Sólo los Martes

El inicio de todo

Miles tenía quince años pero cuando se molestaba parecía de diez. No era algo muy común que hiciera una rabieta o se comportara de forma tonta, pero ese día estaba enojado con su madre.

¿La razón?

No le gustaba ordenar su cuarto y ella no le permitió salir hasta hacerlo.

Cansado y aburrido, logró meter toda la basura que tenía en el suelo y metió todo en una bolsa negra. Admitía que estaba bastante desordenado pero qué podía esperar una madre de un adolescente que amaba comer doritos en las madrugadas.

Salió a su balcón para ver si había algo que limpiar y también acomodar un poco, a pesar de que no lo usaba mucho, Marvin, su gato, tendía a comerse las hojas de las plantas o sacarle la tierra a las macetas. Todo se encontraba en orden, movió un poco una de las plantas para que no le diese tanto el sol a esa hora y se volteó para entrar a su habitación.

Sin embargo, una melodía que jamás había escuchado hizo que se detuviera, miró hacia la calle frente a su casa y se sorprendió al ver a una chica tocando la guitarra en uno de los bancos de la parada del autobús.

La miró detenidamente; su cabello era rojizo, un poco claro, casi naranja, su piel era clara y no podía notar mucho los detalles pero estaba seguro que tenía un par de pecas en el rostro. Sus labios estaban pintados de un color café y sólo podía describirla en una palabra: hermosa.

No había visto nunca a una chica así y eso lo cautivó. La observó tocar por un momento, hasta que su gato pasó por sus pies haciendo que reaccionara. Lo tomó en brazos y regresó su mirada a la chica que estaba guardando su guitarra en el estuche porque podía verse a los lejos el autobús.

Este se detuvo frente a ella y la chica subió sin darle si quiera una mirada. Al marcharse, Miles se quedó mirando la calle con una pregunta en su cabeza.

—¿Quién es ella?