28. Delilah Miller y sus consejos

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Realmente su adolescencia no fue tan complicada, ni se reveló contra sus padres ni sufrió un cambio físicamente y en su personalidad que dijera "¡Wau!".

Sus padres estaban realmente bien con ella, sus notas eran buenas, estaba pendiente de sus estudios y ayudaba a su hermano en matemáticas.

Había veces que llegaba a tarde de casa, pero era simplemente porque al profesor Rodrigo no le gustaba ser víctima del sarcasmo y/o ironía de la pelirroja, así que la mandaba a castigo por insolente (¿les suena familiar?).

Le costó decidirse qué iba a ser en esta vida, realmente le costó descubrir qué iba a ser. Estaban sus dudas, estaba su inseguridad, estaba su preocupación.

"¿Y si escojo esto pero luego no me gusta?", "¿Y si estudio esto mejor?", "¿Y si no alcanza el dinero para la carrera que voy a estudiar?", "¿Y si luego me aburro?", "¿Qué mierda haré con mi vida después de salir del colegio?".

Y es que Delilah no entendía: ¿Por qué siempre nos trataban como niños, pero cuando llegaba la hora de escoger a lo que nos íbamos a dedicar toda nuestra vida, nos meten apuro y nos dicen que ya estamos más grandes para poder ya tomar una decisión...? Como si nos quisieran echar rápidamente al mundo del adulto, era como si nos quisieran decir mientras se lavaban las manos porque sabíamos que estaban jugando sucio: "Ya hicimos nuestro trabajo, así que apúrate en escoger que vas a estudiar eh, porque te vas a dedicar a eso toda tu vida, así que procura de escoger muy bien, ¡o serás infeliz hasta que te mueras!, ¡Yey!". 

Hasta que su hermano le abrió los ojos.

Era un día viernes.

Ella estaba con una coleta algo desordenada, mechones caídos y usaba lentes de descanso, además de una camiseta antigua de Daniel, unos shorts y unas pantuflas de gatito.

Como Delilah era excelente en matemáticas, consiguió un pequeño trabajo como tutora. Le enseñaba a niños pequeños y a algunos de su edad. Ella iba a sus casas, también pidiéndole un cuaderno para que hicieran unos ejercicios y ella pudiendo revisarlos y quizás corregirlos cómodamente en casa. Y eso era lo que estaba haciendo.

Daniel recién había llegado a casa, encontrándose a su hermana en el sillón, con una lapicera roja en mano y con la televisión prendida.

—¿Estamos solos? —Preguntó después de darse cuenta que no había más ruido.

—Sí, fueron a una cita —Dijo algo divertida, concentrada en el cuaderno de un niño de 10 años.

Daniel caminó hasta el sillón, sentándose al lado de ella.

—¿Ya escogiste que vas a estudiar? —Y eso señores, era la pregunta que más odiaba Delilah. Ella suspiró.

—No —Dijo algo cortante, Daniel sonrió levemente.

—Pues mírate —Dijo, haciendo que Delilah se detuviera.

Daniel siempre creyó que su hermana iba a ser una buena profesora de matemáticas. Una de las mejores.

Lo comenzó a creer cuando ella le enseñaba y lo aseguró cuando ella comenzó a enseñar a niños pequeños y volvía con una sonrisita y le contaba a su mamá sobre su día y más de sus clases como tutora.

—¿Qué me mire? –Preguntó, confundida, mirando a su hermano mayor.

—Peque, te encantan las matemáticas y te encanta enseñar. Ya es momento que te des cuenta de eso, y que unas esas dos pequeñas cositas para que vayas a una universidad a estudiarlo –Dijo Daniel, levantándose, besando la frente de su hermana y yendo hacia el baño.

Ice creamWhere stories live. Discover now