11. Leyendas y tratos

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Por eso estaba ahí. Porque Mark conocía la existencia de Herón tan bien como un padre podía conocer a sus hijos, de la única manera que otras personas podían saber sobre sus seres queridos: convivencia.

¿Cuántas veces había escuchado de su propio padre y abuelo sobre Herón, el demonio que daba toda la riqueza a su familia? ¿Cómo podía él olvidar al hombre que maldijo a su familia entera con el peso de su existencia? ¿Era posible sacarlo de la mente aun después de haber cobrado la vida de sus padres y de su propio hijo?

Sobre todo, ¿realmente creyó Mark que podía engañarlo al no cumplir con el pequeño precio a pagar por toda la riqueza que él le daba?

Estaba casi seguro de que ese era su pecado.

Abrió la puerta de su auto y, con las manos hechas puños, caminó hacia donde la figura permanecía de pie, a oscuras. De pronto, las luces de la entrada de la casa comenzaron a encenderse de a poco, iluminando el rostro y el cuerpo de ambos hombres.

Herón sonrió.

—Fuiste tú —masculló el señor Mark entre dientes, sentía el semblante caliente a causa de la rabia—. ¿Dónde está mi hijo?

—Estaba ocupado con algo importante, ¿no pudiste buscar un mejor momento para buscarme?

—¡Mi hijo no tiene la culpa! —exclamó él perdiendo el control por completo—. Puedo reconocer que estuvo mal engañarte, que no debí romper nuestro trato; pero a él déjalo fuera de esto. Es solo un niño.

—Me alegra mucho, Mark, que puedas reconocer tus errores. ¿Qué tan estúpido puedes ser al desafiarme? —preguntó sin expresar nada—. Si no eres capaz de darme algo tan simple...

—¿Simple? —interrumpió el hombre, mofándose—. Simple es quitarle un bombón a un niño o...

—Sacar a un niño de la cama y matarlo para que los padres aprendan la lección. Sí, así de simple pueden llegar a ser las cosas. —La voz de Herón se volvió pesada, una sombra oscura parecía haberse cernido sobre él ante esas palabras. Resentimiento—. Pero es demasiado tarde para una negociación. Puedes elegir volver tranquilo a tu casa y resignarte, o volver a desafiarme y perder algo más que tu hijo. Y, como siempre, tú eliges —agregó.

—Eres un...

—Sí, sí, como quieras llamarme. He recibido ya suficientes nombres a lo largo de los años. No es que me importe o que deba sentirme mal al respecto, solo me parece gracioso que intenten usar insultos.

Él tenía razón. Insultarlo no serviría en absoluto.

—¿Dónde está mi hijo? —inquirió Mark, abrumado—. ¿Dónde está mi hijo? —volvió a preguntar con la misma desesperación.

—Está en mis manos, pero al menos puedo asegurarte que no tendrá el mismo fin que las personas que me ofreces. Es un niño, después de todo. Y yo odio hacerles daño a los niños.

—¿Y mi hijo? ¡Era un niño también!

Herón parecía pensarlo, más que hacerlo, quizá no comprendía lo que Mark intentaba decir o, si lo hacía, pero prefería hacerse el desentendido. Pensativo, agregó.

—No recuerdo haberle hecho algún mal al pequeño Billy, es a ti a quien he lastimado. ¿No comprendes?

—¿Eso tiene sentido siquiera?

—¿Por qué no lo tendría?

—Mataste a mi hijo...

—Puede ser, pero él está en un lugar mejor. —Herón se removió desde su posición. Luego, esbozó una pequeña sonrisa antes de añadir—: ¿No estás feliz por eso?

Cuando los demonios lloranWhere stories live. Discover now