42| Las realidades son crueles

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42| LAS REALIDADES SON CRUELES


¿Y si todo fue una farsa? Entonces caeré en una vil desolación y nadie podrá salvarme esta vez.

Aubrey Henderson

Afueras del restaurante Mago

Cuando llegué a ese ostentoso restaurante cristalizado, mi mente solo pensaba en los motivos que tendría Liz para citarme allí, en lugar de la acostumbrada mansión en la que siempre hablábamos. No nos habíamos visto desde que llegué a casa, y eso fue hace unos días, y en cierta forma, resultaba extraño citarnos aquí. Todo se había vuelto desconocido.

Los días anteriores fueron preocupantes, las cosas no estaban bien.

Zury se había aislado, Max pasaba viajando y Drake volvía a esquivarme, pero no de la forma habitual a la que lo había hecho en el pasado. Me trataba con sumo tino como si al decir algo creyera que se volvería a equivocar. Así que solo me preparaba el desayuno todas las mañanas y lo dejaba cerca de mi cama mientras yo dormía. Sin decir nada, salía a correr. Alguno que otro diálogo formulábamos de vez en cuando, su voz era tranquila y más baja de lo habitual. Pienso que no quería que lo sintiera como alguien intenso que se esforzaba demasiado para que lo perdonara, pero tampoco descartaba acciones que me hicieran reconsiderar que en verdad sentía lo que había hecho.

Y Liz, bueno, a ella la veré de nuevo en unos minutos. Sé que nuestra cita en el restaurante Mago no es por casualidad, ella la ha agendado con sumo cuidado y es por algo. No es que sea pesimista, pero soy experta en notar cuando algo malo se avecina a kilómetros. Después de todo, tengo la suficiente experiencia para predecirlo.

Abro el mensaje que me llega, es de Liz.

«Estoy en la limusina de al frente, ven».

Mientras camino por la acera, la opresión en mi pecho incrementa, el vehículo tiene apariencia sombría, la soledad de la calle en la que está estacionado me causa nerviosismo. El tacón se me tuerce ligeramente, pero me obligo a recomponerme de inmediato.

Me acerco y la ventana de atrás desciende con lentitud.

Veo el rostro de Liz de perfil, puesto que mira hacia adelante.

—Sube —ordena, cortante.

Hago lo que me dice.

Ahí está ella sentada, en el centro del extenso asiento de atrás, con las piernas cruzadas con delicadeza. Lleva unos tacones altos y usa un vestido lleno de lentejuelas plateadas, que cae hasta sus talones. Todo en ella es ordenado y formal: su cabello rubio extra claro está perfectamente planchado, recogido cuidadosamente en una cola de caballo, sus uñas largas con un diseño francés no se despegan de sus rodillas. Tal vez por la línea gruesa del delineado de arriba y abajo de sus ojos es que su imagen la hace ver más seria.

No tengo la confianza de dirigirme a ella como siempre, no cuando está en ese papel de autoridad.

Bajo la cabeza, lista para escuchar sus palabras.

Solo me queda escuchar, porque mi energía casi la tengo en cero. Mi cuerpo no se ha recuperado del todo, el corte de mi mano izquierda todavía no ha curado, mis hombros están tensos y mis dedos han perdido color, y eso es porque me he saltado algunas comidas. Descubrí que cuando estoy triste, no tengo hambre. El dolor me ha engullido en su máxima expresión, son muchas cosas que he tenido y tengo que soportar.

El silencio reina por unos segundos hasta que habla:

—He reservado dos boletos de avión, nos vamos lejos —dice finalmente, entonces levanto el rostro de forma exagerada. Sus ojos verdes me miran sin distraerse en otros, pero no lo hacen con intensidad sino con tristeza. Su semblante es tenso como una liga que se estira y que tiene una alta posibilidad de romperse en cualquier momento —. Finalmente esta pesadilla ha terminado —sentencia con la voz rota, su mirada se vuelve apagada y puedo sentir el sufrimiento en el reflejo de esta. A pesar que sonríe, sus lágrimas salen de inmediato—. Hoy firmé los papeles del divorcio.

Azul DestructivoWhere stories live. Discover now