CAPÍTULO 12.

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CAPÍTULO 12.

Narra Mackenzie.

Al contrario de lo que pensé en un primer momento cuando me mudé al piso todo iba bastante bien. Transcurrida la primera semana en la que Marc casi se mata (tal vez exagere un poco) por su poca cabeza y su atracción por el suelo todo mejoró.

Aunque no me atrevería a decir que fuésemos amigos del todo. Éramos compañeros de piso, lo que en realidad resultaba mucho mas agobiante en ciertos estilos porque era lo último que veía antes de irme a la cama y el primero por las mañanas. No era una visión desagradable al menos.

Una vez escuché que un hombre y una mujer no podían terminar nunca de ser amigos, y ser adolescentes hormonados no parecía favorecer a una amistad exenta de tensión.

Y las cosas hay que decirlas, consciente de que sonaré cliché, él era demasiado guapo para la salud de mis neuronas.

Perdida en mis propias cavilaciones interiores sobre mi compañero de piso no vi la pelota arrugada de papel hasta que se estampó contra mi nariz. El impacto fue suave, aunque las puntas me arañaran levemente. El papel arrugado que había caído sobre la mesa me miraba (ya me entendéis) tentándome para que lo desdoblase.

Aferré el gurruño con los dedos y con cuidado de no romperlo comencé lentamente a extenderlo, mirando cada dos por tres a la profesora que seguía explicando la fórmula de los logaritmos sin prestar atención a su numerosa clase.

Perfecto.

Terminé de abrirlo. La hoja pertenecía a un cuaderno cuadriculado del cual había sido arrancada y tenía un par de anotaciones sin mucho sentido sobre series de números en uno de los laterales. Pero el mensaje que tenía que recibir estaba esbozado en reciente tinta roja que se había corrido un poco en una o.

—¿Qué es eso? — El susurro de Jimmy me sobresaltó.

Alcé la cabeza hacia él arqueando las cejas para que se callara y continué leyendo. Más tarde podía contárselo, no veía el problema por hacerle esperar un poco.

Era la letra de una canción que mi mente quería recordar pero no alcanzaba a hacerlo. Probablemente se trataba de una traducción debido a la incoherencia de algunas frases; cortesía del amigable traductor de Google.

Volví a doblarlo esta vez con más cuidado y me lo guardé en el bolsillo de mis tejanos.

Jimmy seguía con la mirada enfocada en mí y sus oscuras cejas enarcadas en busca de respuestas. Abrí los labios para luego apretarlos sin decir nada y sacudir la cabeza hacia la profesora.

Mi amigo suspiró y puso los ojos en blanco antes de darse la vuelta y dejarme aislada con mis pensamientos de nuevo.

Reconocí la incómoda sensación de saber algo pero no terminar de reconocerlos rotando en mi cerebro que intentaba acordarse, alejando tanto las mates como otros asuntos.

¿Alguna vez comenté que era obsesiva?

Porque suelo serlo, a veces.

Cuando llorabas yo secaba todas tus lágrimas

Cuando gritabas yo luchaba contra todos tus miedos

Y tomé tu mano a través de todos estos años

Pero todavía tienes todo de mí ...

¿De qué me sonaba? Estaba segura de que la conocía.

¿Y por qué me dio en la frente?

Narra Marc.

—¿Cómo vas con eso?

Dejé de arrancar pequeños fragmentos de la costra de mi rodilla que picaba como mil demonios para depositar mi vista en Hugo.

—Joder, pica. Pero ya no duele — me encogí de hombros.

Una siniestra sonrisa comenzó a nacer en los labios de mi mejor amigo que meneó la cabeza de un lado a otro, siguiendo el ritmo de una canción que sólo se emitía en su cabeza.

—¿Es buena enfermera tu compañera?

Bufé. Ah, eso.

Al parecer a ese cabronzuelo le había caído bien Mackenzie y quería convencerme de que era lo que necesitaba para alejar a las zorras como Alicia. Estaba de acuerdo con eso, pero me parecía que empezar una relación con tu compañera de piso no era la mejor de las ideas.

Pero Hugo, por descontado, no lo veía así.

—¡Pero si ya estáis viviendo juntos!¡Todo son ventajas! ¿Qué es lo más difícil en las parejas?

Alcé las cejas ante la pregunta.

—¿Los cuernos? — Propuse.

Mi amigo entrecerró los ojos hacia mí dando un inmenso bocado a su sándwich.

—La convivencia, a veces los cuernos son sanos.

Este chico se había caído y pegado una hostia contra el suelo.

—¿Sanos?

Mis dedos ubicaron de nuevo los bordes de la costra y comenzaron a rascar apartando los cachos, debajo de ella se encontraba una piel delicada y rosa que escocía un poco al principio.

—Dije que a veces, no siempre.

Mordí mis labios asintiendo sin saber muy bien que más hacer. Si el opinaba que los cuernos eran buenos se debía sin duda a la promiscuidad de sus padres. Hugo tenía dos hermanos y tres hermanas de distintos hombres y mujeres cohabitando en su casa.

Pero sus padres se querían, sólo tenían una relación abierta. Estaba harto de escuchar ese cuento.

—Y hablando de zorras.

—¿Quién estaba hablando de zorras? — Inquirí antes de ver aparecer a Alicia con su séquito.

Se resumía en dos chicas más. Una con buen culo pero nada de tetas y la inversa con unos pechos protuberantes que no sabías donde terminaba la espalda y terminaban las piernas. Bueno y Alicia que tenía las dos cosas bien puestas y parecía sacada de una película estadounidense. En una de la que hiciera de animadora puta, por supuesto.

Y seguía pensando con demasiadas palabrotas. Un all-starsazo me llevaba en la cara el fin de semana que viene cuando hiciese mi visita mensual a mis padres.

—Hola,Marc.

Sacudí la cabeza como saluda repentinamente muy interesado en mi rodilla. Tal vez si no le prestaba atención se iría, pero eso afectaría a mi reputación que poco a poco iba perdiendo importancia para mí.

¿Realmente merecía la pena mantenerla?

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora