CAPÍTULO 31.

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CAPÍTULO 31.

Narra Mackenize.

Terminé de partir un nuevo trozo del prácticamente agotado rollo de papel higiénico que sostenía entre las manos, y se lo pasé a Irene que se sonó ruidosamente con él.

Arrugué la nariz mirando fijamente a la deshecha chica que tenía delante de mí.

Irene era la admiradora secreta de Hugo, aquella que tantos quebraderos de cabeza le había causado, pero, aunque hizo un buen trabajo para descartar chicas hasta cierto punto... metió la pata.

Vaya sorpresa.

Irene terminó de limpiar los últimos residuos de tristeza y arrugó el empapado papel para tirarlo a la papelera que tenía al lado. Tenía los ojos rojísmos e hinchados y la respiración que marcaba su pecho era acelerada. Suspiró pasándose una mano por el cabello.

—Perdón por el númerito, yo... siempre he sido de lágrima fácil — masculló con voz gangosa debido a los mocos que aún le obstruían los orificios nasales.

—No te preocupes, te entiendo.— compuse una sonrisa.

Justo en el momento que me incorporé para acudir junto a mi amiga el móvil que guardaba en el bolsillo se sacudió. Interrumpí la acción que estaba llevando a cabo y lo rescaté de las profundidades de la tela de mi pantalón.

Era un mensaje de texto de Marc bastante escueto, compuesto por un simple «¿dónde estás?» tecleé velozmente una respuesta y retomé mi avance hacia Irene que seguía sentada en el suelo.

Flexioné las rodillas para quedar a su altura y soplé un mechón rubio que descendió sobre mis ojos.

—Hey, no te preocupes, lo arreglaremos, tenemos enchufe.

Una sonrisa flaca tiró fugazmente de los labios de la chica.

—Claro, su mejor amigo está colado por ti.

Apreté los dientes sintiendo un abrasante calor reunirse en mis orejas.

—No digas tonterías, tiene novia y estamos contigo ahora.

Ella asintió y debió recordar que el chico que le gustaba estaba, seguramente, metiendo la pata por algún lado porque frunció los labios y una nueva tanda de lágrimas acudió a sus ojos, aunque esta vez pudo retener la mayoría.

Suspiré profundamente y me eché un poco hacia atrás para quedar sentada justo enfrente de mi amiga.

Nunca me habían gustado estas situaciones, no sabía como actuar cuando la gente empezaba a llorar, en ese sentido, jamás había sido la persona que a mí me gustaría tener a mi lado.

Supongo que a nadie se le da especialmente bien aquellas situaciones.

La puerta del baño se abrió sobresaltándonos a ambas.

—Iré a ver si es Marc. —Murmuré poniéndome en pie.

Irene asintió y se refugió, de nuevo, en las profundidades de sus brazos.

Como habíamos escogido el cubículo destino para estudiantes discapacitados (no había ninguno en el centro) ya que era el que disponía de más espacio, nos situaba notablemente lejos de la puerta.

Abrí la puerta y me deslicé al exterior. Con paso decidido avancé hasta los lavabos más cercanos a la puerta ya cerrada. Tal vez sólo fuese una chica que necesitase ir al baño.

Justo en el momento que me daba la vuelta convencida de esa opción me topé con un pecho indudablemente masculino.

Trastabillé hacia atrás siendo atrapada por un par de manos que evitaron el poco elegante resbalón que estuve a punto de protagonizar.

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora