Prólogo

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La maldad se acentuó en los que alguna vez tuvieron un corazón ingenuo, los absorbió y marchitó



P R Ó L O G O

Max Smirnov

Doce años antes, mansión Henderson

En un mundo cruel donde el dinero prevalece sobre los sentimientos, no es de esperar que pague miles de dólares para alejar a los ladrones profesionales, esos que usan todos sus recursos con tal de obtener riquezas, esos que matan sin pensarlo dos veces. Es por ello que no estuve sorprendido al receptar una llamada, la de Rick Henderson, mi amigo y socio de trabajo, pidiéndome ayuda mientras su mansión era saqueada.

La culpa estruja mi alma conforme hundo cada pisada en la espesa y negra arena a las afueras de su propiedad. El calor se siente en el aire de forma caótica, tanto, que me obligo a respirar a través de mi abrigo. Las llamas consumen todo lo que les rodea. El lugar está plagado del rugido del fuego. Las ventanas explotan y las paredes se desmoronan.

Mis ojos han visto, con el paso de los años, muertes dolorosas. Aquellas que hacen a una persona irreconocible ante los demás. Mi corazón se ha llenado de grietas que me han insensibilizado, porque cuando los sentimientos son arrancados de golpe, solo queda aferrarse al vacío.

Si de interés se trata, mi enfoque va en la amistad de Rick. Pienso en su hija Aubrey, de la misma edad de mi hijo de seis. La conocí desde que era bebé, creció sin el cariño y presencia de una madre. Y pese a ello, es una niña feliz. Siento la necesidad de encontrarla en medio de esta catástrofe. Tengo el presentimiento de que su padre está muerto, mi prioridad es salvarla si está herida. Ella solo me tiene a mí.

Después de unos minutos que camino por los alrededores, escucho unos gritos. Son como los quejidos de un animal que sufre, golpe tras golpe, duros maltratos. Le siguen una serie de gritos y sollozos incluso más fuertes a los anteriores.

Diviso su cabello a pocos metros del mar. La pequeña está sentada con las rodillas pegadas a su pecho, moviéndose de atrás hacia adelante, con las manos sobre su rostro.

—¿Aubrey? —pregunto con voz amable.

Ella da un sobresalto y corta su llanto. Mira con suavidad detrás de su hombro y sus ojos cristalizados se abren al reconocerme.

—¡Tío Max! —Se abalanza hacia mis brazos. No puede ni hablar. Sus hombros tiemblan mientras llora. Grita bajo mi pecho. Aprieta con sus delgados dedos mi gabardina y se pierde en el dolor.

La examino en busca de heridas. En algunas partes de su vestido blanco hay manchas rosadas. Su cabello está cubierto de arena y lodo.

—Ahí, ahí... —Señala con sus delgados dedos una pared—, está, papi.

Tengo que sofocar un insulto porque estamos cerca a una pared caída en cuyo extremo aparece un brazo ensangrentado. Y todo adquiere sentido. Miro con horror el rosa de su prenda. La pobre va a vivir un serio trauma emocional, porque esa sangre no es de ella, es del cadáver.

Antes de que diga algo, las luces de varias patrullas se hacen presentes a lo lejos.

Si no me la llevo de inmediato, los de servicio social se van hacer cargo y la darán en adopción, sin antes, pausar el trámite del papeleo mientras se investiga su caso. Será una pérdida de tiempo.

—Nos vamos. —La cargo sobre mis hombros para llevarla a mi coche.

—¡Papi, está ahí! ¡No, no, no! —La niña trata de zafarse, rehusándose a ir conmigo. Ella es tan inocente que todavía cree que su padre está vivo—. ¡Te he dicho que él está ahí! —grita con la voz ronca.

Antes de alejarnos, siento que le debo una explicación. Su nueva vida comenzará con los Smirnov y ella debe entenderlo.

La planto en el suelo y, con ambas manos, la tomo de los hombros para que me escuche. Sus lágrimas no se detienen y me suplica con la mirada que ayude a su padre.

—Querida, míralo —pido. Se queda mirando el piso. Presiente que lo que va a escuchar es demasiado malo—, no se mueve.

Sus manos forman puños y sus ojos se cierran al comprobar mis palabras. Hago una pausa larga por lo que le diré.

No es nada fácil lidiar con un muerto y menos cuando su hija lo tiene justo en sus narices.

Los niños no entienden la muerte y menos cuando se trata de los seres que más aman, que conocen en su corta vida y de los cuales se sienten seguros, sus padres, aquellos que son sus héroes y que a sus ojos se vuelven inmortales.

—Él... —busco las palabras. No debo mentirle, esta vez seré claro desde el principio—, está con mami ahora.

Si hubo esperanza en su mirada, en este instante acabo de arrebatarla. Se marchita en segundos y sus piernas se debilitan. Aprieto su hombro para no dejarla caer, tomo su mentón y procedo a explicarle con paciencia.

—Si no vienes conmigo, esos automóviles —Apunto a las luces de colores que se acercan a toda velocidad—, te llevarán a un lugar donde no me verás ni a mí, ni a tus padres. Eso te hará triste y miserable. ¿Eso quieres? —le pregunto utilizando un tono bajo.

Sé que estoy jugando sucio al decirle todo eso, pero ella debe decidir con rapidez antes de que la policía llegue.

—N...no —responde, limpiando los moquillos que resbalan de su nariz respingona.

Me apresuro a llevarla al asiento del pasajero y le coloco el cinturón de seguridad.

Corro al volante. Presiono el acelerador y miro por el retrovisor: las patrullas me están pisando los talones. Aumento la velocidad y me alejo justo a tiempo.

Lo tengo todo planeado: mi esposa entenderá mi decisión de criarla, de eso estoy seguro. No estoy para preguntar a nadie, ni nadie está para cuestionarme.

Aubrey empieza a respirar demasiado rápido y, con sus lágrimas, parece ahogarse. Se agarra el corazón como si lo retuviera para que no se saliera de su pecho. La sensación de verla hundirse en la miseria es estremecedora. Conozco el sentimiento como la palma de mi mano.

Sanaré sus heridas para que ella vuelva a confiar. Lograré que se sienta segura con su nueva familia.

—Te prometo que te haré olvidar el dolor, te lo prometo —aseguro mientras agarro fuertemente el volante—. Ahora perteneces a la familia Smirnov, y yo, cuido siempre lo que me pertenece.

Azul DestructivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora