CAPÍTULO 22.

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CAPÍTULO 22.

Narra Mackenzie.

Borrajeteé el problema entero emitiendo un suspiro de cansancio. No era capaz de concentrarme en los números plasmados en los ejercicios y mucho menos llevarlos a cabo. Mi mente vagaba libremente en un cómodo y escurridizo limbo que únicamente podía pensar en la suavidad de los labios de Marc.

Mientras sacudía el tipex líquido para arreglar mi ensuciado ejercicio eché un vistazo a la clase. Cada vez que mis pensamientos recaían en ese recuerdo tenía la incómoda sensación de estar sonrojándome cual tomate maduro.

Todos parecían ocupados en sus respectivos cuadernos por lo que mi caos mental resultaba inapreciable. Sonreí aliviada dejando que la pasta blanca eliminase los rastros de bolígrafo.

Agarrando el bic entre los dedos me sumergí de nuevo en el problema. Aunque terminé observando con interés mi roto esmalte de uñas negro sin finalizar los cálculos que supuestamente me conducirían al resultado, pero es que...

¿Alguien podría concentrarse después de aquello?

¿Qué iba mal conmigo?

Había besado a mi compañero de piso, un imbécil e inmaduro patológico. ¿Por qué?

La respuesta estaba más clara de lo que mi mente realmente quería admitir, era simple y se resumía en dos palabras: me gustaba.

Marc me gustaba. Puede que mucho.

Técnicamente ni siquiera le había besado, sino que había sido él quien desencadenó aquello.

Pero eso conducía a una nueva serie de cuestiones que comenzaron a fluir por mi mente:

¿Por qué me había besado él entonces?¿No se suponía que tenía novia?¿Le gustaba?

Resoplé apartando los ojos de mis maltrecha manicura y rodeé el abandonado cinco que probablemente no sería la respuesta correcta.

Aún así lo di por válido y me recliné sobre la mesa ajustándome las gafas sobre el puente de la nariz. Decidida a pensar en otra cosa desdoblé el papel que días atrás me golpeó la frente.

Había llegado a la conclusión que se trataba de la canción My Inmortal del grupo de rock Evanescence, pero no entendía el porqué de todo.

La opción más válida resultaba que el autor se hubiese equivocado al lanzarla y haya una persona en la clase que entienda perfectamente aquellas palabras, que obviamente no soy yo.

—¿Cuánto te da el ejercicio veinte?

Parpadeé regresando al mundo para enfocar a Mateo que me señalaba con cara de aflicción su cuaderno. Empujé las hojas cuadriculadas hacia su mesa para que lo comprobase.

—¿Cinco?A mí me da treinta y nueve.

Fruncí las cejas aturdida.

—¿Tanto? A ver — me incliné sobre el ejercicio.

Efectivamente la respuesta del chico era bastante más elevada. Con los dientes prendidos en el interior de la mejilla le repasé cuidadosamente bajo la atenta mirada de mi amigo.

—En realidad da treinta y siete, ¿ves? No le has restado la aceleración que es negativa. — Corregí ambos ejercicios de una vez.

Mateo asintió lentamente. El chico nadas más entrar en clase me había pedido que hoy únicamente quería usar su nombre de pila, no su auto-mote. No hubo más razones. Ni explicaciones. Aún así lo acepté.

—Vale, bueno. ¿Qué te pase?

Me pasé una mano por el pelo suspirando.

—Nada.

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora