26| Castigo Mortal II

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[Capítulo Regalo]

Drake Smirnov

Ella es mi castigo, el que me indica cien veces la condena que cumplo por herir su esencia. Joder, extraño sentir sus dedos frente a los míos y esa electricidad escondida fluyendo entre ellos, extraño no poder abrazarla y que en lugar de escucharla sollozar, sea su risa la que me haga sentirme completo, y sí, odio la maldita soledad con la que me enterrado estando vivo. También odio que las cosas no acabaran como las proyecté, he sufrido inclusive más que ella, porque le fallé, a esa lista negra se agregan mis padres y a mí mismo. Y eso es una mierda que no me deja seguir. Me lo tengo bien merecido, eso es lo justo: no tenerla, pero desearla; es mi propia sentencia por ser tan destructivo para su vida.

El sudor perla su rostro, en especial su frente lo que produce que sus mechones se adhieran a esta. Si no hubiera estado tan cabreado, me hubiera dado cuenta que algo andaba muy mal con su cuerpo, de pronto estaba abrazándola y después llevándola a la cama para que se recostara, su piel perdió color y sus ojeras se marcaban bajo sus ojos. No tuvo fuerzas para continuar llorando y el sudor la cubrió en un lento proceso de fiebre.

Retuerce su mano en mi camisa y se queja, frunce las cejas y pega su mejilla a su almohada con malestar. Aprieto su mano para transmitirle calma, las mismas que queman, retiro sus mechones que obstaculizan su respiración y la veo detenidamente. Su nariz respingona aporta delicadeza a su expresión y sus ojos cerrados la hacen lucir terriblemente hermosa. ¿Cómo pude ser tan idiota y dejarla ir?

«Fue lo mejor», me aconseja mi fuero interno.

—Tranquila preciosa, yo calmaré tu dolor —le susurro al oído de manera amable. Tomo la pequeña blusa negra que he encontrado en su cómoda y la sumerjo en agua, escurro, doblo y ajusto la tela a su estrecha frente para calmar la fiebre. Eso solía hacer Ari, mi madre cuando me sentía enfermo.

Su mano es la del problema, si utilizaron anestesia para cerrarle las heridas, el dolor ya debe hacer efecto. El sudor se intensifica al igual que sus apretones de mi camiseta. Sostengo su cabeza y la pego cerca de mi hombro, como ella es liviana, no me da problemas en mover su cuerpo. Paso mi mano por su cintura y la acerco más, su respiración es agitada y sus ojos se abren poco a poco.

Sus ojos me inspeccionan con confusión, pero la ignoro para tomar su mano herida, cojo la bolsa de hielo que he traído de la cocina y aprieto lo suficiente para que no sienta ninguna molestia. Mi expresión es seria, pero la trato con suma delicadeza. Utilizo una toalla como base para que el hielo desleído no se vacíe en su cama.

—¿Dónde estuviste Drake? —murmura con la voz ronca. No deja de mirarme. Tomo la blusa tibia para volver a escurrirla y enfriarla con el agua.

«Piensa idiota, piensa o la cagas».

—A unos metros más adelante de tu cuarto —digo con cierto humor que no tengo.

—Esta madrugada no eres el chico que conocí hace dos años —sentencia dolida. Mira su mano, que se encuentra en mi pecho y la aparta con disimulo. Sostengo su brazo para que no la retire. No quiero que se aleje y después de mucho, estoy tentado a abrir mi boca con una pregunta si el momento se llaga a dar y parece que así es, ya que cuando la tengo tan cerca, cometo imprudencias.

—¿Qué es lo que deseas oír, Aubrey? —Acerco mis dedos a su mentón, tiembla al sentirlos fríos. Puedo sentir su nerviosismo y como las órbitas de sus ojos se mueven con inseguridad. Si me hace una pregunta, cualquiera, le contestaré con total sinceridad porque mentir ya me resulta agotador.

Su pecho se eleva, separa sus labios para articular palabra. Tenso mi mandíbula, este será el día dónde me odiará o perdonará; la decisión que ella tome la llevaré de por vida y esta vez no miraré al pasado. Por fin estaré librando toda la culpa que me ha consumido.

Azul DestructivoWhere stories live. Discover now