Capítulo 2. Rey León.

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Capítulo 2. Rey León. 

Narra Marc.

La cara del anciano profesor de química se arrugó aún más al vernos franquear la puerta. Mis labios se curvaron hacia arriba en una sonrisa divertida cuando el carraspeó y arqueó sus pobladas cejas grises hacia nosotros. Podía percibir el nerviosismo de Mackenzie en la forma que sus ojos bajaron rápidamente a examinar sus deportivas y sus mejillas se teñían de un fuerte rubor. Adorable.

—Siles, espero que tenga una excusa creíble esta vez.

Alcé la barbilla clavando mis ojos verdes sobre los suyos pequeños y marrones.

—Me ofende señor —Ladeé la cabeza – Estaba acompañando a esta nueva alumna perdida, ¿acaso eso es malo? — Elevé las cejas con fingida sorpresa.

El anciano sólo se limitó a gruñir en respuesta e indicarnos que tomásemos asiento. Mackenzie empujó entonces mi brazo que seguía rodeando sus hombros con las mejillas ardiendo. Desvíe mi mirada hacia ella. Entonces fui consciente de los curioso ojos que se clavaban en nosotros.

Vaya, esto podría ser divertido.

—¿Cómo se llama? —El maestro se dirigió a la chica.

Ella balbuceó un par de palabras sin sentido antes de tragar saliva y alzar sus ojos grises para mirarle.

—Mackenzie Molina. Soy la estudiante de intercambio con el instituto vecino. Vine por Alejandro Besada — Soltó de un tirón suspirando al final.

—Excelente. Tome asiento por favor y no genere más barullo.

Asintió apresuradamente comenzando a caminar hasta el fondo de la clase con su mochila colgando sobre sus hombros. Sacudí la cabeza encaminándome a mi propio asiento que se situaba a dos filas del único libre que había.

Todavía varios ojos me observaban con atención, esta vez únicamente de la población femenino, ojos que se apartaron con el carraspeo del profesor que continuó su lección.

Comencé a garabatear en mi cuaderno negro prestando de vez en cuando atención a la grave y aburrida voz que dictaba los datos. Aunque, mayoritariamente me lo pasé divagando entre mis pensamientos. Debía conseguir un compañero o compañera de piso con urgencia. Además asistir a la fiesta que montaría Alicia. Por lo cual tendría que hacer turno doble en la cafetería. Arrugué los labios con fastidio.

Transcurridos los cincuenta minutos que abarcaba la clase el timbre dio vida libre a la avalancha de adolescentes que como una manada asustada corrió a la puerta. Empujé la silla incoporándome con la fija intención de encontrar a Hugo y hablarle sobre la fiesta, y puede, que tal vez le convenciese para cubrir uno de mis turnos.

Me percaté de que Mackenzie seguía sentada en su asiento terminando de escribir algo en su cuaderno con expresión concentrada. Sus delgados labios estaban fruncidos y parte de su cabello rubio descendía irregularmente sobre su rostro. Pestañeó percibiendo mi mirada sobre ella antes de levantar la barbilla y toparse conmigo. Hizo un gesto de desagrado y volvió a lo suyo.

Sonreí encogiéndome de hombros con simpleza.

Si no le caía bien era su problema.

Comencé pues a buscar a mi amigo. Le encontré sentado frente a su taquilla con algo arrugado entre sus dedos. No paraba de pasear los ojos por el papel como si encerrase las respuestas a todas las preguntas planteadas por el hombre.

Cuando me vio acercarme saltó tambaleándose sobre sus pies antes de correr hacia mí.

—Mira — me tendió la nota.

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora