El balcón estaba cubierto en capas de nieve, contrastando con la oscuridad nocturna que lo envolvía. La luna, que se elevaba entre las esquiladas ramas de los árboles, resplandecía con suavidad. Bajo ella, al borde del balcón, había una rosa entera. La tomé cuidadosa de no cortarme con las espinas y miré la puerta de Killian.

Estaba cerrada.

Esperé por algo, pero el silencio se extendió y mis ilusiones se tambalearon.

No siempre tus sospechas eran ciertas. A veces ni siquiera reales. Los humanos teníamos la peligrosa tendencia a imaginar lo que queríamos y no conseguirlo.

Supe que me desmoronaría en cualquier segundo, así que tomé lo que quedaba de mí y giré para escapar de los recuerdos del balcón, pero me quedé de piedra al ver sus ojos.

Killian estaba de pie, con su típico conjunto de jeans y camiseta negra. Llevaba el cabello hecho un lío como era usual. Tuve que recordarme cómo respirar.

—No fuiste —murmuró con decepción—. No fuiste a verme al hospital. Esperé por ti todos los días.

Si las palabras apuñalaran, me hubiera desangrado ahí mismo.

—Por mi culpa casi te matan —respondí parpadeando para alejar las lágrimas.

Me miró desconcertado. Dio un paso en mi dirección pero levanté una mano para advertirle que no se aproximara más.

—Deberías odiarme.

—Debería —repitió—, pero aquí nada se trata de deber, sino de querer. Tienes razón. Debería odiarte por muchas razones, pero no encuentro ninguna que se compare a los motivos que tengo para quererte.

—No puedes estar pensando en...

—¿Perdonarte? Ya lo he hecho.

Negué con la cabeza. No podía oírlo. Me apresuré a la habitación de Becca, pero me tomó por el codo y obligó a mirarlo otra vez. Quedamos a centímetros de distancia. Nuestro aliento formó pequeñas nubes que se disolvieron en el frío.

—Déjame contarte una historia —pidió, descolocándome.

—Debo tomar un vuelo —recordé tanto para él como para mí.

—Si estuvieras tan decidida a marcharte no hubieras venido a verme, pero lo hiciste y ambos sabemos por qué. Por favor, solo unos minutos. Una historia más. Luego puedes irte o... —Exhaló despacio, con ojos brillantes—. O quedarte.

Me sumergí en el silencio de la noche. Victoria, Tyler y Rebecca me estaban esperando. La búsqueda del perdón por mis mentiras también. Sin embargo, Killian aflojó su agarre al percatarse de que me encontraba estática en mi lugar.

Su mano cayó en el segundo que se volvió consciente de que no iría a ninguna parte.

—Existe un mito, el mito del Andrógino. —Su mano bajó entre nosotros y desenredó mis dedos del tallo de la flor—. Cuenta la historia que al principios de los tiempos los hombres no eran como los conocemos ahora.

—Killian, debo...

Cerró los ojos y siguió.

—Existían tres tipos de seres humanos; el hombre, la mujer y el andrógino. Los griegos contaban que los hombres eran descendientes del sol, las mujeres provenían del linaje de la tierra y el andrógino de la luna. Estos últimos eran la fusión del hombre y la mujer en un mismo cuerpo, compartiendo la misma alma. Estaban llenos de coraje, vida y arrogancia. 

Abrió los ojos y levantó la flor hasta que los pétalos quedaron a la altura de nuestros labios.

—Se creían perfectos y eso los llevó a intentar invadir el Monte Olimpo. Irrumpieron en el hogar de los dioses con la idea de alcanzar la gloria de la que se creían merecedores. Ante el ataque Zeus lanzó un rayo que dividió a cada uno de ellos por la mitad.

Arrancó un pétalo y lo dejó caer en la escarcha.

—Tristes y vacíos, ahora son dos mitades de un alma que aún se buscan para volver a unirse, en el afán de regresar a ser lo que alguna vez fueron. El mito del Andrógino también se conoce como el mito de las almas gemelas.

Exhalé temblorosa. Solo él podía estremecer cada centímetro de mi piel narrando historias en las que ya casi nadie creía.

—Te confieso que el mito de las almas gemelas jamás me gustó. Nunca le encontré sentido hasta el día que desperté en el hospital. Lo último que recordaba haber visto eran tus ojos, y cuando no te vi en esa habitación de paredes blancas me sentí perdido. —Ahueco mi mejilla—. Sentí que me habían arrebatado una parte de mí y no supe de qué se trataba hasta que recordé la historia de las almas gemelas. Se trataba de ti. Siempre se trató de ti.

—¿Crees que somos dos almas condenadas a buscarse?

—No, somos dos almas condenadas a encontrarse.

No era capaz de olvidar el daño que le había causado, pero en ese momento que lo miré a los ojos supe que el amor nunca fue, es o sería fácil. Siempre dolería y asustaría. Me aterraba saber que podría entregar mi corazón a otro y este lo podría hacer añicos a su gusto, pero ningún sufrimiento se comparaba a la grandeza que traía el amor y las infinitas oportunidades que este nos entregaba para ser felices cuando llegaba a nuestras vida.

Me percaté que, para mí, ya había llegado.

No podía dejarlo ir.

Nos bastó una mirada para acordar que nuestros labios se encontraran en un beso. Dejó caer la rosa y enredó una mano en mi cabello, mientras la otra fue a mi cintura para acercarnos. Ahuequé sus mejillas sintiendo la barba incipiente raspar las yemas de mis dedos.

Cuando nos separamos en busca de aire, la luna fue testigo de la noche en que dos corazones se reencontraron en la oscuridad. La brisa invernal arrastró todas las palabras dichas y las almacenó como recuerdos en el aire, y las estrellas que se reflejaban en la primavera de sus ojos rutilaron de alegría.

Nuestra escena romántica fue interrumpida por la bocina del coche. Sonó cinco veces seguidas.

—¡Mi trasero se está helado, repito, mi trasero se está helando! —chilló Tyler.

—Creo que les diré que se marchen sin mí. Puedo toma un vuelo mañana —consideré viendo la expresión divertida de Killian.

Él asintió en acuerdo y se acercó por otro beso, pero se detuvo a unas pulgadas de distancia.

—Teniendo en cuenta que somos almas gemelas creo que deberías decirme tu nombre.

Sonreí.

—Jezabel. Mi nombre es Jezabel.

Guardó silencio por un tiempo.

—Jezabel —repitió en un susurro, probándolo en sus labios.

Luego, sonrió.

—De ahora en adelante no serás más el cuenta mitos de Becca. Serás el mío, ¿estás bien con eso?

—Contigo a mi lado siempre estaré bien. Prometo contarte los secretos de las estrellas ya sea que estemos así de cerca o a continentes de distancia, Jez.

Jez.

El cuenta mitos de Jez.

Sonaba como un buen título para una historia de amor.

FIN

El cuenta mitos de BeccaOnde histórias criam vida. Descubra agora