mirada nunca se apartó de mi rostro. Con mi pecho otra vez aprisionado junto al suyo lo único que podía escuchar era mi corazón latiendo fuertemente en mis oídos, sin embargo lo oí perfectamente cuando hablo de nuevo.

—Diviértete en tu cita— profirió y aunque miles de veces lo escuché fanfarrón, molesto o engreído, nunca había escuchado el matiz aterradoramente gélido que podía adquirir su voz.

Intenté levantarme nuevamente, esta vez con éxito. Le di un mirada rápida y el ya se había levantado y lo último que vi fue su espalda perderse tras su habitación.

Me quedé ahí, estática, mirando y no mirando en absoluto la madera de la puerta cerrada, despotricando interiormente por lo que había pasado.

Su cuerpo se sentía tan caliente pero su temperamento era frío.

Saliendo del ensimismamiento noté mi celular sonar dentro de mi bolso y recuerdo a Edward, esperando por mí, el restaurante. Respiré profundamente y exhalé sintiendo como mi pulso recobraba la normalidad poco a poco. No había pasado nada, simplemente acababa de salir de mi habitación, sin improvistos ni contratiempos. Todo estaba bien.

Alisé mi camisa y me dirigí a la planta baja. Fuera Edward abandonó su celular y me sonríe, trato de hacer lo mismo pero al momento que abre la puerta del auto lo único que puedo hacer es escabullirme y esperar a alejarme lo máximo que pueda de la casa.

Me había afectado y no podía odiarme más por ello.

—Luces hermosa.

—Gracias, tú también te ves bien— le dije y esa vez logré un mejor intento de sonrisa.

Cuando el auto finalmente se puso en marcha, sentí como si por primera vez desde la caída puedo respirar. Antes de dejar la casa a nuestra espalda elevé la mirada, una de las ventanas tenía una particularidad: desde allí la silueta de Zayn podía ser vista. Era la ventana de su habitación.

En el camino Edward y yo hablamos de distintos temas, lo que me permitió enfriar la cabeza de pensamientos escandalosos. Edward entró en la zona de parking de un restaurant aparentemente nuevo y elegante, tanto que me hizo cuestionarme sobre el atuendo que pobremente había escogido.

La fachada del exterior no tenía nada que ver con el interior del lugar, las mesas estaban colocadas cuidadosamente, la comida servida lucía exquisita y la banda sonora del fondo tocaba sutiles melodías clásicas mientras los hombres vestidos con esmoquin se paseaban con una gracia que me hizo cuidar mucho más mi postura. En conclusión era un lugar de clase.

—Buenas noches, ¿en qué puedo ayudarles? — dijo la mujer de resección cordialmente.

—Buenas noches, tengo una reservación— le respondió Edward con el mismo tono.

Sorprendida miré a la mujer tomar un libro negro, el lugar además de lucir costoso era exclusivo.

—¿Me indicaría su nombre, por favor?

—Edward Middleton.

Observé a la mujer recepcionista ojear a través de las hojas del libro, unos segundos más tarde pareció encontrar lo que buscaba, levantó la mirada hacia nosotros y con una sonrisa afable nos hizo pasar. Edward me guió como si no fuera nuestra primera vez en aquel sitio. Su cálida mano en mi espalda baja me condujo a través de las mesas pulcramente decoradas y mi sorpresa creció aún más cuando dejamos todo eso atrás y nos abrimos paso a lo que era un extenso jardín con arbustos de distintas figurillas e iluminados con pequeñas luces que hacían la ilusión de pequeñas estrellas que abandonaron el cielo para iluminarnos a nosotros. Las mesas allí eran distintas, el estilo era más fresco, pero sin perder el lujo que los caracterizaba. La docena de personas allí presentes bebían copas de lo que parecían vino tinto y lucían tan vanidosas que de nuevo me regañé por la elección de mi vestimenta.

Someday Mine |ZM| En Edición.Where stories live. Discover now