CAPÍTULO 44.

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CAPÍTULO 44.

Narra Mackenzie.

Al final me vi obligada a arrebatarle de las manos el secador al chico demostrada su ineptitud de usarle. A pesar de todo el enternecimiento que su gesto despertó para mí provocó que los dedos me temblaban mientras, apresuradamente, terminaba de secarme el cabello.

—¡Vamos a llegar tarde! —Mascullé pasando el cepillo entre mi caliente y electrificado cabello.

Marc se limitó a encogerse de hombros con una sonrisa que amenazaba por quebrar todas mis intenciones. Joder, debía ir con gafas cuando pretendía enfadarme con él. O al menos no estar tan colada por el mismo.

—No importa demasiado, teniendo en cuenta los habituales retrasos del conserje.

Arrugué la nariz mientras desenchufaba trabajosamente el secador. En cierto modo tenía razón, las clases solían retrasarse por la poca profesionalidad del conserje, pero... ¿y si justamente hoy había sido puntual? Solo bastaba con desear que fuese lo contrario para que semejante milagro sucediese.

Dejé de mirar la pared como si poseyese todas las respuestas de la civilización humana y enrollé el cable para dejar el aparato sobre la mesa.

—Vayámonos, mejor no tentar a la suerte.

Sin embargo, Marc se lo tomó con desquiciante parsimonia. Empezaba a sospechar que lo hacía exclusivamente para sacarme de mis casillas. Bueno, si lo intentaba, lo estaba consiguiendo.

—Mackenzie no te agobies tanto — apartó un mechón de mi rostro despertando un leve hormigueo en las zonas que él rozase. —Las campanas y yo nos llevamos bien.

Arrugué la frente mirándole con incredulidad.

—¿Las campanas?

El chico sacudió la cabeza y me asió la mano con fuerza para tirar de mí hacia la puerta. Estiré el brazo para hacerme de nuevo con mi mochila y la chaqueta y permití a mis pies seguir al chico. Descontando claro, el infranqueable estado en el que se había sumido prácticamente todo mi cuerpo cuando el chico entrelazó nuestros dedos con inusitada dulzura.

Sin embargo estaba lo suficientemente despierta como para percatarme del hecho de que se hizo con su monopatín al pasar por el descansillo.

—¿Para qué lo necesitas? —Inquirí señalándolo con preocupación.

Una preocupación que se intensificó ante la verdosa mirada que me lanzó Marc.

—¿No decías que no querías llegar tarde? Sobre el tardaremos la mitad.

Miré con asco la tabla con ruedas que me mostraba, bueno sí, llegaríamos antes si mi sentido del equilibrio no fuese nulo. Si yo me subía en uno de esos al lugar donde llegaríamos sería el hospital.

Y así se lo intenté hacer ver a mi acompañante, que mostró una enorme cabezonería.

—Eso son gilipolleces. Mi madre y mi tío lo hacían constantemente y no se cayeron... demasiado.

¿Y eso era un intento de calmarme?

—¡No!¡No pienso subirme ahí encima por nada del mundo! — Dictaminé cruzándome de brazos.

Una burlona sonrisa curvó las comisuras labiales del chico que se inclinó prepotentemente hacia mí. Le mantuve la mirada lo más seriamente decidida que fui capaz.

Arqueó las cejas.

—¿Estás segura?¿Por nada del mundo?

Titubeé un segundo antes de asentir con fuerza.

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora