CAPÍTULO 17.

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CAPÍTULO 17.

Narra Mackenzie.

Marc no tardó en apartarse de mi lado, generando que la distancia recortase volviese a inundarse de aire, pero, por algún motivo extraño y demencial aquello no me alegró.

En parte una buena cantidad de mi ser deseaba saber qué era lo que el chico me iba a decir, habituada a su gesto divertido y burlón el hecho de que sus facciones se moldearan a unas serias y por qué no decirlo, más atractivas que nunca auguraban algo distinto a una broma.

Dejando a un lado el malestar que me produjo la interrupción sacudí la cabeza de un lado a otro. No quería dejarme llevar de nuevo por los desordenes hormonales que mi hipotálamo desparramaba descuidadamente en mis vasos sanguíneos, cuya cantidad no era aceptable para el correcto funcionamiento de mi sistema nervioso central.

La espalda de Marc ya había desaparecido por el perfil de la puerta cuando activé mi cuerpo de nuevo. Los zapatos se hundieron en la fresca tierra conforme avanzaba lentamente por el jardín sin demasiadas ganas de volver a ver a aquella familia.

No es que no me cayesen bien, pero tenía la sensación que no les era de agrado.

Al menos algunas dudas con respecto al chico habían quedado resultas en aquella visita.

Ya sabía de quien había heredado aquellos llamativos ojos verdes que eran capaces de inhibir la rotación de cualquier engranaje de cabezas ajenas.

De quien había heredado el gusto de llevar unas desgastadas deportivas All Stars allí a donde fuese. Aunque al no haber podido ahondar más en los cimientos de su familia y sus componentes no podía afirmar nada estaba segura que la actitud prepotente y el egi que destilaba correspondían a su padre.

Lo que no me quedaba claro era el más que patente complejo de Spiderman que rezumaban cada una de sus células.

¿Padre o madre?

Envuelta en una maraña de tesis e hipotéticas soluciones crucé el umbral de la puerta sin ser plenamente consciente de mi alrededor.

Pero algo me detuvo en seco y me obligo a frenar la sarta de ideas que atolondraba mis sentidos.

En la casa no se escuchaba ruido.

Ninguno de los individuos estaba en el salón ni por el pasillo adherido a él.

Atrapé el interior de mi mejilla con los dientes y avancé al único sonido que parecía apreciarse.

La música de fondo de un juego de Mario Bross.

No era ni una pista sólido ni con sentido pero era la mejor que tenía, por lo que me moví siguiendo aquel sonido hasta una sala con la puerta entreabierta.

La empujé con cuidado midiendo mis actos por el miedo corrosivo que empezaba a correr por mis venas.

No pude evitar el suspiro de alivio al ver a las dos hermanas pequeñas del chico jugando una partida tiradas,ambas, en el suelo de la desordenada sala llena de juguetes.

La mayor que pareció apreciar mi presencia inició la pausa y me miró.

La pequeña dejó el mando dócilmente sobre la falda y también giró el cuello.

—Hola, ¿quieres jugar?

Miré a Alba que me mostró un mando negro.

—Mis padres han subido con Marc a la cabaña del árbol, tardarán un rato.

¿Cabaña del árbol?

Sacudí la cabeza y acepté el mando de buen grado.

—Está bien, pero aviso que soy una auténtica experta.

Claudia rió y apartándose una de sus ondulaciones de la frente me miró.

—Ojalá, Alba es tan mala que no nos pasamos el castillo del Mundo 1.

Tomé asiento en el sofá con el mando aferrado entre ambas manos. Aquello no tenía demasiado sentido, en realidad nada en esa casa parecía tenerlo. Pero echaba de menos las tardes que me pasaba jugando a la consola con mi único primo varón que hacía que no veía bastante tiempo.

—¡Oye! No es mi culpa que Toad se suicide.

Narra Marc.

Miré expectante a mis dos padres. Me habían hecho subir a nuestro sitio de reunión por excelencia, la casa del árbol. No era un lugar muy habitual donde discutir temas familiares, pero, al parecer mi madre compartió una casa de árbol con su mejor amigo Juan cuando eran unos adolescentes y concluyó que era le mejor lugar donde tomar decisiones.

Mi padre no pudo rebatirla.

—¿Y bien?

Amanda terminó atar los cordones de sus deportivas y me miró con una sonrisa que me hizo temer lo peor.

¿No podía haber nacido en una familia un poco más normal?

-—Quieres decirnos algo, hijo?

Arqueé las cejas con confusión.

—Que yo sepa no.

Mi padre se desplazó por las tablas haciéndome temer por la seguridad de estar allí arriba y quedó en cuclillas frente a mí. Fijó sus ojos verdes en mí y se aclaró la garganta.

—Perdón por traerte aquí, ya le dije a tu madre que estarías... bueno consolado a Mackenzie.

No pude evitar sentir cierto rubor acumularse en el cuello.

—¡Imbécil! —Uno de los pies de mi madre golpeó la espalda del hombre — Ahora creerá que soy una corta rollos. No. No es así. Te hemos traído aquí para hablar precisamente de eso.

La confusión con la que subí a la casa del árbol se intensificó.

—¿Perdón?

—Pregunta sencilla, respuesta sencilla: ¿te gusta esa chica?

Por poco me atraganto con mi propia saliva cuando mis oídos captaron eso.

Tosí con fuerza sintiendo las lágrimas aflorar en mis ojos.

Joder.

No podía tener unos padres normales... No... Tenía unos que me preguntaban sin pudor alguno que si una chica me gustaba para ¿qué? ¿Darme consejos? ¿Condones?

Por suerte tenía una excusa, no muy convincente pero una excusa a fin de cuentas.

—Tengo novia.

Aunque sea una puta tan grande como el Sol, aunque la odie profundamente, aunque había estado a punto de besar a otra chica, aunque...

—Tu novia es una mala imitación de las putas de instituto de las películas americanas. Hijo mío, creía que no eras tan cliché. Al menos no eres jugador de fútbol americano, ya que estamos en España.

Crucé los brazos sobre el pecho e intenté no sonreír.

—Me gusta el tenis.

Mi madre hizo un gesto de desdén con la mano.

—Y el monopatín.

—¡No nos desviemos del tema!

Ambos observamos a mi padre que parecía a medio camino entre enfadado y divertido.

La charla continuó por unos quince minutos que resumiré en pocas palabras:

Debía.

Atacar.

A.

Saco.

Sin mucha lógica pero bueno.

Si ellos supiesen lo que habían interrumpido...

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora