CAPÍTULO 27.

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CAPÍTULO 27.

Narra Mackenzie.

Me manché la punta de los dedos con la grasa de la pizza de queso con verduras que Marc había traído de encargo.

Mordisqueé la punta deleitándome con el sabor grasiento y delicioso que explotó en mis papilas gustativas.

Alcé levemente la cabeza para observar al resto de comensales que acababan lentamente con la comida presente sobre la mesa.

Mateo roía un panini que se había hecho el mismo al rehusar cualquier cosa que profanase el sabor carnívoro de su pizza favorita.

Irene se partía un pequeño trozo se queso de cabra que Samuel le había dado.

Lily pinchaba su pizza mientras miraba alternativamente a su hermano y a Marc que de vez en cuando me echaba una furtiva mirada que me esforzaba por ocultar.

Suspiré una vez saciada mi hambre y empujé el plato. Estaba bastante cansada y era presa de un agotamiento mental demasiado fuerte. Los pensamientos me pesaban y desembocan en difusas divagaciones que no conducían a nada coherente.

En el mismo día había admitido que me gustaba mi compañero de piso y nos habíamos besado. Más de una vez. Y había que admitir que el cabrón besaba jodidamente bien.

Mateo fue el primero en abandonar la mesa, dándome la oportunidad de escaquearme tras él.

Le seguí a su habitación, seguida de Irene que abandonó la mesa segundos después de que yo me levantase.

Una vez en la habitación de nuestro amigo me senté en la cama, crucé las piernas sobre la colcha y apretujé un cojín contra mí pecho.

—¿Y bien? ¿Qué habéis estado haciendo Marc y tú en el baño?

Fulminé con la mirada al chico.

—Nada. —Musité hundiendo la cabeza en el cojín.

Las cejas oscuras de Mateo se alzaron burlonamente.

—Ya veo. ¡Venga Mack!

—¡Está bien! Puede que nos hayamos... —me aclaré la garganta. —besado, un poco.

—¿Un poco?

Tanto Irene como Mateo rompieron en carcajadas. Les masacré con la mirada a ambos lo que incentivó sus risas.

—¡Callaos! —Lancé un cojín.

—¡Vamos, Mackenzie! ¡Uy! ¡Vamos! ¡Auch!

Descargué la furia acolchada de mi cojín hasta que sacié las ganas de matar.

—Sois unos idiotas...

Aún respiraba costosamente cuando la puerta se abrió de repente. Pegué un leve brinco rotando mi vista hasta toparme con Marc que sostenía el pomo entre los dedos.

—Mackenzie, ¿nos vamos?

Balbuceé un par de palabras son sentido. Si no hubiese sido por Mateo que me empujó por la espalda para que me pusiese en pie no habría terminado de reaccionar.

Enrollé un mechón rubio de mí cabello y alcancé la mochila que reposaba junto a la mesa del escritorio. Me tambaleé al recibir el peso de los libros y eché una última mirada asesina a mis amigos.

—Adiós.

Os mataré un día de estos.

Sonreí abiertamente.

Mateo asintió lentamente con cara de confusión. Irene se tapó el rostro con el cojín.

—¿Vamos? —Inquirió Marc.

Asentí y seguí al chico por el pasillo. Tras despedirnos de los padres de mí amigo acogimos la noche.

Una brisa helada me acarició las mejillas privándome del calor que residía en ellas. Me froté la nariz y salté el escalón de la acera.

Entrecerrando los ojos miré al cielo privado de estrellas.

—¿Quieres mi chaqueta?

Giré la cabeza buscando el origen de tan extraña proposición.

No me dejó contestar ya que antes de que pudiese entreabrir los labios la tela me cubría los hombros.

Bostecé, asintiendo y atrayendo la chaqueta para cerrármela sobre el cuello.

—¿Tienes sueño?

Entreabrí los labios dejando escapar un suspiro. Los párpados me pesaban y apenas podía descifrar mis pensamientos.

—Ven, princesa —se dio la vuelta y flexionó las rodillas.

Le miré atónita.

—¿Estás loco?

—Venga Mack.

Rodé los ojos y me di por vencida. Me ceñí mejor la chaqueta del chico y dio un leve salto. Enrollando los brazos y las piernas entorno a su cuerpo me sostuve.

—Esto ridículo, —murmuré con voz pastosa en su oído.

Marc no contestó y comenzó a andar. Cerré los ojos pensativa, luchaba contra el sueño que se filtraba lentamente entre mis pensamientos. Se enroscaban y los convertían en imágenes desdibujadas.

No te duermas.

Apreté los labios. El suave balanceo que sentía con el movimiento del cuerpo del chico terminó por adormecerme por completo.

No me dormiré...

No lo haré...

Tarde.

Narra Marc.

Lentamente deposité a la chica sobre la cama de su habitación. Ya había conseguido deshacerme de su mochila y mi chaqueta.

Cuando sentí que el agarre de Mackenzie se aflojaba tuve que apañármelas para llevarla a casa procurando no despertarla.

Mackenzie abrió los ojos un segundo cuando empecé a desabrocharla la sudadera. Al parecer las drogas del sueño no la permitieron hacer más que balbucear algo y volver a sellar los párpados.

Sonreí levemente mientras le quitaba la prenda. Me quedé pensativo meditando las posibilidades de seguir con la tarea.

¿Tampoco pasaría nada?

No seas cabrón.

Ella no se enteraría.

Tú verás genio... No lo hagas.

Me decidí a quitarle las zapatillas, después los calcetines. Una bestia ronroneaba en mi interior luchando por salir.

Jugueteé con el cierre de sus pantalones meditando en mis posibilidades.

Tampoco sería tan malo... ¿No?

La bestia que me arañaba  desde dentro luchaba por escapar pero me conformé con apartarle el cabello rubio de la cara y depositar un beso en la comisura de sus labios.

—Buenas noches, princesa —murmuré sobre su piel.

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¡Dos! ¿Qué me habéis echado en el cola cao?

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora