#34: Solo dame una razón

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Cinco años después.
Valeria.

Camino con seguridad fuera del aeropuerto de Tijuacali con la maleta en mi mano. Cierro los ojos y respiro el aire de la ciudad, sigue estando contaminada pero es tolerable.

Le hago una seña a un taxi, el cual se detiene y me ayuda a subir mi maleta. Me quedo observando por la ventana mientras el taxista maneja, veo los edificios nuevos, las construcciones que ya acabadas que estaban haciendo cuando me fui, veo el inicio nuevo que siempre esta ciudad me ha ofrecido.

El taxi se estaciona enfrente de la casa de mi prima Grace, donde está viviendo con su esposo y su hija. Me bajo del auto y agarro mi maleta para pagarle al taxista y caminar con seguridad hacia su casa y tocar la puerta. Ella la abre y me sonríe con ternura, es la primera vez que la veo en cinco años, pero sigue teniendo ese glamour que siempre la caracterizó. Aún cubierta de comida para bebé y su cabello enredado.

—Hola — la saludo y ella me abraza, cuando nos separamos veo que tengo papilla de zanahoria en mi chaqueta.

—Adriana es todo un caso — me dice ella con sus ojos azules más brillantes que nunca.

Supongo que la maternidad le queda de maravilla.

—Me alegra verte feliz — le digo sonriendo tomando sus manos.

—Lo mismo digo, sé que no han sido tan buenos años después de lo de tu padre — me dice Grace con una mueca y aprieto los labios.

Sabía que esto pasaría algún día, sabía que mi padre eventualmente moriría, aún más sabiendo que era policía. Según lo que me ha dicho mi hermano, mi madre solo se sienta en el pórtico a ver la calle, casi esperando que papá vuelva.

Entro a su casa donde su esposo, Eduardo, juega con la pequeña niña rubia de un año. Es una bebé bastante hermosa, una perfecta combinación de sus padres, ambos parecen tan felices. Después de todo, Grace logró tener su final feliz.

Grace me señala donde es mi cuarto donde me hospedaré y dejo mi maleta mientras me siento en la cama viendo mi celular, debería llamarle pero no quiero molestar. Suspiro fuerte abrazando el celular en mi pecho, debo perder el miedo.

Marco el número con los dedos temblando y siento que desfallezco cuando suena el tono de espera para que me conteste.

—Con la doctora Ortega-Nuñez —me contesta ella en tono serio, al igual que ella.

—Hola, soy Valeria López —digo algo nerviosa —. Solo quería notificar que he llegado a la ciudad y que mañana ya puedo presentarme a trabajar.

—Me parece excelente —me dice ella —, espero que haya tenido un buen viaje.

—Lo tuve —dije casi sin aliento. La doctora Ortega-Núñez es una mujer seria, formal e intimidante. Es alta, con rasgos finos y sabe demasiado sobre su vocación. Es honor para mí trabajar con ella, y se lo dije, muchas veces.

—Me alegro, la veré mañana a las seis am — me dice ella y alcanzo a notar un toque de emoción en su voz.

—Me parece perfecto —contesto sonriendo y cuelgo la llamada sin dejar de ver mi celular.

Me dejo caer sobre mi cama. Miro el techo mientras me debato si llamarlo o no, después de todo trabajaré para su madre. Una parte de mí siente que debe avisarle o mínimo llamarlo para saludar.

Cinco años. Él ya no me llamó, yo ya no lo llamé, fue como si hubiéramos cortado comunicación total. Me quedaba noches viendo el celular sin el valor suficiente para llamarlo, no sabía que decirle, después de pasar meses siempre sabiendo que decir, me encontraba sin palabras.

Solo dame una razónWhere stories live. Discover now