Capítulo 3. Baño de pollo.

33.4K 1.9K 124
                                    

Capítulo 3.Baño de pollo. 

Narra Mackenzie. 

Recoloqué mis gafas sobre el puente de mi nariz inclinándome hacia delante sobre la mesa. Hundí mis dedos envueltos en goma en el hueco. Frunciendo los labios comencé a hurgar en su interior.

—Le estás rompiendo el corazón a este pobre cordero — Comentó Mateo, o bueno Jimmy como él me dijo que le llamase —¿Cuántas disecciones haces al año?

No pude evitar soltar una risa al tiempo que con las pinzas separaba las válvulas.

—Si quiero dedicarme a la biología debo acostumbrarme. Y no le estoy rompiendo el corazón, más bien se lo estoy partiendo — arrugué la nariz sonriendo.

—¿Puedo tocarlo?

Me aparté de él, dejando las pinzas manchadas junto al cúter.

—Deberías.

Mientras mi compañero de laboratorio se esforzaba en no mostrar sus arcadas conforme iba tocando nuestro objeto de la disección yo comencé a anotar todas las conclusiones que había tomado que se encontraban en pequeñas notas en mi cabeza. Antes de olvidar todos los detalles me aseguré de apuntarlos en los márgenes. Ya tendría tiempo de pasar el caos a limpio.

Como no tenía nada mejor que hacer agarré los bordes de los guantes deshaciéndome de ellos y comencé a recoger nuestra mesa.

—¿Y qué es esto? —El chico parecía espantado.

Arqueé las cejas deslizando mis ojos al corazón. No pude evitar sonreír.

—Músculo. No creías qué el corazón fuese así, ¿verdad?

Él negó rápidamente con la cabeza.

—Se han cargado el romanticismo.

Negué con la cabeza divertida retomando mi tarea de ordenar la mesa que compartíamos. No había sido una mala clase. Como recién llegada de otro instituto en mitad de curso la profesora no se había andando con tonterías, tocaba disección, se haría disección. Un hecho que Jimmy no aceptó del todo bien.

—No me puedo creer que no te de...asco.

Alcé los ojos para fijarlos en el chico que terminó de echar el peso de su mochila sobre sus hombros. Su piel se apreciaba un par de tonos más pálida y sus labios estaban fruncidos.

—Es...interesante – Contesté encogiéndome de hombros.

Llevó su nariz a husmear sus manos.

—Encima ahora me apestan a látex.

Asentí dándole la razón.

—¿Vienes a comer con nosotros? O bueno a comerte mi comida porque no creo que sea capaz – hizo un ademán como si fuese a vomitar – de comer algo después de esto.

Metí uno de mis mechones rubios tras mi oreja.

—¿Nosotros? — mis cejas se alzaron con nerviosismo.

—Sí, bueno con Irene y conmigo.

Asentí. La verdad llegué a pensar que comería sola el primer día, nunca había sido una experta en hacer amigos, por lo que al ser trasladada no imaginé hacerlos tan pronto.

—¿Por qué no? Y encantada de comerme tu comida.

Las manos del chico me cogieron por la muñeca tirando de mi cuerpo detrás del suyo. Tropecé en un momento de duda antes de segurile, esquivando los adolescentes que pasaban a nuestro lado golpeando descuidadamente sus hombros con los míos.

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora