- No, sé que eso no cambia nada, pero... Mira... Estoy tomando riesgos para tratar de que te relajes un poco, para evitar que el estrés te consuma por el encierro y por la noticia de hoy. Quiero que te pases un buen rato, e intento ser buena compañía para ti.

- ¿Ahora también lee mentes?

- No. Pero te conozco hace once meses, en tus facetas más vulnerables, y sé cómo te cambia la carita cuando estás dudando, cuando no entiendes algo...

- Me conoce más que yo, entonces.

- Casi podría asegurarlo, pero no me gusta ser tan creído. Solo... he aprendido a entenderte cuando no quieres hablar, porque es algo que ha requerido mi trabajo y tu tratamiento a lo largo de este tiempo. – ella le sonrió. – Así está mejor.

Se quedaron un rato en silencio, tomando de sus bebidas, mirándose y desviando la mirada cuando sus ojos llegaban a encontrarse; Jorge se terminó su vaso y luego miró hacia la pista de baile.

- ¿Te animas a bailar conmigo? – ella lo miró. – Esa es precisamente la carita que pones cuando no estás segura de hacer o decir algo. Anda, ya estamos aquí, hay buena música, tenemos tiempo, si me van a despedir al menos que valga la pena.

- ¡¿Qué?!

- Es broma, no van a despedirme, ya veré cómo le hago, tranquila.

- ¡Eres un grosero! Me asusta de verdad saber que puedas perder tu trabajo por mi culpa. – ella se levantó.

- Ya, mira, ya te pusiste de pie. Ahora vamos a bailar. – ella se quedó seria unos segundos, pero luego se tomó de la mano que Jorge le ofrecía y caminaron juntos hacia la pista de baile.

Al llegar, él se giró para quedar de frente a Silvia y le sujetó con más fuerza la mano, acercándola hacia sí para luego colocar su otra mano en la cintura de ella.

- Déjate llevar, como siempre. – le dijo, acercándose a su oído para que ella pudiera escucharlo.

Jorge, igual que en su ilusión, sabía guiarla de una manera que le hacía desear no dejar de bailar nunca; podía sentir cómo sus muñecas le indicaban perfectamente los cambios, percibía la forma en que él buscaba que no se alejara tanto, sujetando su cintura con fuerza, notaba que Jorge acercaba su rostro hacia su cabello y su oreja, como si fuera a susurrarle algo, pero simplemente se quedaba disfrutando de esa cercanía.

Bailaron cinco canciones y luego volvieron a sentarse; ella ya se notaba más tranquila, y Jorge también. Bailar la relajaba. Él pidió otro vaso igual, y se lo bebió más rápido que el primero, mientras ella lo miraba, desconcertada todavía por verlo tomando.

- ¿Qué te pareció?

- Bailas bien, igual que el Jorge de mi alucinación.

- ¿Recuerdas alguna de las veces que bailamos antes de que comenzaras a salir del estado de psicosis?

- No, en realidad no recuerdo ninguna. Tengo recuerdos, pero de la ilusión; ahí sí que bailamos varias veces. Y bailabas tan bien como ahora.

- Bailamos algunas veces en tu habitación; y sí, ¿para qué te lo voy a negar? Seguramente imaginaste a ese Jorge como un perfecto bailarín porque así soy en la realidad.

- Exactamente igual. Hasta en lo creído.

- No es que sea creído. Reconozco mis capacidades, es todo.

Luego de un rato, y de que Jorge volviera a tomar un vaso más, volvieron a levantarse para bailar; con el alcohol, Jorge sentía que comenzaba a desinhibirse quizá más de lo que le hubiera gustado. La sujetaba ahora con mayor confianza, y ella ya no le decía nada, pues realmente también disfrutaba de estar así con él. Le gustaba demasiado sentirla tan cerca, sentir que ella se dejaba llevar fácilmente por él a cada paso, percibir su mano en la de él.

En tu miradaWhere stories live. Discover now