#41 - INTEMPORALIDAD

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—No lo sé. —Respondí mientras enviaba por correo una tarea de anatomía. —No quiero hablar de esto con nadie.

—¿No sabes qué? —Se quejó, —¿Te has visto al espejo últimamente? Zoé, la universidad los desvelos, las practicas, y todo lo que hacemos cansa, pero tu cara es de angustia, estas entre la espada y la pared. ¿Tanto te cuesta dejar a Tito? ¿Te tiene amenazada o qué?

—¡No digas eso! —El corazón me latió a mil por hora. Por un momento me sentí expuesta, los ojos de Martha me observaron con suspicacia. —Tú no sabes. —Evadí.

—¡Basta Zoé! Te la pasas diciendo que no sabemos, que no entendemos, que no nos metamos, pero no quiero quedarme de brazos cruzados mientras veo cómo te consumes.

—No es fácil. —Contuve el llanto sin apartar la vista de mi agenda escolar donde confirmaba la dirección de correo.

—Sí, imagino que no lo es. Y no quiero hablar más del tema, no quiero provocar más angustias en ti, solo hazme caso en algo: busca un consejo sabio. Podrías hablar con la esposa del pastor Richard, se nota que es una mujer muy inteligente, no se sorprenderá con lo que le cuentes. —Por un momento se levantó del sillón donde desayunaba cereal y me vio asombrada. —¡O por qué no le hablas a tu suegro! —Dijo con naturalidad, con éxtasis añadido, como si hubiese descubierto la cura contra el sida. —¡Es pastor, Zoé, él debe saber que está pasando y cómo ayudarte.

—¡Jamás, a él jamás!

Intente disimular la rabia que sentía de solo imaginarme que él era parte de este problema. La hipocresía es un cáncer que no solo enferma a quien la práctica, pero también a quienes están cerca de dicha persona. Y no quería estar cerca de él por ningún motivo. Martha me convenció, en realidad no supo que decidí hablar con la esposa del pastor Richard, Anneliese. Ambos eran excelentes líderes, el ambiente que se respiraba en cada servicio de la iglesia era el de estar en casa, quizá por eso mismo habían llamado a la iglesia House of Hope, desde que llegamos a Londres decidimos reunirnos allí. Así que días antes de hablar esa noche con Tito, faltando poco más de un mes para que Demián viniera a Londres agendé una cita con ella.

—Ponte cómoda. —Me dijo después de recibirme en la puerta de su casa, su acento alemán quedaba absorbido por la excelente pronunciación del español. —Richard no está, y los niños vuelven tarde del colegio.

—Gracias. —Dije agradecida de encontrarnos solas.

—¿Te ofrezco alguna bebida? —"No", indique con un movimiento de cabeza. —Bien, dime, ¿en qué te puedo servir? —Nunca había notado lo hermosa que era, me recordaba a Alessandra.

—Creo que de mucho, —Sonreímos, yo nerviosa, ella con atención. —Como usted sabe...

En los próximos minutos me di a la tarea de ponerle en contexto la situación, me escucho sin interrupción alguna. Le conté como inicio mi relación, como funcionaba todo y como estamos hasta ahora. Hay un momento en que no puedo contener la angustia que siento, la desesperación que he tenido los últimos meses, lo difícil que es sentirse día a día entre la espada y la pared, la sensación que el futuro se te va de las manos, y lloro. Me había prometido contarle todo, pero me limite a ocultarle algunas amenazas y violencia que había surgido en nuestra relación. Pero no le oculte a Demián, fue el único momento en que advertí una continua sonrisa en mis labios, y en la suya. Martha tenía razón, no le sorprendió mi situación. Después de un rato de silencio, y encontrarme más tranquila, habló:

—¿Sabes? Zoé, —dijo observándome sin parpadear, —a pesar de todo lo que te vaya a decir, te dejare la decisión a ti. Incluso podría asegurar que sabes qué hacer, pero no cómo y cuándo hacerlo. He aprendido a sólo dar mi opinión y a no influir en las decisiones de otros, aunque en algunos casos me lamente al ver cómo sufren, cuando veo eso me digo: "debí haber escogido por él o ella", pero cada persona en la vida debe hacer frente a sus acciones y decisiones. Así que después de todo lo que te diga, la decisión queda en tus manos. ¿De acuerdo? —Frunció los labios.

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