CAPÍTULO 32

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CAPÍTULO 32.

Narra Marc.

Puede que el método que usó Sofía contra Hugo no fuese del todo ortodoxo, pero sin embargo, fue altamente efectivo.

Mi amigo retrocedió un paso sorprendido, llevándose la mano a la zona afectada y observando a la chica como si se hubiese vuelto rematadamente loca.

—¡Eres un pervertido! ¿De qué coño estás hablando? ¡Ni tan siquiera sabía tú nombre, cerdo!

Uau, eso era pasarse.

La amistad y solidaridad que sentía hacia mi amigo me empujó a colocarme en medio de la discusión tapando al sorprendido y dolido Hugo que comenzaba a ser más que consciente de su garrafal error.

—Sofía, creo que ya se ha enterado. — Intervine mirándola fijamente.

La chica que aún convulsionaba de la ira fue lentamente reduciendo su nivel de intensidad. Finalmente dejó caer las manos a ambos lados del tronco y enarcó las cejas.

—Creo que deberías controlar más a tu amigo, Siles.

Y eso es lo que pensaba hacer.

Agarré de los hombros al chico que seguía paralizado con los ojos perdidos en un lejano punto, buscando sentido a lo que acaba de ocurrir. Lo sostuve fuertemente y comencé a arrastralo donde su verdadera admiradora secreta lloraba a moco tendido por su gilipollez.

Pero justo cuando nos encontrábamos a un par de metros del baño de las chicas un hombre enfundado en un plumas verdes prácticamente nos arrolla del camino.

Resultó ser el conserje con las llaves que abrirían el centro.

Maldije entre dientes la oportunidad de aquel hombre y me vi obligado a seguir la marea de adolescentes que como zombies sonámbulos comenzaron a internar en el edificio.

Como Hugo permanecía mudo y la marca roja que aún palpitaba en su mejilla comenzaba a definirse decidí cambiar mi actitud.

—¿Estás bien? — Pregunté pasándole un brazo por los hombros.

—No lo entiendo. —Murmuró él. — Tenía que ser ella. Debe ser todo una puta broma.

Puse los ojos en blanco y le conduje a su taquilla.

—Por supuesto que no tío, te equivocaste, no era Sofía, era Irene López.

Hugo escapó de mi agarre como si de repente le abrasase. Tambaleando se echó hacia atrás para mirarme. La perplejidad era la dueña de sus facciones en aquellos instantes.

—¿Será coña?

Negué sonriendo.

—No, se ha pasado desde esta mañana llorando en los baños por ti, cabrón.

Supongo que conociendo la personalidad de mi inestable amigo su siguiente acción no debió sorprenderme.

De hecho no lo hizo.

Por lo que me hice a un lado cuando comenzó a correr contra la corriente de estudiantes. Repartiendo codazos y empujones para hacerse un hueco por el que seguir avanzando.

Sacudí la cabeza y, organizando el peso de los libros sobre mi espalda, me apresuré a la segunda hora, que no tenía nada en espacial salvo que coincidía con mi compañera de piso.

Aquella que me había empujado cuando traté de besarla hace minutos.

Algo de lo que no podía culparla, porque seguía siendo lo suficientemente cobarde como para no poder romper con Alicia a la que me sentía encadenado.

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora