CAPÍTULO 13.

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CAPÍTULO 13.

Narra Marc.

Después de una extraña noche de pesadillas donde la popularidad era encarnada por una Alicia de unos siete metros el estridente ruido me despertó.

Me quedé quieto respirando costosamente por la nariz con la cabeza aún pegada en la almohada.

Agudicé el oído y de nuevo el sonido se repitió. Sonaba a algo metálico cayendo en una superficie hasta hacerse añicos.

Aparté las sábanas de mi cuerpo estirando cada una de las extremidades y me puse en pie.

Pasando los dedos por mi alborotado cabello castaño bostecé fuertemente. Con los ojos entrecerrados escudriñé la oscuridad.

Nada.

—¿Qué coño pasa? —Murmuré adormilado poniéndome en pie.

Arrastrando perezosamente los pies abrí la puerta de mi habitación y me desplacé por el pasillo hacia la habitación de Mackenzie.

Golpeé reiteradas veces la puerta despertando poco a poco del pastoso sueño que oprimía mi cabeza.

—¡Mackenzie! —Grité con voz ronca.

Se escuchó una pequeña conmoción al otro lado, después una pequeña rendija se coló por debajo de la puerta y al fin el silbido de los pestillos deslizándose.

Unos instantes después una enmarañada melena rubia salió del hueco de la puerta y un par de ojos grises teñidos de sueño me observaron.

—¿Marc?

Asentí centrando mi atención en su rostro que parecía a medio camino entre el enfado y el desmayo por cansancio.

—¿Escuchas eso? —Susurré indicándole que se cayase y escuchase.

Ese sonido se repitió de nuevo, lo que provocó que Mack mirase con ceño la oscuridad.

—Es una alarma —Bostezó y se frotó con vehemencia los ojos. —Pero... ¿Por qué suena a las cinco de la mañana?

Me encogí de hombros.

—¿Es tuya?

Las cejas de mí compañera de piso se alzaron impertérritas.

—¿A las cinco? Eso parece propio de tu imbecilidad, amigo.

Le hice un gesto para indicarla que buscásemos el foco del ruido. Ella bufó suavemente y me empujó para salir.

Durante cinco minutos en los que batallábamos contra el sueño y el ruido que como había apreciado Mackenzie era una alarma nos topamos con mi reloj de pulsera.

Lo sostuve entre mis dedos con el ceño fruncido. La alarma vibraba y relucía en la pantalla pero no recordaba el motivo de ella. Tenía lagunas de memoria, ¿o qué?

Piensa Marc, ¡pareces tu madre!

Mi madre...

¡Joder!

¡La visita mensual a mis padres! ¡El tráfico y las horas de coche! ¡Por esa la había puesto!

—¡Mackenz-Mackenzie! —Chillé olvidándome de la hora que era.

Ella apreció corriendo escaneándome como si buscase una nueva herida o algún daño por el que había gritado.

—¿Qué ocurre, Marc?

Dudé sintiéndome por un segundo abochornado.

—¿Me acompañas a visitar a mis padres?

Los ojos de Mack se abrieron excesivamente al compás de sus labios. La perplejidad se gravó a fuego en sus facciones durante un par de segundos.

Pero luego desapareció como si jamás hubiese existido.

—¿Cómo?

Admiraba el control frío de aquella chica, la hacía jodidamente sexy.

—Sí. — Levanté mi labio inferior para cubrir el superior en un puchero —Por favor.

—¿Por qué no?

Reí.

—¡Perfecto! ¡Conocerás a Amanda y Manuel y a mis pequeñajas!

Pestañeó antes de añadir:

—Eso hacen los amigos, ¿no?

Narra Mackenzie.

¿¡Eso hacen los amigos?! ¿¡De verdad?!

Me habría quedado completamente a gusto golpeándome contra un duro muro de ladrillos.

Marc únicamente sonrió y se incorporó deteniendo su reloj. Tenía el cabello revuelto y sus impactantes ojos verdes estaban entrecerrados.

Ahora sabría de quien los habría heredado.

Una hora después estábamos ambos tambaleándonos en el traqueteo del metro al arrancar.

—Dentro de un año me sacaré el carné de conducir. —Me dijo Marc sonriendo envuelto en la maraña de gente.

Le devolví la sonrisa agarrando con fuerza el asa para impedir una posible caída.

Al parecer lo de donar asiento solo ocurre en las series de televisión.

Malditos productores esperanzadores.

—Yo te compraré el coche — comenté.

Marc asintió distraído enfocando sus ojos verdes en la variopinta fauna  con la que compartíamos  transporte.

—Debes saber una cosa.

Mascullé un pequeño ruido de interrogación.

—Mis padres no son lo que se dice normales por lo que no te preocupes, ¿eh?

Asentí sin comprender.

Mi padre era peor que normal, era un idiota cobarde que me dejó por su incapacidad de mantenernos a ambos y se eligió a él.

—No te preocupes...

El trayecto duró alrededor de una hora. Aunque pensé que habíamos acabado no era así, aún quedaban dos lentas paradas de autobús antes de llegar a un tranquilo barrio a las afueras.

Miré con curiosidad el panorama, había unos doce chalets con unos pequeños jardines delanteros cercados por vallas de madera.

—Mira, ahí fue donde mi padre vio por primera vez a mi madre.

Seguí su dedo a la carretera situada entre dos casas. Sonreí ante la nostalgia de la voz de mi compañero.

Cuando andábamos por el paseíllo de una de las casas una niña pequeña de ondulada melena castaña se lanzó a los brazos de Marc pasando sus cortos brazos por el cuello del chico.

—¡Hermanito!

Instantes después otra chica de unos catorce años con el mismo tono capilar que los otros dos y unos curiosos ojos pardos corrió al encuentro de su hermano.

—¡Marc, idiota!

Parecía contenta al igual que mi compañero de piso que las abrazaba con efusividad.

Me quedé cortada mirándolos pero un nuevo movimiento captó mi atención.
Una mujer menuda y castaña calzada con unas All Stars azules.

Y un hombre de brillantes ojos verdes.

Oh, claro... De ahí vienen.

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora