CAPÍTULO 10.

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CAPÍTULO 10.

Narra Mackenzie.

Soy idiota. Una completa y jodida idiota. Bufé separándome de la pared. La mueca de satisfacción que se había dibujado en el rostro de Marc era despreciable (y sexy)

¿Qué andaba mal en mi cabeza para haber caído en aquella trampa?

Él simplemente estaba tan cerca.

Debían prohibir tener unos ojos tan bonitos, o al menos en un cuerpo así. Al parecer la naturaleza y la genética habían estado de su parte a la hora de esculpir su anatomía.

Cosa que además de injusta dificultades las cualidades de mi cerebro.

Porque sí, por mucho que me quiera mentir hubo una milésima de segundo por la que deseé realmente que me besara pero...¿qué culpa podía tener yo?

Hacía más de un año que había roto con mi último novio y desde entonces no había besado, ni sido besada por nadie.

Avancé hacia él sintiendo el enfado por mí y por él recorriendo mis venas en cálidas riadas que me calentaban desde dentro.

E hice algo completamente irresponsable de mi parte.

El sonido de mi palma estrellándose en su mejilla retumbó por encima de la música llegando a asustarme pero era demasiado tarde para arrepentirse. Con la mano hormigueando miré sus sorprendidos ojos.

—¿¡Por qué coño has hecho eso?! — Exclamó llevándose una mano a su abultada mejilla.

Titubeé antes de recuperar mi aplomo.

—¡Por imbécil! ¡No tienes ningún derecho a hacer lo que has hecho! — Grité yo.

Entrecerró los ojos sobre mí con la seriedad y el enfado comenzando a ser patentes bajo el brillo de diversión que solían mostrar.

Entonces todo sucedió tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar. Marc posó sus labios sobre los míos bruscamente provocando que una fuerte descarga se extendiese por mis nervios. Me ahogué en el sabor de sus labios que se movían con fiereza sobre los míos robándome el aire que se acumulaba en mis pulmones.

Mis dedos se hundieron en su cabello mientras intentaba sostenerme sobre las puntas de mis pies y le devolví el beso con el mismo ansia de ganar que él.

Un gemido nació en mi garganta cuando me presionó de nuevo contra la pared y sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo con avidez.

Conceptos como el tiempo y el espacio se dilataron a mi alrededor mientras seguíamos besándonos.

(...)

—¿Mackenzie?

Abrí los ojos de golpe aturdida.

Sentía los labios hormigueando pero no recordaba más. Estaba aún con la espalda colocada sobre la pared y Marc había dejado de reír y me observaba con curiosidad.

Un momento.

Yo...

Dios.

Había fantaseado con el beso. Todo fue producto de mi imaginación. Y por supuesto mis mejillas explotaron en calor cuando me di cuenta de lo lejos que había ido mi imaginación en este caso.

¿Realmente...?¡Oh Dios!

Necesitaba un psicólogo de forma urgente.

O cambiarme de piso.

Aquello me estaba afectando seriamente.

Narra Marc.

Mack se encerró en su cuarto después de que la llamara. Alcé las cejas confuso ante el portazo. ¿Qué la pasaba? ¿Tendría la regla o algo? Aún recordaba los días en los que mi madre se encontraba la sorpresa de cada mes y de como mi padre abría los ojos con miedo cada vez que la veía pasar.

Podríamos decir que Amanda, mi madre, era una mujer de carácter fuerte que cuando se le sumaba a la ecuación aquella fórmula pues... Los presentes en la casa temblaban de miedo.

Me encogí de hombros dejando de meditar sobre ello y apagué la música.

De repente el silencio se interpuso sobre el piso, un silencio que no duró demasiado ya que los sonidos de la calle comenzaron a entrar por la ventana que me dejé abierta.

Me recosté en el sofá cuando me aburrí de esperar de pie que algo pasase y extraje mi teléfono móvil de mis bolsillos.

Como siempre múltiples chats estaban abiertos. La inmensa mayoría de chicas del instituto. Bajé con el dedo buscando un contacto en particular y lo encontré con dos mensajes hacía una media hora. Me interné en él y los leí despacio.

Una sonrisa adornó mis labios. Al parecer mi mejor amigo había encontrado algo interesante que hacer esta tarde ahora que Mackenzie se había encerrado en su habitación tras mi broma.

¿Enfadada?

Al principio parecía que sí pero la expresión de su rostro cuando me miró parecía más bien abochornada, como si esperase que la Tierra se abriese a sus pies y la tragara.

¿Incomoda?

Probablemente la había incomodado intencionadamente en parte.

Me erguí un poco entre los cojines posando mis deportivas sobre el suelo. Mandé un rápido mensaje a mi amigo para que contara conmigo y me pasé una mano por el cabello chocolate que caía un poco por debajo de mis orejas.

Siempre me había gustado el pelo un poco largo.

Suspiré percatándome que mis pensamientos se diluían rápidamente y me puse en pie. Hugo vivía a una hora andando del apartamento por lo que debía ponerme en marcha si luego quería regresar relativamente pronto.

Hundí una de mis manos en el bolsillo trasero del pantalón y con la otra sostuve el monopatín viejo que tenía. Eché un vistazo a la puerta cerrada con los nuevos pestillos.

También había escuchado uno correr cuando la chica se encerró.

Me preguntaba cuántos habría diseminados por la casa.

Sacudí la cabeza y me encaminé por la ventana donde la escalera de incendios descendía hasta la calle, me alegraba de pertenecer a la familia Siles en este tipo de casos. La altura era impresionante, pero, el bisnieto de un hombre que se tiró de un rascacielos y sobrevivió no podía tenerle miedo a las alturas.

Pasé mi cuerpo por ella y me dispuse a bajar sin cerrarla. Nadie aparte de mí podría introducirse en por ahí y Mackenzie estaba totalmente a salvo.

Troté los escalones de metal, empujé las ruedas una vez sobre el asfalto y dejé que la inercia junto con la gravedad tirasen de mí cuesta abajo.

Continué dándome impulso sin ningún miedo a caerme, aunque era consciente de mi poca destreza para poder frenar.

Pero bueno, ¿qué era lo peor que podía pasar?

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora